Lo que se llev¨® aquel agosto de 1968
La Uni¨®n Sovi¨¦tica trunc¨® la Primavera de Praga y demostr¨® que no se puede destotalizar lo totalitario ni democratizar la no democracia. El movimiento sucumbi¨®, v¨ªctima del peso de sus propias paradojas
Art¨ªculos anteriores de la autora
Otra ventana abierta a la democracia (7-5-2018)
La otra revoluci¨®n sexual (30-12-2017)
El 23 de agosto de 1968, la disidente rusa Natalia Gorbanevskaya, junto con otros nueve opositores, estaba en la plaza Roja de Mosc¨² para protestar contra la invasi¨®n de Checoslovaquia por las tropas sovi¨¦ticas, que hab¨ªa sucedido dos d¨ªas antes. Natalia llevaba una pancarta en la mano y otra en el cochecito de su hijo de un a?o, pidiendo la inmediata retirada de las tropas. Antes de que la polic¨ªa secreta los detuviera, Natalia tuvo la oportunidad de ver un Volga negro que sal¨ªa del Kremlin y cruzaba la plaza Roja. Dentro del coche oficial se encog¨ªa el l¨ªder de la Primavera de Praga, Alexandr Dubcek, vencido y aniquilado. El Volga se lo llevaba al aeropuerto para devolverlo a su pa¨ªs, con unas instrucciones bien claras de parar de inmediato su pol¨ªtica de reformas. Al ver el rostro del l¨ªder checoslovaco, Natalia comprendi¨® que nadie har¨ªa caso a sus pancartas y que lo seguro era que ella y sus compa?eros acabar¨ªan como Dubcek. Ellos y Checoslovaquia entera.
Tengo delante de m¨ª dos fotograf¨ªas de Alexandr Dubcek; recuerdo haberlas visto en la prensa checa cuando era una ni?a de apenas diez a?os y viv¨ªa en Praga. En una de ellas, el l¨ªder checoslovaco, en 1968, salta de un trampol¨ªn a la piscina. En la otra hay un esbozo de sonrisa en un rostro t¨ªmido, indeciso, c¨¢ndido. Ambas fotos me parecen presagiar lo que pas¨® durante la Primavera de Praga. Dubcek, el hombre m¨¢s poderoso del pa¨ªs, se tir¨® a la piscina sin averiguar si estaba vac¨ªa o llena: permiti¨® unas aceleradas reformas democratizadoras que no pod¨ªan gustar a los dirigentes sovi¨¦ticos bajo cuya tutela se hallaba Checoslovaquia. No pudo hacer frente a las exigencias cada vez m¨¢s desorbitadas de un pueblo deseoso de democracia y acabar de una vez por todas con el totalitarismo que ya llevaba dos d¨¦cadas instalado en el pa¨ªs.
Me cri¨¦ en medio de ese esp¨ªritu de revuelta popular pac¨ªfica que fue la d¨¦cada de los a?os sesenta. La Primavera de Praga empez¨® con un simposio sobre Franz Kafka, escritor hasta entonces prohibido por las autoridades comunistas. Recuerdo que mis padres y sus j¨®venes amigos discut¨ªan sobre libros de Milan Kundera y Bohumil Hrabal, segu¨ªan las obras de teatro de V¨¢clav Havel y las pel¨ªculas de Milo? Forman y Jir¨ª Menzel que ya no estaban sometidas a la censura: la Primavera de Praga era un movimiento que empez¨® por la cultura. Adem¨¢s, mis padres y sus amigos debat¨ªan sobre el muy influyente manifiesto 2.000 palabras en el que el escritor Ludv¨ªk Vacul¨ªk ped¨ªa una profunda reforma del sistema. Durante mis paseos primaverales por la ciudad con mi abuela, en las plazas de Star¨¦ Mesto, acostumbraba a ver colas para firmar peticiones de m¨¢s apertura.
El 21 de agosto del mismo a?o, de madrugada, a mi hermano y a m¨ª nos despert¨® un ruido intenso. Corrimos hacia la ventana abierta y lo que descubrimos en la calle era una pesadilla. Por nuestra avenida, Francouzsk¨¢, bajaban con enorme estr¨¦pito unos tanques sovi¨¦ticos.
