Elogio de la lentitud
En esta ¨¦poca del a?o es cuando parece que desaparecen las obligaciones que tenemos los seres humanos de ser puntuales
El verano es una explosi¨®n natural de claridad; la eternidad, dec¨ªan Eliseo Diego y su hijo, el tambi¨¦n cubano Eliseo Alberto, empieza un lunes, y seguramente ese lunes cae en verano, pues en esta ¨¦poca del a?o es cuando parece que desaparecen, por un lapso muy medido de tiempo, las obligaciones que tenemos los seres humanos de ser puntuales. El lunes es el peor de los d¨ªas, con el lunes regresa al calendario humano la imperiosa necesidad de quedar. Somos puntuales como los animales y como los relojes, llegamos a los sitios ajetreados como si haber quedado fuera una condena. Y lo es. Las apariencias del verano borran los lunes de nuestros calendarios. El resto del a?o es, como cantaba Horacio Guaran¨ª, lunes sin descanso, eternamente lunes, el d¨ªa de las prisas.
En el verano (en la parte de vacaciones que alberga el verano) se aligeran las urgencias, y se anda con la lentitud que reclaman el coraz¨®n y sus sentimientos. Eso creemos, que se para el sol para nosotros, esa es la salutaci¨®n optimista que reclamaba Espronceda: ¡°P¨¢rate, oh sol, yo te saludo¡±. Una vez sucede este tiempo que ahora se inaugura, el tiempo del sol, parece que ya ser¨¢ eterna esa calidad del aire y de las nubes y del sol propiamente dicho.
Al t¨¦rmino de este temporal de aire y de sol vuelven el oto?o y la prisa, el signo de interrogaci¨®n acelerado por Internet y sus diversos suced¨¢neos. Vuelve la prisa. El ant¨ªdoto contra esta plaga que ha causado guerras y desasosiegos son los libros, las conversaciones lentas, el silencio ante un horizonte que uno mismo se invente, el afecto, la constancia de que las cosas duran y se toman su tiempo, nada se arregla de un d¨ªa para otro, ni siquiera la conexi¨®n a Internet. Es m¨¢s, lo que no hay que arreglar es la conexi¨®n a Internet. Porque Internet nos ha colocado, aparentemente, en el centro del mundo, como si estuvi¨¦ramos, adem¨¢s, al mando del mundo, estamos en esta situaci¨®n de aceleraci¨®n que nos impide, incluso, saber qu¨¦ son las noticias que importan, o qu¨¦ nos importa. Y no estamos en el centro del mundo: estamos fuera del mundo, al mando de mandos que no nos dan nada.
Acabo de ver Casi 40, la pel¨ªcula de David Trueba. Una cantante y su m¨¢nager recorren las librer¨ªas de Espa?a para que ella cante en esos ¨¢mbitos que agoreros de toda laya han declarado obsoletos. Viviendo en peque?os lugares donde los aplausos tienen nombres propios, la cantante y su m¨¢nager ofrecen su m¨²sica y se despiden. Mientras viajan, ¨¦l le dice a la joven, una cantante que tuvo popularidad e incluso ¨¦xito, que tiene pena de los mapas. Qu¨¦ se ha hecho de ellos, c¨®mo los ha arrasado la web, Google Maps, estos artilugios que ya caben en una sola mano, la que antes serv¨ªa, dec¨ªa Juan Carlos Onetti, para leer o para disparar o para masturbarse mientras le¨ªas, nunca mientras disparabas.
El mapa de papel, dec¨ªa el m¨¢nager melanc¨®lico, serv¨ªa para saber cu¨¢nto faltaba para llegar a los sitios, y eso pod¨ªa medirse con la mano, te permit¨ªa imaginar que las distancias cab¨ªan en un pa?uelo, viv¨ªas con la ilusi¨®n de tener exactamente el mundo en tus manos. ?Qu¨¦ distancia hay entre Guadalajara y Madrid? El tama?o de una mano. Ahora parece que se tardan minutos u horas marcadas por la velocidad de las manecillas del reloj digital, implacable, silencioso: ahora son digitales hasta las distancias.
Le cont¨¦ a Juan Cueto este elogio de la lentitud, pues ¨¦l import¨® el concepto en los rapid¨ªsimos a?os 90. Ahora son otra vez rapid¨ªsimos los tiempos y los dos nos preguntamos por qu¨¦ carajo hemos tenido tanta prisa. Nos detienen el nuevo ne¨®n, esa combinaci¨®n de nada y Netflix, de web y vac¨ªo, y nos contentamos con las canciones fugaces y con los libros basura, hechos para dejar al final del viaje. Celebramos el festival de la m¨²sica recortada, preparada para ser lata y desecho, e incluso los libros, esa respetable decadencia, se leen al peso: ¡°no, no llevo libros, llevo tabletas, es que as¨ª las maletas no pesan nada¡±. El antiguo y hermoso peso de los libros desprestigiado en funci¨®n de la ligereza de tenerlo todo en una tableta, y no de chocolate sino de los pl¨¢sticos que se fabrican en el valle de Silicon.
Aqu¨ª me voy a vengar de este tiempo releyendo libros, recomendando estos viejos objetos que se leen con las dos manos y con los ojos y con los sentidos, llenos de hojas que suenan y de letras que siempre son distintas y que pesan como pesan las ropas y las rosas y la comida y como pesan los ni?os y los cuadros y los discos, y que tardan en leerse como se tardan en cubrir las distancias que marcan con precisi¨®n inigualable los apenados mapas.
La lentitud del verano me va a permitir rescatar, de la mesa rota donde est¨¢n siempre los libros que quedan fuera de los apresuramientos, lecturas que quiz¨¢ pueda servir a otros para hacerse su propia memoria de las bibliotecas.
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