El despertar de una naci¨®n partida en dos
La brecha que divide EE UU nunca ha sido tan profunda ni tan evidente como la que dejan las elecciones legislativas de este martes

La brecha que divide Estados Unidos nunca ha sido tan profunda ni tan evidente. Este martes los distritos educados que abrazan las grandes ciudades se volvieron dem¨®cratas y quienes viven en los distritos rurales fueron a las urnas para defender a Donald Trump. Fue una noche agridulce para todos. Nadie sali¨® con una idea clara de hacia d¨®nde camina el pa¨ªs.
Varios factores estructurales han empujado a esta divisi¨®n. Conservadores y progresistas viven en vecindarios cada vez m¨¢s homog¨¦neos. J¨®venes graduados abandonan las ciudades del Medio Oeste y se mudan en busca de empleo a Boston o Nueva York. La econom¨ªa es menos importante a la hora de decidir el voto que rasgos at¨¢vicos como la raza o la religi¨®n.
Estados Unidos es un pa¨ªs consumido por la polarizaci¨®n pero no desquiciado a partes iguales. Quienes votan dem¨®crata tienen sus sesgos pero se informan en medios como el Washington Post, el New York Times o la CNN, que dedican tiempo y recursos a informar. Muchos republicanos, en cambio, viven encerrados en un mundo paralelo controlado por ap¨®stoles del odio y sin apenas contacto con la realidad.
En esa fortaleza no penetran los art¨ªculos que enumeran las mentiras del presidente ni los que detallan c¨®mo algunas de sus propuestas vulneran la Constituci¨®n. Las maniobras de los esbirros de Putin en las redes sociales no deber¨ªan despistarnos: como recordaba esta semana desde Harvard el profesor Yochai Benkler, el responsable de este lavado de cerebro no es Facebook sino Fox News, cuyas estrellas amplifican a menudo conspiraciones racistas o antisemitas que nacen en cualquier foro digital.
Ese sector de la poblaci¨®n, convencido a base de rebajas fiscales y jueces conservadores, se mantiene fiel a Trump. Por eso cada elecci¨®n se decide por un pu?ado de votos pese a su ramalazo autoritario y a sus ataques contra cualquier instituci¨®n independiente: la prensa, la diplomacia, la judicatura, los servicios de inteligencia o el FBI.
En los pr¨®ximos dos a?os, el presidente seguir¨¢ explotando la enajenaci¨®n asim¨¦trica del electorado con la ayuda de unos l¨ªderes republicanos cada vez m¨¢s sometidos a su voluntad. Hasta 26 congresistas del partido han optado por abandonar este a?o la pol¨ªtica. Este martes los votantes han dejado sin empleo a algunos m¨¢s. Salvo excepciones, se quedan los fan¨¢ticos y los blandengues que no supieron o no quisieron enfrentarse a Trump.
El sistema de contrapesos que idearon Madison y Hamilton est¨¢ dise?ado para gobernar a base de consensos. Pero esos consensos son cada vez m¨¢s dif¨ªciles en un Congreso partido en dos. Cientos de esca?os de la C¨¢mara de Representantes se decidieron esta vez por m¨¢s de 20 puntos. Sus ocupantes tienen pocos motivos para llegar a acuerdos. El esp¨ªritu de supervivencia les empuja a exagerar cualquier diferencia para ahuyentar un posible desaf¨ªo en unas primarias. Sus distritos est¨¢n mucho m¨¢s escorados que el conjunto del pa¨ªs.
Trump es el hijo y no el padre de esta brecha. Pero ning¨²n pol¨ªtico se siente tan c¨®modo definiendo sus contornos a base de crear crisis imaginarias y atacar a cualquiera que intenta tender un puente entre las dos mitades del pa¨ªs. Los contrapesos que los fundadores idearon para proteger al pa¨ªs de un demagogo podr¨ªan ayudar a afianzar a uno en el poder.
Esta estrategia del presidente se exacerbar¨¢ ahora que una de las dos C¨¢maras del Congreso est¨¢ en manos de los dem¨®cratas. No es dif¨ªcil imaginarle explotando la divisi¨®n de sus adversarios y ganando la reelecci¨®n a la presidencia haciendo campa?a contra el obstruccionismo del Capitolio. El Trump de 2020 puede ser el Truman de 1948.
