Albert Rivera: de todo a nada
La llegada de S¨¢nchez a Moncloa y el liderazgo de Casado neutralizan al partido naranja
El trastorno del escenario pol¨ªtico espa?ol debe resultarle especialmente traum¨¢tico a Albert Rivera, cuyo horizonte presidencial en la Moncloa tanto se lo ha desdibujado el atajo de Pedro S¨¢nchez como acaba de hacerlo la proclamaci¨®n de Pablo Casado.
No es un mero espectador Rivera. O no lo ha sido. La precipitaci¨®n del mapa pol¨ªtico nacional proviene precisamente de su gesti¨®n negligente de la moci¨®n de censura. No parec¨ªa veros¨ªmil que llegara a concretarse, pero la retirada de Ciudadanos al apoyo de Rajoy le concedi¨® una energ¨ªa y una oportunidad a la que puso banderillas de fuego el cinismo del PNV.
Le pudo a Rivera la prisa. Le obcecaron las encuestas. Y subestim¨® la habilidad de S¨¢nchez tanto como expi¨® la aversi¨®n de los nacionalistas vascos. Rivera observ¨® en la agon¨ªa de Rajoy la oportunidad de postularse a la Moncloa, pero la impaciencia del proceso sucesorio predispuso un escenario que se antojaba delirante a finales de mayo: Pedro S¨¢nchez, presidente del Gobierno; Pablo Casado, timonel de G¨¦nova 13 como sepulturero del marianismo.
Representan el l¨ªder del PSOE y el del PP un antagonismo perfecto, pero la rivalidad enfatizan precisamente la pinza de conveniencia a la arrogancia de Albert Rivera y el aislamiento de Ciudadanos. No s¨®lo porque se ha restaurado la superstici¨®n del antiguo bipartidismo, sino porque Casado constituye una amenaza concreta en el discurso del fervor constitucional, el orgullo patri¨®tico, la conjura al soberanismo catal¨¢n, la unidad territorial, el liberalismo econ¨®mico y la promesa de bajar los impuestos. Pablo Casado neutraliza a Rivera en la telegenia, en la ubicuidad medi¨¢tica, en la efebocracia. Podr¨ªa decirse que es un Rivera mejor que el propio Rivera. Y provisto de un aparato pol¨ªtico y parlamentario cuyas corpulencia y renovaci¨®n din¨¢stica pone a prueba la originalidad del l¨ªder naranja. No podr¨¢ decirse que Casado es la antigua pol¨ªtica. Ni que es el c¨®mplice de la corrupci¨®n.
La ¨²nica manera de diferenciarse consistir¨ªa en levantar la caspa doctrinal que Casado ha incorporado a su discurso de investidura. El oscurantismo religioso-moral, la llamada a la procreaci¨®n, la definici¨®n del ¡°partido de la vida¡± -como si defender la eutanasia y el aborto retratara en su ferocidad mefistof¨¦lica a los partidos de la muerte- escoran al PP a un rumbo de estribor que resalta el discurso social y cultural m¨¢s desinhibido de Ciudadanos. Rivera podr¨ªa y deber¨ªa explayarse en el caladero del centro, matizar el laicismo, restregar al PP el enfoque de la regresi¨®n, pero tambi¨¦n sucede que el PSOE ha crecido mucho desde que la bandera de la rosa ondea en la Moncloa, maneja a su antojo la inercia del poder y ha dejado de representar una opci¨®n experimental o temeraria entre los votantes que anteponen la prudencia a la ideolog¨ªa.
No es cuesti¨®n de condenar al desguace a Ciudadanos ni de frivolizar con los m¨¦ritos que ha contra¨ªdo el partido de Albert Rivera, pero la clave de la pol¨ªtica consiste no s¨®lo en coreografiar el proyecto adecuado y la persona id¨®nea, sino en hacerlos valer en el momento justo. Es la oportunidad. Un escarmiento que desubica a Rivera del todo a la nada.
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