Los artesanos se cansan
Pueden desaparecer la econom¨ªa digital y los creadores de aplicaciones para tel¨¦fonos inteligentes, pero un pa¨ªs siempre necesitar¨¢ restauradores, mec¨¢nicos, fontaneros, electricistas...
Parece que ninguna ola de calor puede atenuar la propensi¨®n medi¨¢tico-pol¨ªtica a la hip¨¦rbole, as¨ª que el Gobierno est¨¢ preparando un big-bang de la formaci¨®n profesional, una de esas revoluciones que se supone que deben tener en cuenta ¡°el mundo en pleno cambio¡± para que todos sean ¡°actores¡± de su vida profesional. S¨ª, la ministra de Trabajo enhebra admirablemente las perlas de la jerga administrativa. Y encima tiene raz¨®n al destacar que cualquier reflexi¨®n sobre el empleo debe centrarse en las aptitudes. Le sugeriremos que charle previamente con su colega de Educaci¨®n, que hereda un sistema h¨¢bilmente pisoteado durante cuarenta a?os, un sistema que manda al instituto a un 25% de ni?os casi analfabetos y a otros muchos con conocimientos endebles. Pero el problema es a¨²n mayor.
El aire abrasador del verano invita a pasear. Que la ministra y todos los pol¨ªticos franceses aprovechen la oportunidad para conocer a los ciudadanos. Como el restaurador de Quercy, por ejemplo, cuyo establecimiento es una de esas joyas que solo Francia sabe producir. El restaurante, cuya terraza se extiende sobre una ladera refrescada por el r¨ªo que corre m¨¢s abajo, est¨¢ abarrotado. Por desgracia, es imposible contratar a nadie m¨¢s, ni para la cocina, ni para el comedor. Trabajar por la tarde, los fines de semana... ni hablar. Los aprendices llegan acompa?ados por sus padres, que se los llevan a mitad de la jornada porque ya han hecho sus horas y creen que el jefe debe mostrar m¨¢s respeto por sus preciados y fr¨¢giles descendientes. En toda Francia se repite la misma historia. En Calvinet, en el Cantal, el due?o de un hotel cuenta que quer¨ªa ayudar a los j¨®venes a reinsertarse, j¨®venes que hubieran pasado por curas de desintoxicaci¨®n... Fue a buscarles a Toulouse, les dio trabajo, se ofreci¨® a formarlos. Acab¨® tirando la toalla. Cuando les ped¨ªa que subieran los equipajes a la habitaci¨®n, le respond¨ªan: ¡°Estoy enfermo, se?or, no me puede pedir eso...¡±
Todos estos artesanos dejan constancia de lo mismo: a menudo se enfrentan a j¨®venes que no solo no tienen ningunas ganas de trabajar, sino que ni siquiera saben muy bien en qu¨¦ puede consistir eso. Las excepciones -que las hay, por supuesto, y muchas- son acogidas con alegr¨ªa y consideraci¨®n. Pero para la mayor¨ªa, estos son dos mundos que coexisten sin entenderse. Con la amarga sensaci¨®n de luchar por dar vida a una sociedad, un territorio, una cultura, levantar a pulso un pa¨ªs cuyas ¨¦lites solo creen a ciegas en la modernidad, el nomadismo y lo virtual. Ellos, en su peque?a ciudad, en su pueblo, solo sirven para pagar impuestos y contribuciones, pero no encarnan el futuro, no est¨¢n en la start up nation. Cuando la ministra habla sobre la capacitaci¨®n en un ¡°mundo en pleno cambio¡±, no piensa en ellos. Y sin embargo, como dice con esc¨¦ptica iron¨ªa el director del Hotel du Midi en Pierrefort, Auvernia: ¡°No s¨¦ si encontrar¨¢n a otros tan gilipollas como nosotros, porque nos estamos cansando. La fuente se va a secar ...¡±
En Touraine, un mec¨¢nico cuenta c¨®mo les da la bienvenida a sus aprendices. "?Dir¨ªas que est¨¢is aqu¨ª por pasi¨®n o por vocaci¨®n?¡± La mayor¨ªa elige la pasi¨®n. ¡°Os hab¨¦is equivocado de direcci¨®n¡±, les responde. ¡°Mi m¨¦dico es un apasionado de los coches, les dedica su tiempo libre. Pero no es su trabajo. La vocaci¨®n es la que har¨¢ que os pregunt¨¦is cu¨¢l es el fallo y os llevar¨¢ a repararlo a toda costa¡±. La distinci¨®n es sutil, pero esencial. En una sociedad que valora el placer individual y el disfrute inmediato, todos quieren cultivar su pasi¨®n. La vocaci¨®n, que es entrega, exigencia y largo tiempo, tiene mala prensa. La realizaci¨®n de uno mismo en una labor, en una profesi¨®n en la que una gran parte consiste en ponerse al servicio de un cliente para ofrecerle la mejor calidad posible, ahora parece algo rid¨ªculo. Trabajamos para nosotros mismos, para pagarnos los placeres, para saciar un deseo, si es posible cans¨¢ndonos poco, pero ciertamente no por la belleza del gesto.
En una sociedad que valora el placer individual, todos quieren cultivar su pasi¨®n. La vocaci¨®n, que es entrega, exigencia y largo tiempo, tiene mala prensa
?Qui¨¦n es el responsable de esta situaci¨®n? ?La Educaci¨®n nacional, que hace d¨¦cadas que ha erigido a la categor¨ªa de dogma el hecho de que, ante todo, nunca hay que exigir demasiado a un ni?o, nunca hay que empujarlo a que d¨¦ lo mejor de s¨ª mismo? ?Los padres, convencidos de que amar a un ni?o es ante todo ense?arle a no molestarse nunca demasiado, a reivindicar sus derechos en lugar de esforzarse? Al fin y al cabo, da igual. Pero todas esas leyes no cambiar¨¢n nada. Todos los discursos de los comunicadores del El¨ªseo ser¨¢n de poca ayuda ante esta situaci¨®n: la vocaci¨®n de sus ciudadanos es lo que hace grande a una naci¨®n. Se pueden ir a hacer g¨¢rgaras la econom¨ªa digital y los creadores de aplicaciones para tel¨¦fonos inteligentes, pero un pa¨ªs siempre necesitar¨¢ restauradores, mec¨¢nicos, fontaneros, electricistas, artesanos bien formados, amantes del trabajo bien hecho y orgullosos de hacer horas extras para terminar un trabajo. Artesanos que, por cierto, pagan impuestos y contribuciones, mientras los gigantes tecnol¨®gicos lo evitan. El mundo quiz¨¢ est¨¦ cambiando, pero sin esta parte inmutable, la modernidad es solo una ilusi¨®n. Y los gilipollas esperan un relevo que la m¨¢quina de fabricar incompetentes nunca les enviar¨¢.
Natacha Polony es columnista de Le Figaro.
Traducci¨®n de News Clips.
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