Indivisibles
En Europa proliferan los movimientos sociales que reclaman que los valores democr¨¢ticos de libertad y solidaridad, de igualdad y pluralidad no solo se afirmen y prometan, sino que tambi¨¦n sean tangibles
En las ¨²ltimas semanas sucedi¨® algo sorprendente para todos los que estuvimos presentes. Tal vez no fue exactamente as¨ª. Sucedi¨® algo, y hasta los que participamos en ello nos quedamos asombrados. ¡°El poder es siempre un poder en potencia. No es una entidad inmutable, medible y fiable como la fuerza¡±, dec¨ªa la fil¨®sofa Hannah Arendt en La condici¨®n humana. ¡°Nadie lo posee. Surge entre los hombres cuando estos act¨²an juntos, y desaparece en el momento en que se dispersan¡±.
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Quiz¨¢ fuese m¨¢s preciso describir lo ocurrido diciendo que, en muchos pueblos y ciudades, ha aparecido un contrapoder. En Hambach, en M¨²nich, en Hamburgo y, por ¨²ltimo, en Berl¨ªn. Miembros de la sociedad civil j¨®venes y viejos, cristianos, musulmanes y jud¨ªos, del campo y de la ciudad, se han reunido, han salvado todas sus diferencias y quieren actuar juntos. Ha nacido un movimiento social que no est¨¢ dispuesto a seguir permitiendo que los partidos de extrema derecha lo intimiden; un movimiento formado por personas que no van a seguir esperando que otros act¨²en; que no quieren seguir dej¨¢ndose arrullar por el estancamiento pol¨ªtico de los Gobiernos de Berl¨ªn o de Bruselas; que han comprendido que, en Europa, la democracia nos pertenece a las ciudadanas y a los ciudadanos, y que somos nosotros los que tenemos no solo que defendernos, sino que extendernos y profundizar.
En Berl¨ªn, una alianza formada por diferentes asociaciones y organizaciones de la sociedad civil, reunidas bajo la etiqueta #indivisibles, convoc¨® una manifestaci¨®n contra el racismo y la exclusi¨®n, y a favor de una sociedad libre y abierta. Los organizadores calculaban que asistir¨ªan unas 40.000 personas. Al final fueron 240.000. Propietarios de discotecas, taxistas, sindicalistas y juezas, al lado de los que rescatan a los refugiados en el Mediterr¨¢neo y son criminalizados por ello, se congregaron a lo largo de todo un d¨ªa en el Tiergarten, delante de la Puerta de Brandemburgo. Una jubilada se paseaba con una pancarta que dec¨ªa: ¡°No me cabe en la cabeza que haya tenido que salir a la calle contra el odio¡±.
Los extremistas utilizan s¨ªmbolos cada vez m¨¢s repugnantes y esl¨®ganes cada vez m¨¢s simples
Durante los ¨²ltimos tres a?os, quienes m¨¢s revuelo han causado han sido los que sostienen que ellos son el ¡°pueblo¡±, aunque solo representen a una minor¨ªa de nacionalistas autoritarios radicales. ?ltimamente, los medios de comunicaci¨®n que buscan hacerse con altas cuotas de audiencia se han orientado sobre todo hacia los fen¨®menos sociales y pol¨ªticos de los que pueden extraer provecho iconogr¨¢fico o que pueden explotar como canap¨¦s ret¨®ricos. De ello han sacado partido las voces y los movimientos extremistas que han rebajado la calidad del enfrentamiento pol¨ªtico con transgresiones de tab¨²es cada vez m¨¢s estridentes, s¨ªmbolos cada vez m¨¢s repugnantes y esl¨®ganes cada vez m¨¢s simples. Los pol¨ªticos que califican los cr¨ªmenes nazis de ¡°cagadita de p¨¢jaro¡± y los manifestantes que pasean por las calles una soga para Angela Merkel o la figura de un cerdo (el distintivo islam¨®fobo y antisemita de determinado Occidente) pueden estar seguros de que van a disfrutar de atenci¨®n en abundancia. Tambi¨¦n a consecuencia de ello, el n¨²cleo sensato y democr¨¢tico, las personas que consideraban incuestionable que una sociedad moderna e ilustrada es diversa y solidaria, se han hundido en la sombra.