Con el Senado en manos de los republicanos, se antoja dif¨ªcil que los congresistas dem¨®cratas puedan sacar adelante un solo proyecto de ley. S¨ª podr¨¢n convertir la C¨¢mara en una especie de ariete contra el presidente: publicar sus declaraciones de impuestos, llamar a declarar a sus hijos o a sus v¨ªctimas, investigar los negocios de su empresa familiar en pa¨ªses como Rusia o Arabia Saud¨ª.
Ese don puede ser tambi¨¦n un l¨¢tigo. Si los dem¨®cratas no calibran bien sus pasos, el triunfo de ahora puede ser el preludio de la reelecci¨®n de Trump. Deber¨ªan tener presente lo que ocurri¨® en 1994 y en 2010, cuando el extremismo de los republicanos arruin¨® un triunfo como el de ahora. El Trump de 2020 tambi¨¦n puede ser el Obama de 2010 o el Clinton de 1996.
El impeachment ser¨¢ la gran tentaci¨®n de los dem¨®cratas. Sobre todo si el informe del fiscal especial Robert Mueller incluye detalles in¨¦ditos sobre la conducta criminal de Trump. Pero iniciar ese proceso es una estrategia arriesgada. Algo m¨¢s de la mitad de los ciudadanos est¨¢ en contra y destituir al presidente requiere los votos de una docena larga de senadores republicanos. A la luz de estos resultados, no parece que ninguno tenga incentivos para desertar.
El control del Senado ser¨¢ un arma poderosa en manos de los republicanos, que podr¨¢n bloquear cualquier proyecto dem¨®crata y seguir confirmando a los jueces conservadores que designe Trump. El resultado recuerda la desventaja cong¨¦nita de los dem¨®cratas en esa C¨¢mara, que potencia el peso de los Estados rurales y poco poblados del centro del pa¨ªs.
La elecci¨®n ofrece algunas se?ales de esperanza para los dem¨®cratas. Sus victorias en Estados como Michigan, Kansas y Wisconsin desmienten a quienes dieron por perdido el Medio Oeste despu¨¦s de 2016. La elecci¨®n en Colorado del primer gobernador abiertamente gay y la presencia en el Capitolio de dos veintea?eras, dos nativas y dos musulmanas son la prueba de que empieza a despuntar un pa¨ªs m¨¢s abierto y progresista por debajo de la zafia ret¨®rica de Trump.
Es ese pa¨ªs que no termina de nacer el que debe alumbrar el candidato de los dem¨®cratas en 2020. Las primarias se anuncian como una batalla campal y por ahora no tienen ning¨²n favorito claro. Salvo sorpresa, quien gane tendr¨¢ enfrente un presidente con una base fiel y una econom¨ªa en crecimiento. Trump tendr¨¢ de su lado el peso de la historia: desde 1945, solo Carter y Bush padre perdieron la carrera por la reelecci¨®n.
La campa?a ha devuelto al pa¨ªs a los traumas de hace dos a?os pero tambi¨¦n ha propiciado un despertar ciudadano que ha empujado a la pol¨ªtica a j¨®venes, enfermeras y veteranos movidos por un idealismo f¨¦rtil en las ant¨ªpodas de las ideas de Trump.
Estados Unidos es una naci¨®n de extremos. A menudo, sus ciudadanos han oscilado entre la desaz¨®n y la esperanza y nunca han erradicado del todo la semilla del odio que sigue explotando Trump. Casi al final de Al este del Ed¨¦n, John Steinbeck pone en boca de uno de sus personajes unas frases que definen muy bien el pa¨ªs: "Somos fanfarrones y pusil¨¢nimes al mismo tiempo, bondadosos y crueles como los ni?os. Demostramos nuestra amistad de un modo exuberante y, a la vez, los extra?os nos dan miedo. Nos jactamos de nuestras cosas pero nos dejamos impresionar". En esas frases est¨¢ el enigma que los dem¨®cratas deben descifrar en los pr¨®ximos dos a?os. Por ahora nadie lo ha descifrado mejor que Trump.
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