Esperando a las m¨¢quinas
Los accidentes de coche provocan m¨¢s muertes que las guerras, el terrorismo y los cr¨ªmenes juntos: dos por minuto
AHORA ES F?CIL matar: vamos armados todo el tiempo. Por milenios fue una tarea complicada: hab¨ªa que pegar mucho o herir mucho o apretar mucho para acabar con alguien. Despu¨¦s las balas facilitaron la faena, pero llevar una pistola segu¨ªa siendo una elecci¨®n fuerte. Ahora, en cambio, cualquiera tiene un coche y la opci¨®n de acelerarlo: la posibilidad continua de matar. La civilizaci¨®n son las rayas blancas: ese signo que hace que alguien con caballos de fuerza ceda ante alguien sin ellos solo porque su sociedad lo obliga o lo convence. Pero, m¨¢s all¨¢ de reglas y cuidados, m¨¢s all¨¢ de prop¨®sitos, los coches matan como nada.
Cada a?o mueren en accidentes viales alrededor del mundo cerca de 1.300.000 personas: unas 3.500 cada d¨ªa, m¨¢s de 2 cada minuto todos los minutos. El terrorismo, las guerras y los cr¨ªmenes sumados matan menos. El autom¨®vil es cosa de ricos pero sus muertes no: 9 de cada 10 ocurren en los pa¨ªses de ingreso medio y bajo, que solo tienen la mitad de los autos del mundo. Sus coches est¨¢n peor, sus carreteras est¨¢n peor ¡ªy las reglas tienen menos fuerza porque sus Estados no pueden o quieren imponerlas. Pero tambi¨¦n en los pa¨ªses poderosos se muere demasiado por culpa de los coches.
Y la reacci¨®n social no est¨¢ a la altura. El truco es que la muerte vial se presenta como la forma ¨²ltima de la responsabilidad individual: si usted no bebe, si no se duerme, si no mira el m¨®vil, si se ata, si cuida su coche, no le va a pasar nada. No es cierto ¡ªla mitad de las v¨ªctimas son peatones, ciclistas, moteros¡ª, pero eso permite que los principales responsables del mundo automotor, sus fabricantes, empiecen a convencernos de que ellos mismos van a solucionarlo.
Aprovechan el aire de los tiempos. Cavafis lo escribi¨®, como siempre, mejor: la ciudad entera se hab¨ªa reunido a esperar a los b¨¢rbaros, y reinaba el temor, el temblor, la esperanza de que esa irrupci¨®n les cambiara las vidas. Ahora ya no esperamos a los b¨¢rbaros; esperamos a las m¨¢quinas.
Durante siglos, las m¨¢quinas fueron herramientas para hacer m¨¢s lo que ya hac¨ªamos: en lugar de roturar con un palo, un arado abr¨ªa surcos; en lugar de moler con mortero, un molino aprovechaba el viento; en lugar de hacer cuentas, una calculadora contaba millonadas. Despu¨¦s se volvieron herramientas para hacer lo que no hac¨ªamos: antes del tel¨¦fono era imposible hablar a la distancia, antes de los Rayos X nadie hab¨ªa visto el interior de un cuerpo vivo, antes de los aviones no vol¨¢bamos. Ahora esperamos que empiecen a salvarnos de nosotros mismos: que hagan bien lo que hacemos muy mal.
La t¨¦cnica est¨¢ avanzando sobre nuestras decisiones ¡ªen todos los campos. Es aquello de que los gigantes de la Red, sin ir m¨¢s lejos, empiezan a saber sobre nosotros m¨¢s que nosotros mismos y nos dicen qu¨¦ deber¨ªamos hacer, leer, mirar, comer, comprar. O el reputado VAR, que demuestra cada domingo en millones de pantallas que los hombres ¡ªlos ¨¢rbitros, una especie particular de hombres¡ª se equivocan mucho pero la m¨¢quina sabe corregirlos.
A eso vendr¨ªan los coches realmente autom¨®viles. Rodearse de una tonelada de pl¨¢stico y metal para ir a trabajar cada ma?ana es un fracaso civilizatorio ¡ªy si esa tonelada mata, el fracaso es ultraje. En lugar de solucionarlo de otros modos, las grandes automotrices empiezan a prometer coches que se manejar¨¢n solos, es decir: que no nos permitir¨¢n hacerlo mal. Dicen que sabr¨¢n conducirse y as¨ª salvar¨¢n muchas vidas ¡ªen los pa¨ªses y sectores que puedan pagarlos. Quiz¨¢ sea cierto. Quiz¨¢ sea verdad que no hay nada tan peligroso como los hombres ¡ªy se pueda desactivarlos poco a poco. Quiz¨¢, como tambi¨¦n se dice, nos vayamos volviendo innecesarios. Qui¨¦n pudiera imaginar c¨®mo contar¨¢n, entonces, las m¨¢quinas su historia. O, mejor: de qu¨¦ se quejar¨¢n.?
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