Ideolog¨ªas, ?amanecer o crep¨²sculo?
Una cosa es que la confusi¨®n reinante muestre que no podemos vivir sin ideas, valores y principios y otra bien distinta que el denominado rearme ideol¨®gico sea propiamente tal y sirva para aquello para lo que se le necesita
No quisiera incurrir en el consabido error de confundir la an¨¦cdota con la categor¨ªa, pero tengo la sensaci¨®n de que en los ¨²ltimos tiempos el prefijo pos ya no nombra, como anta?o, un territorio in¨¦dito, por explorar, al que se viajaba con la esperanza de superar las limitaciones e insuficiencias del presente. Ese car¨¢cter presuntamente inexplorado del nuevo territorio no imped¨ªa que se diera por descontado que en ¨¦l se conten¨ªa la herencia del pasado (ejemplos pr¨®ximos en filosof¨ªa vendr¨ªan representados por el posestructuralismo, la posmetaf¨ªsica o incluso por la propia posmodernidad). Ahora, en cambio, el mismo prefijo no solo parece designar el abandono de ese legado que se pretende dejar atr¨¢s, sino que destaca, sobre todo, el ingreso en las regiones de lo inane y carente de todo valor (ejemplo paradigm¨¢tico: la posverdad).
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Quien considerara que, en efecto, la hermen¨¦utica del prefijo no da tanto de s¨ª (o, por decirlo con un lenguaje coloquial, que estamos cogiendo el r¨¢bano de una part¨ªcula por las hojas de su uso para extraer rendimiento te¨®rico de algo en ¨²ltima instancia irrelevante), tal vez podr¨ªa argumentar que no es el pos el ¨²nico prefijo del que nos servimos para parecidos menesteres y que, por ejemplo, tambi¨¦n el neo intenta nombrar la evoluci¨®n en materia de ideas. Es cierto, pero valdr¨ªa la pena preguntarse hasta qu¨¦ punto el cambio de aquel prefijo por este otro expresa realmente un cambio de valoraciones. Porque es un hecho que, cada vez con mayor frecuencia, el prefijo neo, m¨¢s que indicar una aut¨¦ntica y profunda actualizaci¨®n de lo que se nombra a continuaci¨®n, sirve para designar un mero maquillaje o cambio de las apariencias que no altera el fondo el asunto. En definitiva, tiende a ser utilizado para advertir de que, siguiendo con el lenguaje coloquial, estamos ante los mismos perros solo que con distintos collares. En el ¨¢mbito del discurso pol¨ªtico esto parece claro: suelen ser los adversarios los que utilizan expresiones como neoconservadurismo, neoliberalismo, neoanarquismo, neocomunismo o cualquier otra similar para descalificar por falsamente nuevos a aquellos a quienes pretenden atacar.
Ahora bien, ?basta con estas simples constataciones terminol¨®gicas para concluir que uno de los rasgos m¨¢s espec¨ªficos de lo que sucede en materia de pensamiento en nuestros d¨ªas es precisamente el completo abandono del mismo? Tal vez no todav¨ªa, pero lo que s¨ª cabe afirmar es que el desplazamiento en la superficie del significado resulta expresivo, por sintom¨¢tico, de movimientos profundos en el estrato subyacente de las ideas. No puede ser casual ni obvio que en dicho territorio hayamos sustituido casi de manera sistem¨¢tica la superaci¨®n por el abandono, o que hayamos renunciado a la expectativa de ser, al menos, ep¨ªgono o postrimer¨ªa de algo importante para conformarnos con la triste condici¨®n de sus enterradores o, en el mejor de los casos, su simple reedici¨®n vergonzante.
Desconfiemos de la utilidad pr¨¢ctica de las afirmaciones que logran un respaldo casi un¨¢nime
Es precisamente sobre este fondo sobre el que se deben interpretar algunos movimientos y tendencias que ocupan en los ¨²ltimos tiempos el centro del escenario de lo p¨²blico. Y no hay por qu¨¦ ocultar que alguna de ellas parece ir en direcci¨®n contraria a lo se?alado hasta aqu¨ª. De hecho, no han faltado analistas que han insistido mucho en que la clave para explicar tanto las crisis como los subsiguientes procesos de renovaci¨®n que se han producido recientemente en los dos grandes partidos nacionales han tenido que ver con esto. Seg¨²n tal hip¨®tesis, habr¨ªan sido los vac¨ªos ideol¨®gicos los que habr¨ªan provocado en unos, los conservadores, la p¨¦rdida de base activista, mientras que en otros, los de izquierda, la confusi¨®n ideol¨®gica habr¨ªa terminado por alimentar la desvertebraci¨®n organizativa. En todo caso, ambos habr¨ªan reaccionado de id¨¦ntica manera: intentando recargar su mochila de ideas.