Si este contrapoder civil de las ¨²ltimas semanas es tan notable es porque no le interesan los c¨ªrculos cl¨¢sicos ni las posiciones de identidad, como tampoco los intentos de los neonacionalistas, sean de izquierdas o de derechas, de escindir la sociedad situando en un lado las demandas socioecon¨®micas apremiantes de la clase trabajadora, y en el otro las reivindicaciones culturales no tan urgentes de las mujeres, los emigrantes y los musulmanes. Nada de esto hace mella en los manifestantes. La pobreza tambi¨¦n es un estigma cultural, y el racismo y la homofobia son, igualmente y sin excepci¨®n, exclusiones econ¨®micas.
¡°Somos indivisibles¡±. Es f¨¢cil entender lo que esto significa. ¡°Somos indivisibles¡± quiere decir que no existe la jerarquizaci¨®n de los seres humanos y sus necesidades; que no es real situar en un lado a los parados y las paradas, a los trabajadores y las trabajadoras y a los marginados y las marginadas sociales, y en el otro, a los refugiados y las refugiadas, a los emigrantes y las emigrantes, a los jud¨ªos y las jud¨ªas; que separar los problemas importantes de unos de los secundarios de los otros es una falsedad. Esta jerarquizaci¨®n del dolor, el aprecio de unos grupos y el desprecio de otros no es m¨¢s que el mito destructivo que demagogos como Steve Banon o Marine Le Pen, pero tambi¨¦n Sahra Wagenknecht, se complacen en difundir con m¨¢s o menos sutileza.
Se trata de falsas oposiciones, de falsas prioridades que distraen el discurso p¨²blico y pretenden enfrentar a la ciudadan¨ªa. Siempre se debe tomar en consideraci¨®n ambas cuestiones: las relacionadas con la libertad y las relacionadas con la justicia; las sociales y las pol¨ªticas de la llamada mayor¨ªa y de las denominadas minor¨ªas. Todas ellas conciernen a Europa de un modo u otro.
Una democracia se nutre de la memoria colectiva, pero tambi¨¦n de la fantas¨ªa pol¨ªtica, social y est¨¦tica
No obstante, lo que importa es que los valores democr¨¢ticos de libertad y solidaridad, de igualdad y pluralidad no solo se afirmen y prometan, sino que tambi¨¦n sean tangibles. En Europa, muchos movimientos sociales comparten la melancol¨ªa pol¨ªtica, la aflicci¨®n por el hecho de que la democracia no sea m¨¢s sustancialmente perceptible a escala local, nacional o tambi¨¦n transnacional. Se sufre por la democracia cuando no es reconocible de manera concreta en los municipios rurales desfavorecidos ni entre la poblaci¨®n urbana que ya no se puede permitir los recursos m¨¢s caros. La humanidad que a Europa tanto le gusta prometer tiene que ser tangible para quienes buscan un hogar en el continente porque la guerra los ha expulsado, pero tambi¨¦n para aquellos que, aunque no hayan perdido su hogar, buscan m¨¢s vinculaci¨®n y m¨¢s reconocimiento para volver a identificarlo como tal.
Una democracia no es algo acabado. Es un orden din¨¢mico, capaz de aprender. Siempre tiene algo de experimental, de provisional; contiene defectos y errores individuales o colectivos. El perd¨®n mutuo tambi¨¦n forma parte de la textura de una sociedad democr¨¢tica. Esto es algo que se olvida con facilidad en nuestra esfera p¨²blica, terriblemente agresiva y polarizada. Una democracia se nutre de la memoria colectiva, pero tambi¨¦n de la fantas¨ªa pol¨ªtica, social y est¨¦tica. Para mantener una sociedad democr¨¢tica se necesitan ambas cosas: la melancol¨ªa pol¨ªtica, la insatisfacci¨®n con aquello que todav¨ªa no es lo bastante bueno, y la utop¨ªa democr¨¢tica, las ganas de construir algo con otros.
En su ensayo En busca de una mayor¨ªa, el autor estadounidense James Baldwin dec¨ªa: ¡°La mayor¨ªa no es una cuesti¨®n de cifras ni tampoco de poder. Es una cuesti¨®n de influencia¡±. En este sentido, no importa cu¨¢ntos se juntan ni si son m¨¢s. La esperanza reside en que en Europa, en los lugares m¨¢s dispares, se unan aquellos que quieren ser indivisibles, que quieren comprometerse con los derechos y las oportunidades de otros, que piensan que las promesas de la democracia todav¨ªa no se han cumplido del todo, que quieren m¨¢s participaci¨®n, m¨¢s voz, m¨¢s reconocimiento, y menos odio, menos aislamiento y menos exclusi¨®n.
Carolin Emcke es periodista, escritora y fil¨®sofa alemana, autora de Contra el odio (Taurus).
Traducci¨®n News Clips.
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