Vivir en las ciudades
Existe un conflicto entre el conjunto de edificios, calles y plazas (la 'ville') y la manera en que la gente vive, transita y hace suya esa realidad f¨ªsica o construida desde su experiencia cotidiana (la 'cit¨¦')
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Las ciudades viven las tensiones del cambio de ¨¦poca de manera cada vez m¨¢s intensa. Y no siempre sus estructuras urbanas, el dise?o de sus calles y barrios, ayudan a que esas tensiones se puedan encauzar creativamente. Es evidente que el conflicto es inherente a la condici¨®n humana y las ciudades concentran mucha humanidad y, por tanto, mucho conflicto. Cada ciudad vive de manera distinta la tensi¨®n entre aquellos que la piensan desde su capacidad t¨¦cnica, desde su saber racional, y aquellos que sienten y viven la ciudad desde su experiencia cotidiana. En su ¨²ltimo libro, Richard Sennett plantea la tensi¨®n entre la ciudad f¨ªsica o construida (lo que llama la ville) y la ciudad vivida (la cit¨¦).Por un lado, el conjunto de edificios, calles y plazas; por otro, c¨®mo vive, transita y hace suya la gente esa realidad f¨ªsica. Y, en medio, esa constante posibilidad de que lo que ¡°es¡± pueda convivir con lo ¡°inesperado¡±.
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?Pueden coexistir distintas cit¨¦s en una misma ville? Esa posibilidad es precisamente lo que ha hecho y sigue haciendo atractiva la ciudad, a pesar de sus estrecheces. La complejidad de la ciudad, la riqueza de sus interacciones le permiten ser siempre cambiante, nueva. La complejidad enriquece la experiencia urbana, la simplicidad restringe, reduce esa posibilidad. Si la perspectiva de las llamadas smart cities es hacer las cosas m¨¢s sencillas, m¨¢s f¨¢ciles, quiz¨¢s lo que acabemos encontrando es una menor capacidad de innovaci¨®n y creatividad. En este sentido, las ambig¨¹edades en los usos de cada espacio, la poca claridad en la determinaci¨®n de actividades o en el perfil espec¨ªfico de sus habitantes, m¨¢s que ser considerado un problema, deber¨ªa valorarse como algo que abre posibilidades, que alarga los espacios de maniobra en cualquier ciudad. Y no digamos la merma de v¨ªnculos que puede suponer la erosi¨®n de la funci¨®n de intermediaci¨®n que realizan los comercios de proximidad debido a la conexi¨®n directa, cada vez m¨¢s frecuente, entre productores y consumidor final.
Sennett nos habla de un ¡°urbanismo modesto¡±, capaz de hacer ciudad sin que se limite la posibilidad de que esa ciudad contenga distintos proyectos. Una ciudad positivamente ambigua, moldeable, cambiante. M¨¢s Cerd¨¤ que Haussman. M¨¢s Jacobs que Le Corbusier. Una ciudad dise?ada no solo por los que saben c¨®mo hacerlo, sino tambi¨¦n que cuente con los que en ella viven, los que la discuten, los que resisten y se enfrentan a sus problemas y conflictos. Lo que est¨¢ en juego en cualquier ciudad es la capacidad de que lo ¡°construido¡± acabe siendo ¡°habitado¡±. Vivido y sentido como propio por los que all¨ª acaban residiendo. Un tema especialmente complicado cuando lo que se est¨¢ haciendo en muchos casos es afrontar los problemas de vivienda construyendo ciudades de la nada (en China, en M¨¦xico¡ o antes en Francia con los complejos HLM) que luego presentan dificultades para incorporar v¨ªnculos, lazos, complejidades propias del ¡°habitar¡±.
La complejidad de la ciudad, la riqueza de sus interacciones le permite ser siempre cambiante, nueva
Es frente a este tipo de desaf¨ªos cuando la posici¨®n de Jane Jacobs defendiendo la vitalidad y densidad vital propia de barrios consolidados a los que ella se refer¨ªa puede parecer ingenua o fuera de lugar. Las ciudades pulpo (Joan Clos, dixit), cuya construcci¨®n viene determinada por las infraestructuras y v¨ªas r¨¢pidas que conectan sus distintos n¨²cleos, son pensadas en los despachos y construidas en un abrir y cerrar de ojos, pero ello las aleja de las fortalezas que Jacobs se?alaba. Lo cierto es que en ese tipo de operaciones a gran escala se antepone la forma a la funci¨®n, y luego no hay quien genere de la nada funci¨®n, v¨ªnculo, arraigo. Los habitantes est¨¢n ah¨ª, la habitan, pero no la sienten como suya. No viven la ciudad como su espacio.
