Ceguera de futuro
Cuando dentro de unos lustros los historiadores expliquen la decadencia occidental seguro que coinciden en lo mismo: Occidente se hundi¨® porque perdi¨® el futuro
Si se fijan, eso que llamamos ¡°actualidad¡± est¨¢ cada d¨ªa m¨¢s colonizada por el pasado. Una curiosa contradicci¨®n en los t¨¦rminos. Cojan un peri¨®dico reciente y ver¨¢n que sigue debati¨¦ndose sobre c¨®mo y d¨®nde inhumar a Franco y si fue un h¨¦roe o un villano, que si Cospedal conspiraba contra Arenas ¡ªen ?2009!¡ª, que cu¨¢les deben ser las repercusiones del golpe posmoderno de Catalu?a, y as¨ª un largo etc¨¦tera. La manida met¨¢fora de que somos sociedades que conducen con el espejo retrovisor es cada vez m¨¢s palpable. El presente parece cosa del pasado.
Este dato, que es perceptible en casi todo Occidente, en nuestro pa¨ªs se ve agrandado por nuestra judicializaci¨®n de la pol¨ªtica ¡ªlos jueces no dejan de arrojar a las mesas de redacci¨®n casos pret¨¦ritos¡ª. Y por la ausencia de un mayor protagonismo juvenil en una sociedad fuertemente envejecida. La ¨²nica excepci¨®n es la pol¨ªtica, y en ella la mayor¨ªa de los l¨ªderes j¨®venes o bien se han visto condicionados por lo que hicieron sus mayores, como ahora le ocurre a Casado, o bien han envejecido a velocidad de v¨¦rtigo por seguir con un enfoque antiguo de problemas que requieren otro tipo de soluciones; o, como en el caso de Podemos, por querer resucitar conflictos que cre¨ªamos ya enterrados, como la abolici¨®n de la monarqu¨ªa. El pasado como campo de batalla para las disputas del presente.
Lo malo de todo esto es que la abrumadora presencia de lo lejano en el tiempo nos impide ver lo que est¨¢ por venir, tanto a nosotros como p¨²blico como a los pol¨ªticos como actores. Y en esto interfieren adem¨¢s de modo decisivo el presentismo y el cortoplacismo, otros dos de nuestros vicios estructurales. El primero es el peaje que tenemos que pagar por vivir en una sociedad medi¨¢tica, que es adem¨¢s digital; el segundo obedece a los cortos tempos electorales, que nos impiden pensar m¨¢s all¨¢ de dos a?os.
Un buen ejemplo de todo esto puede ser el conflicto catal¨¢n. ?Alguien est¨¢ pensando en el futuro de Espa?a; o sea, en otra Espa?a? Unos se aferran a la del 78, otros a la Catalu?a que hunde sus ra¨ªces en una Edad Media enaltecida y as¨ª sucesivamente. Y pensar en el porvenir de Espa?a nos obliga a incorporar una reflexi¨®n sobre Europa, y de esta a nuestra nueva condici¨®n cosmopolita. Nada. Silencio. O mera palabrer¨ªa o propaganda para calentar motores ante las nuevas elecciones. Y todo esto por no hablar de los grandes desaf¨ªos ecol¨®gicos, tecnol¨®gicos ¡ªque son a la vez productivos y educativos¡ª, financieros, demogr¨¢ficos y, no en menor medida, pol¨ªticos. Ya sabemos que esto de la democracia es m¨¢s delicado de lo que imagin¨¢bamos, y los populismos est¨¢n a¨²n m¨¢s ofuscados que el resto por resolver los problemas del presente con soluciones pret¨¦ritas.
Cuando dentro de unos lustros los historiadores expliquen la decadencia occidental seguro que coinciden en lo mismo: Occidente se hundi¨® porque perdi¨® el futuro.
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