El misterio de la identidad colectiva
Uno camina entre los rascacielos de Buenos Aires, habla con los porte?os y percibe las mismas sensaciones que en las callejuelas napolitanas
Asumimos como m¨¢s o menos ciertos determinados t¨®picos sobre determinadas sociedades. Deben de ser pocos, por ejemplo, los que atribuyen a la comunidad alemana un gran talento para el humor, o los que consideran que el esp¨ªritu eslavo es inmune a la melancol¨ªa. Hay miles de chistes sobre este asunto, que en parte se basa en ficciones y refritos de la historia: la construcci¨®n de lo que en t¨¦rminos decimon¨®nicos se denomina ¡°identidad nacional¡±.
Otra cosa es tratar de medir, de forma met¨®dica, las caracter¨ªsticas dominantes en tal sociedad o tal otra. Eso es dif¨ªcil. Lo intent¨® a partir de 1967 un hombre llamado Geert Hofstede, a quien la multinacional IBM encarg¨® la misi¨®n de definir c¨®mo eran sus empleados en cada rinc¨®n del planeta. Hofstede realiz¨® una minuciosa encuesta interna a partir de ciertos criterios b¨¢sicos: m¨¢s propensi¨®n al individualismo o, al contrario, al colectivismo; solidez o fragilidad de la jerarqu¨ªa social; apego al riesgo o a la seguridad¡ Sus conclusiones, que asumen, como es l¨®gico, muchas excepciones (cada persona es un mundo), se han utilizado durante d¨¦cadas en las negociaciones internacionales, en la publicidad e incluso en el ¨¢mbito acad¨¦mico. La afici¨®n asi¨¢tica por la ceremonia, la necesidad anglosajona de resultados concretos¡
Lo que hizo Hofstede result¨® ¨²til, pero no puede considerarse cient¨ªfico. Para empezar, su muestreo se limit¨® al personal de una empresa tan caracter¨ªstica como IBM y se realiz¨® en una ¨¦poca concreta. Sus datos proced¨ªan casi completamente de hombres, en su mayor¨ªa de raza blanca, bien remunerados y con un nivel de conocimientos superior a la media. Adem¨¢s de ese defecto, sus cr¨ªticos subrayan que las sociedades tienden a una mutaci¨®n continua, por causas muy diversas. Es hasta cierto punto comprobable que cuando sube el nivel colectivo de riqueza, aumenta el individualismo, y que un cambio en las circunstancias clim¨¢ticas altera las relaciones sociales: un clima severo favorece el colectivismo, mientras un clima benigno favorece la iniciativa personal. Incluso lo que se considera el cimiento de una sociedad, el tipo de familia (nuclear o tribal), que soci¨®logos como Emma?nuel Todd emplean a modo de br¨²jula para predecir la evoluci¨®n del mundo, es susceptible de cambio seg¨²n las circunstancias.
Es hasta cierto punto comprobable que cuando sube el nivel colectivo de riqueza, aumenta el individualismo
Las migraciones demuestran la maleabilidad de las identidades colectivas. Los descendientes de escandinavos en Minnesota y Wisconsin siguen someti¨¦ndose a la costumbre folcl¨®rica de comer de vez en cuando el terrible lutefisk (no pregunten qu¨¦ es: si lo encuentran, ev¨ªtenlo), pero ni sus ideas ni su comportamiento mantienen parentesco alguno con los or¨ªgenes noruegos. Cambian las circunstancias, cambian las identidades.
Dicho esto, permitan que recurra a mi modesta experiencia personal para se?alar una excepci¨®n asombrosa. Los argentinos se sienten completamente argentinos, no cabe duda. Sus condiciones geogr¨¢ficas son ¨²nicas. Su pasado es ¨²nico. Su capital es una ciudad inmensa, ruidosa, fascinante. Pero uno camina entre los rascacielos de Buenos Aires, habla con los porte?os y percibe las mismas sensaciones que en las callejuelas napolitanas: la m¨²sica de las voces, los giros de la conversaci¨®n, el brillo juguet¨®n de los ojos, la combinaci¨®n imposible de fe y escepticismo radical, el caos sistematizado, la alegr¨ªa de vivir en pleno desastre. Creo que, por razones que no puedo explicar, existe una identidad que cruz¨® un oc¨¦ano y cambi¨® de hemisferio y, en lo esencial, se mantuvo intacta.
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