No es f¨¢cil cerrar la ciudad, blindarla a las diferencias, cuando precisamente lo que ha caracterizado a la ciudad es la confusi¨®n y la convivencia de personas, talantes y sentidos vitales de todo tipo. Pero, precisamente, lo que vemos ahora y de manera relevante en distintas partes del mundo es el rechazo al otro. Un otro que puede empezar siendo el extranjero, pero puede llegar a ser el vecino. La ciudad puede permitir que extra?os vivan juntos sin necesidad de coincidir en tradiciones, costumbres o credos, pero s¨ª en el hecho de que comparten espacio. Si pretendemos simplificar, aclarar esos espacios urbanos, lo que podemos acabar encontrando es precisamente la exclusi¨®n de los otros. Simplificar quiere decir aqu¨ª homogeneizar tipos de habitantes, segmentar usos, unificar formas urbanas. El aislamiento (de cada qui¨¦n o de los que son como t¨²) permite evitar el desorden de la mezcla, pero comporta el aislamiento. Te escapas de los problemas ¨¦ticos que comporta la convivencia, aislando, separando, excluyendo. La ciudad ha permitido hist¨®ricamente convivir bas¨¢ndose en una cierta amabilidad superficial. Es una forma de convivir con los dem¨¢s sin que sea preciso confiar en ellos. Lo que Emmanuel L¨¦vinas caracterizaba como ¡°la vecindad de los extra?os¡±. Entre la indiferencia y los v¨ªnculos comunitarios, la ciudad ofrece estadios intermedios de relaci¨®n que siguen siendo necesarios.
La ¡®cit¨¦¡¯ implica sociabilidad, y conlleva una cierta capacidad de compromiso emocional con el conjunto
La ciudad requiere vivirla, sentirla, descubrirla. Un migrante que llega a la que ser¨¢ su nueva ciudad tiene experiencias vitales en ella, pero a¨²n no tiene experiencia de ciudad. La diferencia es que los que tienen experiencia de ciudad son capaces de mantenerse abiertos a nuevas eventualidades sin que ello implique perder el control de d¨®nde est¨¢n, de qui¨¦nes son (en la ciudad). Una ciudad abierta es una ciudad que permite que pasen cosas simult¨¢neamente, m¨¢s bazar que catedral. Una ciudad que no pierda puntos de referencia, identidad propia, pero al mismo tiempo porosa, capaz de absorber sin cambiar de forma. Una ciudad siempre incompleta y, por tanto, capaz de adaptarse (como trata de hacer Barcelona con las supermanzanas), permitiendo que se mantenga su capacidad de explorar nuevas posibilidades.
La perspectiva de Sennett nos sit¨²a en una ciudad que es abierta porque es capaz de reinventarse. Innovadora porque acepta los conflictos que genera la densidad de sus interacciones no programadas. Una ciudad que coproducen sus habitantes. Una cooperaci¨®n que no tiene por qu¨¦ implicar intimidad o compartir a fondo valores o perspectivas. Compartir ciudad, compartir la construcci¨®n permanente de la ciudad, no obliga a la intimidad entre sus habitantes. Hacer cosas juntos sin que necesariamente estemos siempre juntos. La cit¨¦ implica sociabilidad y conlleva una cierta capacidad de compromiso emocional con el conjunto, aceptando las interdependencias, m¨¢s all¨¢ de la impersonalidad, pero sin necesariamente comprometerse tanto como en la l¨®gica de comunidad.
Esa ciudad abierta ha de saber mantener la capacidad de solidarizarse con los que lo pasan mal. Si no puedes identificarte con alguien que padece, no sientes la necesidad de cuidar de ¨¦l. Ser¨¦ extra?o a quien permanezco extra?o. Hacer lo justo en cada caso permite un menor grado de identificaci¨®n espec¨ªfica y refuerza la necesidad de una ciudad justa. Caminar por esa ciudad abierta a la que nos invita Sennett resulta prometedor y sugerente, pero es tambi¨¦n un ejercicio exigente. No habr¨¢ ciudades abiertas sin ciudadanos implicados, nos advierte. Una cultura de ciudad nos permitir¨¢ defender nuestra concepci¨®n de ciudad vivida (cit¨¦). Y una ciudad que ponga el acento en la cultura evitar¨¢ que la ciudad construida (ville) acabe siendo un lugar en el que solo algunos puedan vivir con plenitud.
Joan Subirats es catedr¨¢tico de Ciencia Pol¨ªtica en la Universidad Aut¨®noma de Barcelona.
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