18 de julio
El traslado de los restos del dictador fuera del Valle de los Ca¨ªdos ha de verse como un acto normal, para nada como una revancha
Las pol¨ªticas de conservaci¨®n o de eliminaci¨®n de los s¨ªmbolos de un r¨¦gimen totalitario dependen en gran medida de quien fue su sucesor. El continuismo postsovi¨¦tico se ha traducido en la presencia actual de Lenin y Stalin en sus respectivos enterramientos en la Plaza Roja de Mosc¨², mientras el sepulcro cl¨®nico de Dimitrov fue demolido en Sof¨ªa. En Italia, las ambig¨¹edades de la reconstrucci¨®n democr¨¢tica se han traducido en una puntual preservaci¨®n de monumentos e inscripciones, incluida la que en Bolzano sigue incluyendo a Espa?a entre las conquistas del Duce. A pesar de que recientes investigaciones, como La matanza de Addis Abebade Ian Campbell, confirman la brutalidad del genocidio cometido durante la conquista y dominio de Etiop¨ªa, siguen existiendo callejeros en Italia que lo glorifican. Algo tiene esto que ver con la supervivencia de una mentalidad, nada favorable para la democracia.
Por eso el traslado de los restos del dictador fuera del recinto pol¨ªtico-religioso del Valle de los Ca¨ªdos ha de verse como un acto normal, para nada como una revancha, especialmente si tenemos en cuenta las condiciones de trabajo forzoso para presos republicanos que presidieron la construcci¨®n del monasterio. No ten¨ªa sentido alguno la supervivencia all¨ª de su tumba, como tampoco lo ten¨ªan las estatuas de Franco a modo de miles gloriosus que ocupaban lugares de privilegio en las ciudades espa?olas. El pronunciamiento del general no solo desencaden¨® una guerra civil y destruy¨® un r¨¦gimen democr¨¢tico, sino que supuso la puesta en marcha, conscientemente, de una ¡°operaci¨®n quir¨²rgica¡±, como ¨¦l mismo anunci¨® en noviembre de 1935 al entonces embajador de Francia, Jean Herbette. Su prop¨®sito no era, pues, un simple giro a la derecha pol¨ªtico, sino la puesta en marcha de un exterminio sistem¨¢tico, f¨ªsico e ideol¨®gico, de lo que consideraba la Antiespa?a, un genocidio si nos atenemos a la definici¨®n de Rapha?l Lemkin, y bien que lo llev¨® a cabo. Con el trato respetuoso a sus restos, tiene m¨¢s que suficiente.
El traslado previsto deja en pie otro problema: ?qu¨¦ hacer con el t¨²mulo del fundador del fascismo espa?ol, Jos¨¦ Antonio Primo de Rivera, cuyo traslado al monasterio del Escorial, primero, y al Valle luego, fue decisi¨®n personal de Franco? Tampoco tiene sentido mantenerlo donde est¨¢. Jos¨¦ Antonio fue promotor ideol¨®gico y v¨ªctima de la guerra civil. De aceptarlo su familia, el cementerio de Alicante, la ciudad donde fue fusilado, pudiera ser el lugar m¨¢s adecuado para su enterramiento, convertido ahora en s¨ªmbolo de reconciliaci¨®n.
Y para el fara¨®nico monasterio, ?qu¨¦? Volarlo carece de sentido, si bien lo mejor es que no hubiese existido nunca. Cabr¨ªa aprovechar sus instalaciones organizando all¨ª un centro de estudios sobre el totalitarismo, para lo cual mimbres hay en el cesto.
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