Carmen
Alborch siempre ser¨¢ la figura que encarn¨® los anhelos de quienes aspir¨¢bamos a una gesti¨®n cultural progresista, diversa, radicalmente nueva
Era tan guapa que enseguida empezaron a decir que era tonta. Era tan amable que dec¨ªan que no se enteraba de nada. Era apasionada, entusiasta, cari?osa, muy culta, muy capaz, muy feminista. Fue la ministra de nuestros sue?os, la pesadilla de quienes se cansaron de atacarla cuando comprendieron que no iban a poder con ella. Por muchos ministros, muchas ministras de Cultura que llegue a conocer en mi vida, Carmen Alborch siempre ser¨¢ la m¨ªa, la figura que encarn¨® los anhelos de quienes aspir¨¢bamos a una gesti¨®n cultural progresista, diversa, radicalmente nueva. Y sin embargo, a pesar de la importancia de su labor, Carmen fue mucho m¨¢s que lo que hizo en el ministerio. Precursora de un modelo de mujer destinado a triunfar, su ejemplo se fue agrandando con el paso del tiempo, mientras demostraba que se pod¨ªa trabajar con la misma convicci¨®n en el poder y en la oposici¨®n. Pienso en los a?os dif¨ªciles de sus derrotas electorales, cuando Barber¨¢ parec¨ªa destinada a convertirse en la eterna alcaldesa de Valencia, y la recuerdo con la sonrisa y las fuerzas intactas, tan tenaz, tan luchadora como siempre. Entonces me pareci¨® a¨²n m¨¢s admirable. La ¨²ltima foto que comparti¨® con sus amigas es un montaje en el que aparece, esplendorosa como una estrella de cine de los a?os dorados de Hollywood, envuelta en una capa roja y abrazando a un Paul Newman muy joven, en albornoz. Mientras luchaba a brazo partido con la muerte, se aferraba a la vida con la conmovedora determinaci¨®n de las mujeres valientes, y ni siquiera la enfermedad logr¨® detenerla. Su ¨²ltima iniciativa fue pedir, hace menos de veinte d¨ªas, que el feminismo fuera declarado Patrimonio Inmaterial de la Humanidad por la UNESCO. Sin ella, todas estamos un poco m¨¢s solas.
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