Sin embargo, una cosa es que el vac¨ªo o la confusi¨®n ideol¨®gicos hagan patente que no podemos vivir (y, sobre todo, actuar) sin ideas, valores y principios, y otra bien distinta que eso que ahora tiende a llamarse ¡ªun tanto pomposamente, la verdad¡ª rearme ideol¨®gico sea propiamente tal y, por tanto, sirva para aquello para lo que se le necesita. Si pensamos en la derecha, una aproximaci¨®n, por ligera que sea, a lo que en las ¨²ltimas semanas se ha presentado como su particular reideologizaci¨®n basta para constatar que aquello que se anunciaba de manera reiterada con la palabra en cuesti¨®n no pasaba de ser una mera invocaci¨®n a llevarla a cabo, ayuna del menor desarrollo te¨®rico. Una invocaci¨®n en la que los contenidos que permitir¨ªan visualizar, siquiera fuera m¨ªnimamente, el modelo de sociedad que los conservadores tienen en la cabeza se ve¨ªan sustituidos por palabras-fetiche (vida, libertad, patria¡) de car¨¢cter m¨¢s emotivo-movilizador que descriptivo.
Un patchwork de difusa inspiraci¨®n progresista ha sustituido al horizonte socialdem¨®crata
Aunque, del otro lado, tampoco parece que en la izquierda la cosa est¨¦ como para lanzar las campanas al vuelo. Se dir¨ªa que hemos sustituido el horizonte socialdem¨®crata por un patchwork de difusa inspiraci¨®n progresista que intenta dar satisfacci¨®n a los diversos y heterog¨¦neos sectores sociales m¨¢s receptivos a sumarse a este proyecto pol¨ªtico. Y as¨ª, a la hora de describir los rasgos definitorios de la propuesta, quienes deber¨ªan hacerlo acostumbran a lanzar una serie de gui?os de ojo para que ninguno de los presuntos nuestros se pueda considerar excluido. De tal manera que se dir¨ªa que ser socialdem¨®crata en nuestros d¨ªas ha pasado a resultar la suma de ser (o considerarse, que tanto da a los presentes efectos) ecologista, feminista, europe¨ªsta, modernizador, alguna determinaci¨®n m¨¢s... y comprometido socialmente. Esta ¨²ltima expresi¨®n, ciertamente gen¨¦rica, ser¨ªa todo lo que quedar¨ªa de la vieja aspiraci¨®n a la redistribuci¨®n como forma de acabar con las desigualdades, caracter¨ªstica de la socialdemocracia.
Obviamente, todas estas cosas, as¨ª como otras de parecido tenor, est¨¢n muy bien. Y, sobre todo, est¨¢n mejor que sus contrarias. ?Qui¨¦n de entre nosotros no considera deseable, pongamos por caso, una sociedad paritaria, abierta, comprometida e intergeneracional? Pero desconfiemos, por principio, de la utilidad pr¨¢ctica de aquellas afirmaciones que obtienen un respaldo casi un¨¢nime, a las que nadie se atreve a oponerse. Y si antes se dijo que la cuesti¨®n no es la invocaci¨®n de la necesidad del rearme ideol¨®gico, cosa en la que parece haber una coincidencia abrumadora, sino el contenido del mismo, tal vez ahora habr¨ªa que afirmar que si consideramos deseable una sociedad con las cualidades mencionadas hace un momento es porque nos parece m¨¢s susceptible de ser transformada. Sin embargo, es el signo concreto de esa transformaci¨®n lo que por lo visto nadie parece sentirse en condiciones de definir.
Manuel Cruz es catedr¨¢tico de Filosof¨ªa Contempor¨¢nea en la Universidad de Barcelona y portavoz del PSOE en la Comisi¨®n de Ciencia, Innovaci¨®n y Universidades del Congreso de los Diputados.
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