La evoluci¨®n, en sus manos
Pese a que se inspiren en la naturaleza, sin embargo, las obras de ingenier¨ªa no son producto de un proceso evolutivo
En la mitolog¨ªa no hay nada m¨¢s f¨¢cil que crear un ser vivo. Llega un dios por ah¨ª, hace un semidi¨®s con tres de pipas y encima luego se lo carga infligi¨¦ndole gran da?o y penalidad. Seg¨²n el folclore jud¨ªo, talm¨²dico y b¨ªblico, un hombre sabio puede dotar de vida a una efigie ¡ªel g¨®lem¡ªsin m¨¢s que hallar una permutaci¨®n de letras que forme uno de los infinitos nombres de Dios. Bueno, supongo que eso ser¨ªa f¨¢cil en la ¨¦poca, antes de que Cantor descubriera que los infinitos, como casi todo en este mundo, se organizan en una jerarqu¨ªa que ni Dios puede violar. Tambi¨¦n Gepetto insufl¨® vida a Pinocho por arte de magia y de forma instant¨¢nea, como hizo Mary Shelley con su Frankenstein hace dos siglos. Esperemos, por cierto, que el bicentenario no se quede en esa pel¨ªcula que no est¨¢ a la altura del mundo real. Hagamos otra, al menos.
Para desconcierto de mit¨®logos y guionista, los seres vivos no se crean as¨ª. Nunca. Un ser vivo, como el g¨®lem, Pinocho o los replicantes de la secuela de Blade Runner, otra pel¨ªcula insuficiente, no se puede hacer de golpe, a cascoporro y con un adulto saliendo de la bolsa de pl¨¢stico en plena posesi¨®n de sus facultades f¨ªsicas y mentales. Los seres vivos del planeta Tierra, los ¨²nicos que conocemos, son el producto de un proceso enteramente diferente de todo eso. Es la evoluci¨®n, est¨²pido, como dir¨ªa Bill Clinton si no fuera creyente. Las personas tenemos brazos porque los inventaron los peces de aletas carnosas hace 390 millones de a?os, en pleno Dev¨®nico. Eran tiempos dif¨ªciles en el oc¨¦ano, y estos peces estaban empe?ados en escaparse del mar, por alguna raz¨®n. De sus aletas lobuladas vienen nuestros brazos y piernas; de sus espinas, nuestros dedos. Ay, estos pobres peces sarcopterigios, no sab¨ªan la que les esperaba en tierra firme.
Una cuesti¨®n m¨¢s actual es c¨®mo crear un cerebro. La mitad de los ingenieros del planeta Tierra estar¨¢ pronto dedicada a eso. Lo llamamos inteligencia artificial (IA), y es a¨²n mucho m¨¢s complicado que construir un brazo desde cero. La inteligencia artificial siempre se ha inspirado en la natural, esa que poseen algunos humanos, y en los ¨²ltimos a?os lo est¨¢ haciendo m¨¢s que nunca. Las ¡°redes neurales¡± de las ciencias de la computaci¨®n se inspiran en las neuronas del cerebro, que reciben informaci¨®n de mil dendritas y la conjugan en una sola se?al de su ax¨®n; el rabioso deep learning (aprendizaje profundo) que ha revolucionado la rob¨®tica en los ¨²ltimos a?os absorbe su estructura de una propiedad a¨²n m¨¢s profunda del cerebro: su organizaci¨®n en capas de abstracci¨®n progresiva, de la l¨ªnea al ¨¢ngulo al pol¨ªgono al poliedro, y de ah¨ª a una gram¨¢tica de las formas. As¨ª es como vemos los humanos, y as¨ª es como quieren ver, y pensar, las m¨¢quinas actuales.
Pese a que se inspiren en la naturaleza, sin embargo, las obras de ingenier¨ªa no son producto de un proceso evolutivo. Est¨¢n, por as¨ª decir, hechas aposta, dise?adas para su prop¨®sito, fabricadas a lo bestia al estilo del g¨®lem y Gepetto. Frances Arnold, galardonada ayer con el Premio Nobel de Qu¨ªmica, ha creado una ingenier¨ªa radicalmente nueva. Consiste en no inspirarse en la naturaleza, sino en el proceso que la crea: la evoluci¨®n.
Una de las cuestiones m¨¢s dif¨ªciles de percibir para el lector general es que los genes son textos (gatacca...) que, como todo texto propiamente dicho, tienen un significado. Para una inteligencia visionaria como la de Arnold, ese significado es el conocimiento y la salud, y el texto est¨¢ en sus manos.
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