Homero y Podemos
La Transici¨®n fue tambi¨¦n un momento pri¨¢mico-aquilineo, un intento por buscar ese punto de encuentro
Hay una escena de la Il¨ªada, ubicada casi al final del libro, en la que Pr¨ªamo, rey de los troyanos, acude a Aquiles a escondidas para que le entregue el cad¨¢ver de su hijo H¨¦ctor, ¡°matador de hombres¡±, y poder darle as¨ª digna sepultura. Nada pod¨ªa unir menos a estos dos hombres. Uno hab¨ªa asesinado a su hijo, y el otro, ni m¨¢s ni menos que el jefe de sus enemigos, era adem¨¢s el padre de quien acab¨® con la vida de su querid¨ªsimo amigo Patroclo. Sorprende, por tanto, que Aquiles, famoso por sus ataques de c¨®lera, no solo no lo liquidara al instante, sino que incluso accediera a entregarle el cad¨¢ver. Es el conmovedor instante en el que ambos caen en la cuenta de su com¨²n humanidad, que los v¨ªnculos que establece su dolor compartido y su condici¨®n de mortales son m¨¢s fuertes que el implacable destino que les obliga a enfrentarse. Ir¨®nicamente, un libro destinado a glorificar al vencedor de una guerra acaba mostrando la infinita inutilidad de esta, y c¨®mo ese dolor tan primario une m¨¢s al final que cualquier adscripci¨®n partidista.
Por alguna raz¨®n que seguramente se arraiga en el recuerdo de mis torpes intentos por desentra?ar el texto de Homero en el colegio, no he podido evitar una conexi¨®n entre esa escena y el v¨ªdeo de los dos viejos excombatientes de la guerra civil. Y es extra?o, porque nuestra guerra carece de toda ¨¦pica, en ella no hay nada heroico que narrar. Con la guerra de Troya solo tiene en com¨²n ese enorme desperdicio de vidas humanas que se esconde detr¨¢s de toda contienda b¨¦lica, y c¨®mo gente an¨®nima como nuestros dos ancianos se ven arrastrados a participar en la masacre. Pero su gesto de reconciliaci¨®n muestra un asombroso paralelismo con aquella situaci¨®n.
En cierto sentido, la Transici¨®n fue tambi¨¦n un momento pri¨¢mico-aquilineo, un intento por buscar ese punto de encuentro. Quedan todav¨ªa muchos ca¨ªdos en las cunetas que, como H¨¦ctor, esperan digna sepultura, pero al menos conseguimos superar la din¨¢mica de vencedores y vencidos. Por eso extra?a que Podemos siga manteniendo abierta la herida del enfrentamiento civil, insista en negar que viejos contendientes puedan darse la mano y regocijarse de que sus nietos escaparan a esos antagonismos destructivos.
No hay nada intr¨ªnsecamente malo en repolitizarlo todo o en preferir pol¨ªticas de confrontaci¨®n en vez de pol¨ªticas de consenso, algo que adem¨¢s no se corresponde con lo que de hecho viene practicando. Homero era bien consciente tambi¨¦n de que aquella uni¨®n entre los dos contendientes era un hecho aislado en la guerra infinita. Pero algo hemos avanzado desde entonces. Ahora la sublimamos a trav¨¦s de la pac¨ªfica confrontaci¨®n dial¨¦ctica. Por eso nuestra Transici¨®n se nutri¨® de esos dos elementos que H. Arendt consideraba esenciales para una vida com¨²n exitosa: el perd¨®n y la promesa. El perd¨®n ayuda a sanar las heridas del pasado; la promesa asienta los pilares sobre los que construimos el futuro. ?Parece mentira que haya que volver a Homero para acabar de entenderlo!
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