El mejor caf¨¦ del mundo
En su novela '4321', Paul Auster describe los cambios urbanos de los principales escenarios de su vida: Newark y Nueva York
Adem¨¢s de un retrato cu¨¢druple de un ¨²nico personaje, por el que se cuela la propia vida de su autor, el escritor Paul Auster, su monumental ¨²ltima novela, 4321 (Seix Barral) es m¨¢s sobresaliente por el logro ¡ªlo que consigue narrar¡ª que por su tama?o, a pesar de las 957 p¨¢ginas de la versi¨®n en castellano, de Benito G¨®mez Ib¨¢?ez. El libro recorre a la vez el tiempo ¡ªlos a?os cincuenta y sesenta en las localidades que rodean la ciudad de Nueva York¡ª y la vida urbana en Manhattan y sus alrededores. Detallista, certero, ¨¢gil y sobrecogedor, m¨¢s all¨¢ del inolvidable relato (no s¨¦ qu¨¦ superlativo m¨¢s usar para dejar constancia de lo extraordinario que me ha parecido) sorprenden en esta novela las enormes coincidencias de aquella ¨¦poca de disturbios con el momento actual.
Lo que se cuenta son los a?os del asesinato de Kennedy y de Martin Luther King. El tiempo en que en las m¨¢s destacadas universidades apenas hab¨ªa negros. Los lustros en los que las mujeres comenzaban a estudiar masivamente en Estados Unidos, por lo menos las pertenecientes a las clases peque?o burguesas. Pero se cuenta todo desde la cotidianidad, no desde la visi¨®n hist¨®rica. As¨ª, lo real ¡ªlos d¨ªas y las calles frente a los a?os y los monumentos¡ª construye el escenario de esta novela de tal manera que si la adolescencia de un muchacho siempre tiene algo en com¨²n con todas las adolescencias ¡ªpor distinta que sea su suerte y contexto¡ª tambi¨¦n hay algo que conecta la relaci¨®n con las ciudades, por mucho que hayan cambiado estas. O nosotros. Vean algunos ejemplos:
¡°Nueva York se desmoronaba. Los edificios, las aceras, los bancos, las alcantarillas, las farolas, las placas con el nombre de las calles, todo cuarteado o roto cay¨¦ndose a pedazos, centenares de miles de j¨®venes combatiendo en Vietnam, a los muchachos de la generaci¨®n de Ferguson los enviaban al matadero por motivos que nadie hab¨ªa justificado de forma plena ni adecuada, los ancianos que mandaban hab¨ªan perdido la noci¨®n de la verdad, las mentiras eran ya la moneda oficial del discurso pol¨ªtico en Norteam¨¦rica, y cualquier cafeter¨ªa de mala muerte infestada de cucarachas a todo lo largo y ancho de Manhattan ten¨ªa un letrero de ne¨®n en el escaparate que pregonaba: EL MEJOR CAF? DEL MUNDO¡±.
No sabr¨ªa por d¨®nde empezar a recomendarles este libro, una especie de Boyhood multiplicado por cuatro con trasfondo pol¨ªtico y frases escritas en estado de gracia. La novela est¨¢ plagada de reflexi¨®n que se lee como acci¨®n. De observaciones que se podr¨ªan aplicar a cualquier profesi¨®n ¡ªincluida la de arquitecto¡ª y, afortunadamente, no a tantas personas: ¡°Se hablaba a s¨ª mismo en vez de tratar de llegar a los dem¨¢s¡±.
En el libro van a ver desfilar dilemas ¨¦ticos y problemas de herencias familiares. Reconocer¨¢n a los que timan o roban por las acciones exageradamente generosas que suelen acompa?ar al hurto para tratar de compensar el robo todav¨ªa no descubierto. Ver¨¢n, adem¨¢s, en uno de los ¨¢lter ego de Auster, la inc¨®moda posici¨®n en contra de los que est¨¢n en contra.
Paul Auster escribi¨® este hito hace dos a?os y la traducci¨®n espa?ola es del a?o pasado. No se trata pues de una novedad. Aunque yo no haya tenido hasta hace poco la oportunidad, y el inmenso placer, de leerlo. Lo he hecho con el ejemplar de la biblioteca p¨²blica del lugar donde paso el verano. Y m¨¢s all¨¢ de recomendarlo, incansable ¡ªy cansinamente, me temo¡ª, me ha parecido importante explicar que he visto el mundo y la vida en sus p¨¢ginas. Tambi¨¦n lo que ocurre cuando un escritor maduro deja de mirarse al ombligo y lejos de continuar pensando u obsesion¨¢ndose con sus genialidades, se para a observar lo importante de la vida: lo que pasa por las calles, lo que ocurre en las cocinas, lo que se transforma y te transforma.
Es cierto que cualquier novela tiene escenarios arquitect¨®nicos, puesto que la vida sucede en edificios, en ciudades y a veces en el campo. Saben los amables lectores de este blog que un par de veces al a?o remito al espacio p¨²blico, o privado, descrito en novelas que juzgo destacables. En este caso, la escena arquitect¨®nica est¨¢ multiplicada por cuatro. La provinciana vida en Newark, a pocos kil¨®metros de Manhattan, contrapuesta con la formaci¨®n que proporciona a un adolescente caminar por las calles de la gran manzana. El neog¨®tico de la universidad de Princeton frente a la colonizaci¨®n del norte de la ciudad perpetrada por la Universidad de Columbia.
Justamente en ese escenario complejo y plural, en el norte de Manhattan, se organiza uno de los momentos culminantes del relato: una defensa por parte de los privilegiados estudiantes de los derechos de sus vecinos negros. Sucede cuando la Universidad de Columbia ha conseguido permiso del Ayuntamiento neoyorquino para construir un nuevo gimnasio de miles de metros en suelo p¨²blico. La decisi¨®n est¨¢ justificada porque los deportistas universitarios est¨¢n alcanzando los primeros puestos en las competiciones nacionales. Sin embargo, el proyecto estipula que los vecinos de Morningside Heights, el barrio al norte de Manhattan colindante con Harlem donde se encuentra esta universidad, solo podr¨¢n acceder a un 15% de las instalaciones. Corre 1968 y un grupo numeroso de estudiantes pone en juego sus estudios y sus privilegios para protestar por lo que no consideran justo. Como los locales que aseguran tener el mejor caf¨¦ del mundo, la defensa de lo p¨²blico como parte de la educaci¨®n es algo que hoy contemplamos con nostalgia.
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.