La desgracia y la gracia
Algunos dicen que la fatalidad ense?a; yo personalmente prefiero otros maestros, pero es que adem¨¢s dudo much¨ªsimo de esas ense?anzas.
Ya estamos otra vez aqu¨ª, en la vida real, en el comienzo del nuevo curso (el colegio nos dej¨® rutinas imborrables) y en el final de ese par¨¦ntesis de libertad y anomal¨ªa que son las vacaciones, un tiempo de gracia o quiz¨¢ de desgracia, porque nada en la vida puede ser tenido por seguro. Hace bastantes a?os escrib¨ª un cuento titulado Retrato de familia que trata de un matrimonio maduro que est¨¢ en una abarrotada playa en el mes de agosto. De repente, ¨¦l se empieza a sentir mal. Es un infarto y es probable que muera, as¨ª, de esta manera tan incongruente y tan rid¨ªcula, en traje de ba?o, con los pelos de la barriga al aire, tumbado sobre una toalla barata de lunares, rodeado de curiosos semidesnudos, oliendo a sal y a crema solar, escuchando el griter¨ªo de los ni?os y el batir de las olas, cegado por el cabrilleo de las aguas. Uno no se puede morir as¨ª, de vacaciones. Uno no deber¨ªa morirse nunca, pero bajo el sol y en una playa es aberrante, hay demasiada alegr¨ªa y demasiada luz para que triunfen las sombras. Sin embargo, la desgracia siempre sigue su marcha, indiferente. No hay felicidad que la detenga.
Leo, por ejemplo, que del 1 de enero al 15 de julio de 2018 han muerto ahogadas en Espa?a 159 personas (un tercio menos que el a?o pasado, por fortuna). Me acongoja imaginar esos 159 d¨ªas que comenzaron dichosos, el proyecto festivo de ir a la playa, a la piscina, al r¨ªo. Se preguntar¨¢n por qu¨¦ estoy escribiendo este art¨ªculo tan raro, tan morboso. Pues porque hace una semana mi perra peque?a, una atleta saltarina y joven, fue atropellada por un coche. Tiene v¨¦rtebras rotas, la han operado y metido ocho clavos, todos cre¨ªmos que se quedar¨ªa paralizada. Era una ma?ana feliz y la desgracia asom¨® su hocico amarillo. Y no puedes dejar de pensar con estupor en el instante anterior. Ah, si la hubiera llevado de la correa¡ O bien, en otras situaciones todav¨ªa m¨¢s graves que todos hemos vivido: si no hubiera cogido ese tren, si no hubiera conducido tan cansado, si no hubiera ido a esa fiesta¡ El instante de antes es de una belleza aterradora, es el tiempo perfecto de la dicha perdida. Aunque, reconozc¨¢moslo: cuando lo ten¨ªamos todo, no ¨¦ramos conscientes de tenerlo. S¨®lo al perder algo lo valoramos bien, s¨®lo al quebrarse brilla, as¨ª de necios somos.
Cuando lo ten¨ªamos todo, no ¨¦ramos conscientes de tenerlo. S¨®lo al perder algo lo valoramos bien, s¨®lo al quebrarse brilla, as¨ª de necios somos
Algunos dicen que la desgracia ense?a; yo personalmente prefiero otros maestros, pero adem¨¢s es que dudo much¨ªsimo de esas ense?anzas. Son mudables, vol¨¢tiles. Cu¨¢ntas veces he visto en otros y en m¨ª misma, a ra¨ªz de un mordisco de la desgracia, actos de contrici¨®n, prop¨®sitos de enmienda, estallidos de una sabidur¨ªa deslumbrante. Esta p¨¦rdida, nos decimos, me ha ense?ado a valorar el presente y la dulzura de todo lo que poseo. Pues no: son palabras de humo que el viento desbarata. Al poco tiempo volvemos a ser igual de descuidados e insensatos. Me reafirmo: la desgracia no ense?a. Pero atenci¨®n, tranquilos: lo que ense?a es la gracia. En esta cr¨ªtica semana de congoja, metida en un hospital veterinario fuera de Espa?a, me he sentido bendecida por la gracia mayor, por la generosidad de tanta gente, por la maravilla de los amigos. Personas que se ofrecen a cogerse un avi¨®n y venir a ayudarme, hombres y mujeres que me cuentan historias sanadoras y consoladoras, que me dan su aliento, que se postulan para cuidar a la perra o para llevarla a la fisioterapia. Es el milagro sin fin de la buena gente.
Y tambi¨¦n, y este es el mayor prodigio, la constataci¨®n de la fuerza misma de la vida. Para pasmo de todos, esta perra m¨ªa cabezota y tenaz est¨¢ caminando contra todo pron¨®stico. Pero hay un aprendizaje a¨²n m¨¢s importante: en estos d¨ªas me han contado multitud de casos de animales accidentados, cojos y tuertos, que han seguido viviendo tan felices. Los he visto en v¨ªdeos saltando tan alegres con tres patas, libres de la podrida frustraci¨®n, del peso de la p¨¦rdida que nos reconcome a los humanos. Esa es la verdadera gracia, saber vivir con lo que uno es y lo que uno tiene. Tenemos tanto que aprender de los otros animales. Ni pena ni miedo, como dice el poeta Ra¨²l Zurita.?
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