Antes de que me mojen
En nuestra ¨¦poca, el nivel de exigencia demente ha llegado al punto de que, antes de que nada ocurra, muchos ya protestan furiosamente ¡°por si acaso¡±
UNA DE LAS PEL?CULAS aclamadas este a?o, Tres anuncios en las afueras de Ebbing, Missouri, de Martin McDonagh, me ha parecido un reflejo fiel de nuestra ¨¦poca, seguramente sin pretenderlo. No creo destriparle nada importante a nadie si cuento lo siguiente (pero abst¨¦nganse de leerlo los quisquillosos): la hija del personaje interpretado por Frances McDormand (lo peor de la pel¨ªcula: se limita a poner caras desafiantes y encabronadas, y por tanto obtuvo el ?scar) fue violada y asesinada salvajemente hace unos siete meses. La polic¨ªa no ha encontrado al culpable ni ha hecho detenci¨®n alguna, lo cual McDormand achaca a desinter¨¦s y dejaci¨®n de sus funciones. La mayor¨ªa de los polic¨ªas, como casi todos los de los pueblos en el cine estadounidense, son brutales y racistas. La reacci¨®n de los vecinos contra McDormand por la colocaci¨®n de los tres carteles denunciatorios es propia de cafres y desmedida, con lo que el espectador toma partido por la madre doblemente herida. Seg¨²n avanza la historia, sin embargo, es ella la que se comporta de manera cada vez m¨¢s desproporcionada, y adem¨¢s se intuye que quiz¨¢ no hubo dejaci¨®n por parte de la polic¨ªa local, sino que realmente no hab¨ªa pistas que condujeran a la detenci¨®n de nadie. Hay casos dif¨ªciles de resolver o que no se resuelven nunca. Y eso es lo que la madre no parece entender ni acepta. Quiere detenciones, m¨¢s o menos fundadas. (Sin ser nada del otro mundo, Tres anuncios se va viendo con agrado, pese a los palos en las ruedas de su protagonista.)
Si digo que la veo como un reflejo de nuestra ¨¦poca es porque esa actitud exigente hasta lo irracional se va extendiendo, desde hace lustros, a velocidad de v¨¦rtigo. Demasiada gente se empe?a en que las cosas sean como ella quiere, aunque eso resulte imposible. Demasiada cree tener derechos ilimitados, cuando s¨®lo tenemos unos cuantos. Hace ya a?os puse este ejemplo paradigm¨¢tico de este ego¨ªsmo enloquecido: la cr¨®nica televisiva desde Roma, cuando Juan Pablo II estaba moribundo, mostr¨® a una se?ora espa?ola que se quejaba airada de que no se asomara el Papa. Alguien le explicaba que el hombre estaba en las ¨²ltimas, a lo que ella respond¨ªa carg¨¢ndose de raz¨®n: ¡°Ya, pero es que yo estoy aqu¨ª estos d¨ªas, y si no sale al balc¨®n ya no podr¨¦ verlo¡±. La obligaci¨®n del agonizante pont¨ªfice era arrastrarse hasta all¨ª para darle gusto a la se?ora cuando a ella le conven¨ªa. Lo mismo sucede con esos ba?istas que, si ven bandera roja en la playa, se indignan y se meten en el agua poniendo en riesgo sus vidas y tal vez la de un socorrista que deba lanzarse a rescatarlos. ¡°Ah¡±, suelen argumentar, ¡°es que para tres d¨ªas de vacaciones que tengo, no me los van a chafar los de la bandera roja¡±. Como si quienes la izan lo hicieran por fastidiarlos arbitrariamente y no para protegerlos. Demasiada gente no admite la existencia del azar, ni de los accidentes, ni de las contrariedades, ni de los imponderables. Este verano se arm¨® un mot¨ªn porque no s¨¦ qu¨¦ famoso disc-jockey se vio varado en Rusia al suspenderse all¨ª los vuelos por inclemencias del tiempo, y no pudo desplazarse a Cantabria, donde ten¨ªa una actuaci¨®n programada. El p¨²blico que lo aguardaba mont¨® en c¨®lera pese a que el dj se disculp¨®, dio explicaciones y prometi¨® cumplir m¨¢s adelante con su compromiso, y los organizadores ofrecieron devolver el dinero a quienes lo deseasen. Las personas acostumbraban a entender lo que se llamaba ¡°causas de fuerza mayor¡±. Ahora no. Si el Papa deb¨ªa reptar por el suelo gastando en ello su postrer aliento, el dj ten¨ªa que haber previsto el mal tiempo y haber emprendido viaje en tren desde Mosc¨², fechas antes, para complacer a sus c¨¢ntabros.
El nivel de exigencia demente ha llegado al punto de que, antes de que nada ocurra, muchos ya protestan furiosamente ¡°por si acaso¡±. Cuando todav¨ªa se ignoraba si Arabia Saudita cancelar¨ªa o no el encargo de unas corbetas a los astilleros gaditanos (por lo de las bombas y eso), sus trabajadores ya estaban cortando carreteras e incendiando neum¨¢ticos ¡°por si acaso¡±. Ellos, y muchos otros, me recuerdan a Don Quijote cuando decidi¨® ¡°hacer locuras¡± en unos riscos (cabriolas en pa?os menores, creo) para que Sancho se las relatara a Dulcinea, que por fuerza no le hab¨ªa sido infiel ni hab¨ªa hecho nada. Y Don Quijote le dice a su escudero, m¨¢s o menos (cito de memoria y que me perdone Francisco Rico; Cervantes ya s¨¦ que s¨ª): ¡°As¨ª entender¨¢ que, si en seco hago esto, ?qu¨¦ hiciera en mojado?¡±. Es decir, si me comporto de este modo sin causa ni motivo, c¨®mo reaccionar¨ªa si me los proporcionara. Hoy lo llamar¨ªamos ¡°acciones preventivas¡±, a las que el mundo es cada vez m¨¢s adicto. ¡°A¨²n no ha pasado nada, a¨²n no me han perjudicado; pero protesto y destrozo de antemano para que no se les ocurra perjudicarme¡±. En la pel¨ªcula mencionada dudo que el espectador vea a McDormand como un caso de intolerancia a la frustraci¨®n (comprensible) y exigencia chiflada. ¡°Quiero culpables¡±. ¡°Ya, y nosotros tambi¨¦n, pero es que no los encontramos. ?Quiere usted que nos los inventemos?¡± La respuesta (deduzco yo al menos) parece ser: ¡°S¨ª. No me importa. Ustedes tienen la culpa de no encontrarlos¡±. As¨ª no podemos seguir ninguno, espero que est¨¦n de acuerdo.?
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