Las pioneras, como quitanieves
La cultura espa?ola no se lo puso f¨¢cil a las primeras literatas. Pronto comprendieron que su tiempo no hab¨ªa llegado, pero ejercieron de formidables quitanieves luchando por abrirse camino en medio de una cerrada misoginia
Cuenta R¨¹diger Safranski en su libro sobre la amistad entre Goethe y Schiller que cuando Madame de Sta?l anunci¨® al primero su pr¨®xima visita a Weimar, prevista para las Navidades de 1803, con el prop¨®sito de conocer al gran hombre, Goethe corri¨® consternado a casa de Schiller: ?qu¨¦ pretend¨ªa aquella notable mujer con su visita? Los dos amigos experimentar¨ªan un gran alivio cuando se fue, tres meses despu¨¦s de su llegada. Germaine Sta?l tampoco se mostr¨® muy entusiasta de sus conversaciones con los dos grandes poetas alemanes: no encontr¨® en Weimar ninguna de las cosas que le interesaban: algo de amor, poder o el brillo de la gran ciudad. Sin embargo, con aquella y otras visitas al pa¨ªs germano armar¨ªa un gran libro, De l¡¯Allemagne, decisivo en el conocimiento y la admiraci¨®n de franceses y espa?oles por la nueva cultura germ¨¢nica. Interesa subrayar aqu¨ª el estupor de Goethe: ?qui¨¦n quer¨ªa sostener una conversaci¨®n intelectual con una mujer, fuera de Par¨ªs, donde las mujeres s¨ª lograron abrir durante la Ilustraci¨®n un espacio de cultura maravilloso gracias a sus preciados salones? Mary Wollstonecraft se hab¨ªa hecho eco ya de los cambios que se avecinaban en su ensayo Vindicaci¨®n de los derechos de la mujer, analizado recientemente por Charlotte Gordon en una biograf¨ªa donde se considera aquella figura excepcional en relaci¨®n a su hija, Mary Shelley.
Concepci¨®n Arenal aport¨® ideas claves sobre la sociedad civil, pero no se cont¨® con ella
Desde luego, la cultura espa?ola no se lo puso f¨¢cil a las primeras literatas que creyeron en los nuevos ideales que inflamaron el romanticismo, a excepci¨®n de Juan Eugenio Hartzenbusch, su principal apoyo. Hartzenbusch, el hombre que amaba a las mujeres. Muy pronto, aquellas pioneras comprender¨ªan que su tiempo no hab¨ªa llegado, pero, en todo caso, ejercieron de formidables quitanieves luchando por abrirse camino con sus obras en medio de una cerrada misoginia. A la que firmar¨ªa m¨¢s adelante con el seud¨®nimo de Fern¨¢n Caballero, su padre, el influyente Nicol¨¢s B?hl de Faber, furioso con las ideas defendidas por Wollstonecraft, le escribi¨®: ¡°El d¨ªa que quemes sus Rights of Women ser¨¢ para m¨ª un gran d¨ªa¡±. Y es que su joven hija Cecilia, deseosa de recibir la bendici¨®n paterna, le hab¨ªa consultado qu¨¦ opinaba sobre el ensayo que tanto citaba y admiraba su madre, la tambi¨¦n literata gaditana Francisca Larrea. Para el c¨®nsul alem¨¢n, el libro no pod¨ªa ser m¨¢s da?ino: ¡°La esfera intelectual no se ha hecho para las mujeres. Dios ha querido que el amor y el sentimiento sean su elemento. Cuando ?caro se acerc¨® demasiado al sol, cay¨® al agua, y lo mismo sucedi¨® a madame Wollstonecraft. ?Por qu¨¦ son desgraciadas todas las mujeres sabias? ?Por qu¨¦ se las detesta? ?Por qu¨¦ se las ridiculiza, por lo menos?¡±. La forma de reaccionar a esa hostilidad generalizada que solo la tenacidad del feminismo ha conseguido disolver, al menos en amplios sectores de la sociedad, determinar¨ªa la trayectoria de cada literata. En general, limitaron su talento para evitar choques, se recluyeron en el misticismo o bien aceptaron una masculinizaci¨®n impuesta que las sum¨ªa en la mayor confusi¨®n sobre s¨ª mismas. Cuando Nicasio Gallego subray¨® el ¡°varonil vigor¡± de la literatura de Gertrudis G¨®mez de Avellaneda, ella responder¨ªa expresando sus dudas: ¡°Yo no lo s¨¦, creo que ning¨²n hombre ve ciertas cosas como yo las veo, pero no niego que nunca descoll¨¦ por cualidades femeninas¡±. Se entiende que las cualidades en las que estaba pensando eran el gusto por el hogar o las labores de aguja, pues la maternidad, aunque fugaz, s¨ª fue intensamente vivida por la novelista cubana.
