Por qu¨¦ la gente visita los lugares donde se rodaron sus ficciones favoritas
Lo primero que me atrajo o inquiet¨® fue ¨Ccomo casi siempre¨C una palabra. Es cierto que el ingl¨¦s tiene esa plasticidad que le permite retorcerlas sin pedir permiso a ning¨²n grupo de guardianes autoconvocados; es cierto que el ingl¨¦s no tiene siquiera esos guardianes autoconvocados. Y es cierto, tambi¨¦n, que muchas de sus palabras terminan siendo nuestras. En este caso la palabra era set-jet: tropec¨¦ con ella en un art¨ªculo de The New York Times y cre¨ª que se hab¨ªan equivocado; tantos a?os de escuchar jet-set.
(La palabra jet-set ¨Cy sus jet-setters¨C se acu?¨® en los a?os cincuenta para hablar de esos afortunados que viajaban en aquellos aviones nuevos tremebundos que volaban sin h¨¦lices, los jets. La expresi¨®n, dicen los diccionarios, reemplazaba a caf¨¦ society, la forma anterior de llamar a los ricos y famosos. Ya no se los defin¨ªa por el lugar donde estaban sino porque estaban en muchos lugares, y todo empezaba a ser distinto.)
La palabra jet-set ¨Cy sus jet-setters¨C se acu?¨® en los a?os cincuenta para hablar de esos afortunados que viajaban en aquellos aviones nuevos tremebundos que volaban sin h¨¦lices, los jets
Ahora, cuando viajar en jet perdi¨® toda distinci¨®n, aparecen el set-jet y los set-jetters. La palabra tiene autor: la invent¨® hace diez a?os una ex columnista del New York Post, Gretchen Kelly, pero reci¨¦n se empieza a difundir ¨Cporque la actividad aumenta.
El art¨ªculo del Times, sobre Croacia, explica que los jet-setters ¡°son gente que viaja por el mundo en busca de las localizaciones reales de sus universos ficcionales favoritos¡±. Y que la tendencia crece: en Dubrovnik, por ejemplo, donde se rodaron partes de Juego de Tronos, hubo 300 tours relacionados con la serie en 2015 y el a?o pasado ya fueron 4.500.
Hay tantos m¨¢s lugares. Algunos de los m¨¢s visitados son el Tom¡¯s Restaurant, en el Upper West de Nueva York, donde sol¨ªa filmarse Seinfeld, o el Highclere Castle, en Hampshire, Inglaterra, donde se rod¨® Downton Abbey, o unos desiertos de Albuquerque, New Mexico, donde se hac¨ªa Breaking Bad. Hay, sobre todo, esa necesidad de ir a mirar la realidad de las ficciones.
Que, antes de tener nombre, sol¨ªa ser un juego de ni?os. O por lo menos lo fue a partir del invento de un se?or, Walt Disney, en esos a?os en que los jets aparec¨ªan. Se le ocurri¨® que a sus millones de peque?os consumidores les gustar¨ªa ver sus patos Donalds, ratones Mickeys y otras Cenicientas en carne y pl¨¢stico, y fund¨® Disneylandia. Ahora, los ni?os en que nos hemos convertido hacemos eso mismo pero m¨¢s.
Es casi l¨®gico: nos pasamos horas y horas mirando mundos inventados para que los miremos, haciendo que la distinci¨®n entre ficci¨®n y realidad se vuelva m¨¢s y m¨¢s confusa. ?C¨®mo sostener que esas im¨¢genes y esas personas nos son menos reales que la gente que vemos en el metro, que atendemos en la ventanilla, que cruzamos en las calles del centro ¨Csi las conocemos mucho m¨¢s, nos importan mucho m¨¢s, las seguimos semana tras semana? Y entonces nos excita ir a ver d¨®nde suceden sus vidas de pixeles. En un mundo donde casi todo es decorado, donde las noticias suelen ser puestas en escena, donde los pol¨ªticos son actores de reparto y la palabra programa ya no es pol¨ªtica sino televisiva ¨Cdonde nada existe si no est¨¢ en la tele¨C, la peregrinaci¨®n tiene sentido.
Lo hacemos todo el tiempo. Lo hace el futbolero cuando va a la cancha para ver c¨®mo son los vol¨²menes de eso que siempre ha visto plano; lo hace el turista cuando va a Par¨ªs para pararse ante esa torre de hierro tan mirada, a Roma frente a su coliseo. El set-jetting es un destilado de turismo, sus esencias: ir a ver lo que has mirado tantas veces, hacerte el selfie all¨ª, meterte en esa imagen. Entrar en ese mundo, confirmarlo: llegar, por fin, a los sitios donde tambi¨¦n pasas tu vida.
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