Kundera acert¨® al prever que el fin de la primavera iba a ser un rev¨¦s para la izquierda occidental
Tras el naufragio de la Primavera, qued¨® claro que las cosas no se pueden hacer a medias: no se puede destotalizar el totalitarismo ni democratizar una no democracia: el movimiento sucumbi¨® bajo el peso de sus propias paradojas. La Praga invadida por los tanques sovi¨¦ticos se llen¨® de pol¨¦micas sobre lo acontecido; entre ellas, la de dos prominentes escritores, Havel y Kundera. Con un pathos desacostumbrado en ¨¦l, Kundera hablaba del destino tr¨¢gico de los checos y del sentido que ese destino ofrec¨ªa universalmente a la posteridad: una lecci¨®n sobre la esencia del socialismo real. Con un pragmatismo desde?oso, Havel aseguraba que la invasi¨®n hab¨ªa sido el resultado de la mala gesti¨®n e inexperiencia de la clase dirigente de la Primavera de Praga, y de su incapacidad de prever las consecuencias de una pol¨ªtica de abruptas reformas. En otras palabras, Kundera afirmaba: nuestra desgracia servir¨¢ para iluminar al mundo, mientras que Havel sosten¨ªa: no lo hemos sabido hacer bien y aqu¨ª est¨¢n las consecuencias.
A mi entender, ambos acertaron. A Havel el futuro inmediato le dio la raz¨®n: Checoslovaquia quedar¨ªa otra vez bajo la tutela de la Uni¨®n Sovi¨¦tica y se convertir¨ªa en un pa¨ªs cuyo ambiente desangelado lo romp¨ªa ¨²nicamente el movimiento disidente Carta 77, guiado por los fil¨®sofos Jan Patocka (que lo pag¨® con su vida) y Ladislav Hejd¨¢nek, adem¨¢s del mismo Havel.
Al aceptar a los pa¨ªses excomunistas, la UE impidi¨® el sue?o de Putin de extender su dominio
Tambi¨¦n Kundera tuvo su parte de raz¨®n, porque de acuerdo con su previsi¨®n, el golpe de gracia contra la Primavera de Praga fue un duro rev¨¦s para la izquierda occidental. Bajo el impacto de la invasi¨®n sovi¨¦tica, que sacudi¨® al mundo entero, los partidos comunistas occidentales iban a verse obligados a distanciarse de su discurso intransigente y prosovi¨¦tico. Los partidos comunistas tuvieron que reciclarse profundamente porque si hab¨ªan cerrado los ojos cuando la Uni¨®n Sovi¨¦tica reprimi¨® con tanques y sangre la revuelta en Budapest en 1956, en la posguerra, no pod¨ªan hacer lo mismo doce a?os m¨¢s tarde. Adem¨¢s, dos d¨¦cadas despu¨¦s, desde el imperio sovi¨¦tico, Mija¨ªl Gorbachov se inspir¨® en las reformas de aquella Primavera cuando pon¨ªa en marcha su perestroika; tampoco ¨¦l tuvo suerte con sus reformas.
El presentimiento de Natalia Gorbanevskaya en la plaza Roja se cumpli¨®. Brezhnev orden¨® que Dubcek se retirara de la pol¨ªtica, lo remplaz¨® por Hus¨¢k, un aparatchik a las ¨®rdenes de Mosc¨² y Checoslovaquia experiment¨® 20 a?os de par¨¢lisis en todos los ¨¢mbitos. La mayor¨ªa de los grandes personajes de la cultura se exiliaron a Occidente, Kundera y Forman, entre ellos. Louis Aragon describi¨® el nuevo escenario cultural como la Biafra del esp¨ªritu. El KGB envi¨® a los compa?eros de protesta de Natalia al gulag, a ella la sentenciaron a una reclusi¨®n forzosa en una cl¨ªnica psiqui¨¢trica o psij¨²shka donde se destru¨ªa el cerebro de los disidentes m¨¢s peligrosos con drogas qu¨ªmicas. Encerrada en la psij¨²shka, Natalia no sab¨ªa que Joan Baez cantaba en sus recitales una canci¨®n que llevaba su nombre y as¨ª ayudaba a que el mundo tomara conciencia sobre lo que ocurr¨ªa en los pa¨ªses que se hallaban al otro lado del Muro.
Cuando habl¨¦ con ella poco antes de su muerte en 2011, la l¨²cida Natalia me confes¨® que si la Uni¨®n Sovi¨¦tica de Breznev envi¨® los ej¨¦rcitos del Pacto de Varsovia para que Checoslovaquia ¡ªy antes Hungr¨ªa¡ª no se escapara de sus manos, tambi¨¦n Putin habr¨ªa hecho lo posible para retener a los pa¨ªses que fueron sat¨¦lites del imperio sovi¨¦tico. Al aceptar a los pa¨ªses excomunistas en su club a pesar de ser unos miembros rebeldes y hoscos, la Uni¨®n Europea impidi¨® el sue?o de Putin de extender el dominio ruso hacia Occidente.
Monika Zgustova es escritora; su ¨²ltimo libro es La intrusa.
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