Hoy se reescribe la tradici¨®n cultural desde el hartazgo de un orden que ignoraba a la mujer
El caso m¨¢s interesante en el conflicto que se plantea en el siglo XIX entre raz¨®n (hombre) y naturaleza (mujer) es el que ofrece Concepci¨®n Arenal, la pensadora (declino la palabra tambi¨¦n en masculino) m¨¢s importante del siglo XIX. Para poder abrirse camino intelectualmente se deshizo de cors¨¦s y crinolinas adoptando una c¨®moda indumentaria masculina en su juventud que le permiti¨® acceder, mal que bien, a las aulas universitarias y trabar s¨®lidas amistades. Sus ensayos sobre la moralidad p¨²blica, la necesidad de una sociedad civil concebida como contrapoder, el derecho de gentes o la urgencia de una reforma penitenciaria mostraban a las claras una inteligencia brillante, dominada por la lucidez. Sin embargo, su influencia ser¨ªa m¨ªnima y no se cont¨® con ella cuando t¨ªmidamente se abordaron las primeras reformas en el mundo penal. Vestirse de hombre no era suficiente, solo incrementaba su excentricidad y que la se?alaran con el dedo. Arenal adopt¨® un aspecto que transmit¨ªa una gran severidad, pero era solo un escudo protector ante la maledicencia. Por ello defendi¨® el derecho de las mujeres a intervenir activamente en la sociedad: ¡°?C¨®mo una mujer ha de ser empleada de aduanas? Solo pensarlo da risa. Pero una mujer puede ser jefe del Estado¡±. Era su razonamiento, porque no hay l¨®gica que justifique tan absurdo criterio: una mujer puede ser madre de Dios, pero no puede dedicar su vida al sacerdocio. Tampoco le servir¨ªan de mucho los dos ensayos. En su tiempo se acept¨® que su extra?a vocaci¨®n por la filosof¨ªa era fruto de una inteligencia masculina en un cuerpo de mujer, y as¨ª lo repet¨ªa la prensa una y otra vez, escribiendo con asombro sobre su talento viril, y desentendi¨¦ndose al mismo tiempo de la fuerza de sus ideas. La soledad moral de Arenal ir¨ªa en aumento hasta darse casi por vencida en los ¨²ltimos a?os. Casi, porque sigui¨® trabajando y publicando hasta el final. Una vez desaparecida, de su pol¨ªtica del esp¨ªritu, destinada a despertar a las ¨¦lites liberales, no han quedado m¨¢s que un par de frases. Pero sus correspondencias con el pensamiento de Martha Nussbaum son asombrosas: ambos se fundan en la empat¨ªa (que Arenal llamaba compasi¨®n) y tiene que ver con la idea de que es posible conectar con los otros, por diferentes que sean. No solo es posible, es un deber ¨¦tico el intentarlo, y con ello se fomenta una cultura c¨ªvica y verdaderamente democr¨¢tica. De ah¨ª su frase, inspirada en el Tartufo de Moli¨¨re, ¡°odia el delito y compadece al delincuente¡±.
Es posible que ahora, en plena reescritura de la tradici¨®n cultural, se vea con un cierto hartazgo la presencia femenina, pero est¨¢ respondiendo a la necesidad de romper con un orden ¡ªintelectual, cient¨ªfico, art¨ªstico, moral y econ¨®mico¡ª que ignoraba a la mujer como albergue del logos (la expresi¨®n es de Mar¨ªa Zambrano, vista por los poetas de su generaci¨®n como una pedante insufrible). Pi¨¦nsese en lo que puede ocurrir si a una ni?a le destruimos su voluntad, sus prop¨®sitos, sus preferencias y aficiones cuando no se ajusten a un modelo determinado. Si le negamos su derecho a saber y minimizamos su talento, exigi¨¦ndole, adem¨¢s, que su f¨ªsico sea el que nos conviene a nosotros. ?Qu¨¦ obtendr¨ªamos de toda esa presi¨®n? Pensar en ella ayuda a comprender de d¨®nde venimos.
Anna Caball¨¦ Masforroll es escritora y cr¨ªtica literaria. En septiembre publicar¨¢ Concepci¨®n Arenal. La caminante y su sombra (Taurus).
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