Elevemos la calidad del debate
Nadie pretende eliminar la discrepancia como espacio natural para la leg¨ªtima competencia entre proyectos pol¨ªticos diferentes
Hay evidencias que demuestran una p¨¦rdida acelerada de la calidad actual del debate pol¨ªtico en Espa?a. Con toda seguridad surgir¨ªan algunas discrepancias si nos proponemos determinar las causas que explican esta situaci¨®n. Tampoco ser¨¢ f¨¢cil consensuar qui¨¦nes y en qu¨¦ grado acumulan un grado mayor de responsabilidad en lo que nos ocurre. M¨¢s all¨¢ de cualquier matiz, parece obvio que ser parte del Gobierno o, en su caso, disponer de un acta de diputado en el Parlamento incrementa el compromiso que se adquiere al poder impulsar una agenda y ordenar las claves de su discusi¨®n. Hacerlo de forma que no da?e el marco institucional vigente y atienda con lealtad a las preferencias de voto de la sociedad es una obligaci¨®n pol¨ªtica y moral que encuentra su fundamento en una cultura democr¨¢tica s¨®lida.
Con todo, basta observar los ¨²ltimos debates en el Parlamento para constatar lo alejados que estamos hoy de tal aspiraci¨®n. Las formas y el fondo de la conversaci¨®n p¨²blica poco tienen que ver con la creaci¨®n de un espacio que permita, entre todos, atender a las preocupaciones m¨¢s inmediatas, sin olvidar la necesidad de consolidar un proyecto s¨®lido de pa¨ªs. La subordinaci¨®n de toda acci¨®n pol¨ªtica a un rendimiento electoral inmediato imposibilitan un debate en profundidad encaminado a alcanzar respuestas consensuadas para, entre otros, ordenar la gesti¨®n de los flujos migratorios, luchar contra la desigualdad, garantizar la sostenibilidad del sistema p¨²blico de pensiones, definir las coordenadas de una pol¨ªtica cient¨ªfica que estimule nuestro mapa investigador y act¨²e como palanca de transformaci¨®n de nuestro tejido industrial, mejorar las condiciones de nuestro mercado de trabajo, erradicar la violencia contra las mujeres, configurar la arquitectura fiscal que permita obtener los recursos que demandan nuestras pol¨ªticas p¨²blicas, acordar la seguridad que necesitamos, definir c¨®mo nos relacionarnos con el mundo, perfeccionar nuestro sistema institucional o replantear de forma serena nuestro marco de convivencia.
No puede dejarnos indiferentes el grave deterioro que hoy alcanza la gesti¨®n de la discrepancia pol¨ªtica dentro y fuera de las instituciones. Habr¨¢ quien piense que, m¨¢s all¨¢ de lo que apunten los grandes tratados sobre las virtudes que deben acompa?ar al ?arte de la pol¨ªtica?, la realidad del ejercicio del poder se configura siempre en t¨¦rminos muy poco nobles. Con todo, no creo que sea mucho pedir definir el grado de toxicidad que una sociedad est¨¢ dispuesta a tolerar para su espacio p¨²blico. Nadie pretende eliminar la discrepancia como espacio natural para la leg¨ªtima competencia entre proyectos pol¨ªticos diferentes. Ni siquiera hace falta que sus se?or¨ªas reduzcan la dureza con la que se interpelan, si es as¨ª como creen que deben interpretar su mandato representativo. Nos basta, de momento, con que eleven significativamente el nivel y la profundidad con el que afrontan los contenidos de la agenda pol¨ªtica. Resultar¨ªa una magn¨ªfica expresi¨®n de respeto hacia todo lo que representan.
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