Votos y bombas
Las elecciones demuestran la voluntad de los afganos de vivir en paz y lo lejos que est¨¢n de conseguirlo
Las elecciones celebradas este fin de semana en Afganist¨¢n, en medio de ataques y de amenazas de muerte contra candidatos y votantes, producen sentimientos contradictorios: por un lado, la emoci¨®n ante la valent¨ªa de los afganos que, pese a jugarse la vida, se lanzaron a las urnas o se presentaron como candidatos; por otro, la inevitable sensaci¨®n de fracaso porque, casi 17 a?os despu¨¦s del derribo del r¨¦gimen talib¨¢n, el pa¨ªs sigue sumido en la violencia y en la inestabilidad. Y, lo que es m¨¢s grave, no se vislumbra ninguna soluci¨®n para que la poblaci¨®n civil deje de sufrir los efectos de una guerra interminable. Nadie pensaba que en menos de dos d¨¦cadas Afganist¨¢n pudiese ser una democracia consolidada, pero tampoco que los talibanes siguiesen siendo tan fuertes: no lo suficiente para derrotar al Estado, pero s¨ª para matar y aterrorizar en casi todo el pa¨ªs.
Las elecciones fueron ca¨®ticas, y no solo por la violencia de los radicales o las amenazas de diferentes se?ores de la guerra, sino por todo tipo de problemas log¨ªsticos que obligaron a prolongar la votaci¨®n hasta ayer. En algunas provincias, donde las milicias islamistas son especialmente poderosas, ni siquiera pudieron celebrarse. En el conjunto del pa¨ªs, se produjeron una treintena de muertos y decenas de heridos, una cifra terrible, pero menor de la que esperaban las autoridades. Pese a todo, los afganos pudieron ejercer su derecho y, seg¨²n recuentos de diferentes observadores, lo hicieron masivamente: un mill¨®n de personas votaron en la capital y unos tres en el conjunto del pa¨ªs, que tiene entre 32 y 35 millones de habitantes. Cada uno de esos votantes tuvo un comportamiento heroico, entre otras cosas porque se produjeron enormes filas ante los colegios electorales, a veces de horas, lo que les convert¨ªa en un blanco f¨¢cil de los fan¨¢ticos.
Los resultados no se conocer¨¢n antes de dos o tres semanas. La amenaza contra el proceso se mantiene y los centros de recuento son tambi¨¦n objetivos declarados de los terroristas. El caos que ha marcado las terceras legislativas que en 17 a?os arroja una sombra de duda sobre las elecciones presidenciales, previstas para el a?o que viene. Pero, sobre todo, es un indicador claro de la incapacidad de Occidente y de los propios gobernantes afganos para proporcionar a la poblaci¨®n un m¨ªnimo de seguridad y unos derechos humanos b¨¢sicos. Es cierto que han mejorado algunos indicadores, como el n¨²mero de ni?os escolarizados (y de ni?as, lo que resulta especialmente importante en un pa¨ªs donde la inmensa mayor¨ªa de las mujeres vive cruelmente sometida), pero tambi¨¦n que los talibanes campan a sus anchas por una parte importante del territorio. Las elecciones muestran la irrefrenable voluntad de los afganos de vivir en un pa¨ªs libre y pac¨ªfico, pero tambi¨¦n que ese sigue siendo un objetivo demasiado lejano.
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