El tono de esta ¨¦poca
?Qu¨¦ lejos est¨¢n aquellos europeos! Y, sin embargo, qu¨¦ cercanos cuando se observa en el tono de nuestra ¨¦poca el mismo miedo irracional de entonces
?Qu¨¦ lejos queda ya la vieja Europa! En el siglo XV, el cl¨¦rigo, te¨®logo y m¨ªstico Dionisio Cartujano escrib¨ªa para referirse al infierno: ¡°Figur¨¦monos un horno ardiente, al rojo vivo, y dentro de ¨¦l a un hombre desnudo que jam¨¢s se ver¨¢ libre de semejante tormento¡±. Y a?ad¨ªa: ¡°Represent¨¦monos como se revolver¨ªa dentro del horno, c¨®mo gritar¨ªa, rugir¨ªa, vivir¨ªa,qu¨¦ angustia le oprimir¨ªa, qu¨¦ dolor le dominar¨ªa, sobre todo al recordar que aquel castigo insoportable ?no cesar¨¢ jam¨¢s!¡±.
Eran otros tiempos, ten¨ªan miedos muy distintos. En El oto?o de la Edad Media, el historiador Johan Huizinga se ocup¨® de reconstruir de manera minuciosa el tono vital de aquella ¨¦poca, qu¨¦ pensaban las gentes, c¨®mo se relacionaban con Dios y con sus pr¨ªncipes, de qu¨¦ manera embellec¨ªan sus d¨ªas a trav¨¦s del ideal caballeresco, qu¨¦ pompa ten¨ªan las cortes, c¨®mo la muerte lo terminaba empapando todo. Nada m¨¢s empezar el libro hace una observaci¨®n que explica el abismo que hay entre aquel mundo y el que habitamos hoy: ¡°La ciudad moderna apenas conoce la oscuridad profunda y el silencio absoluto, el efecto que hace una sola antorcha o una aislada voz lejana¡±.
?Qu¨¦ poco sabemos de sus sentimientos de inseguridad, de su vida turbulenta, de aquellas siniestras obsesiones por los tormentos del infierno! ?Qu¨¦ lejos estamos de aquellos europeos! Aunque a veces pueda tenerse la impresi¨®n de que no tanto. F¨ªjense, en ese sentido, en los retratos que pintaron Jan van Eyck, Robert Campin, Hans Memling y Rogier van der Weyden. Al margen de las prendas de vestir que lucen aquellos hombres y mujeres, de sus cofias y sombreros y turbantes, ?no parecen nuestros pr¨®jimos? En el museo Thyssen est¨¢, por ejemplo, el retrato que Robert Campin hizo de Robert de Masmines, que sirvi¨® en la corte de Felipe el Bueno y muri¨® en 1430, y que tiene un rostro muy parecido al del administrador actual de una peque?a empresa o al del pescador del supermercado o al de un juez del Tribunal Supremo. Su mirada a ninguna parte y su cansancio son nuestros. ¡°Tiene una cara tosca, gruesa, ruda¡±, escribi¨® Tzvetan Todorov sobre aquel tipo, ¡°que no parece animada por la menor aspiraci¨®n a la espiritualidad¡±. Igual que nosotros.
¡°El hombre moderno¡±, observa Huizinga, ¡°puede buscar individualmente, en todo momento de tranquilidad, y en un abandono escogido por ¨¦l mismo, la corroboraci¨®n de su concepci¨®n de la vida y el m¨¢s puro goce de su alegr¨ªa de vivir¡±. Lo apunta porque considera que el hombre medieval necesitaba de un acto colectivo, el de la fiesta, para encontrar ¡°brillo a una vida en lo dem¨¢s tan desolada¡±.
?Y bien? ?Puede todav¨ªa hoy decirse que podemos en alg¨²n lado corroborar nuestra concepci¨®n de la vida y esa alegr¨ªa de vivir? Huizinga cuenta que al final de la Edad Media la vida estaba saturada de religi¨®n y que Dios daba sentido a cada gesto y que los discursos se hab¨ªan agotado porque volv¨ªan sobre los mismos motivos y las mismas soluciones y entonaban la misma cantinela para salir del atolladero. ?Qu¨¦ lejos est¨¢n aquellos europeos! Y, sin embargo, qu¨¦ cercanos cuando se observa en el tono de nuestra ¨¦poca el mismo miedo irracional de entonces. En el siglo de Dionisio Cartujano lo ten¨ªan al infierno, y buscaban el consuelo de la salvaci¨®n. Hoy, ante la impotencia de los discursos de las viejas formaciones pol¨ªticas que han configurado este mundo, y ante su falta de ideas nuevas, la gente ha salido corriendo a comprarles el mensaje redentor a un pu?ado de nuevos l¨ªderes que venden soluciones m¨¢gicas.
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