Feliz aniversario
El 6 de diciembre celebramos la restauraci¨®n de la Democracia mediante la aprobaci¨®n de la Constituci¨®n, una herramienta que es necesario leer, pero los encargados de hacerlo est¨¢n fracasando
?Qu¨¦ festejamos el 6 de diciembre? Sin duda nuestro acontecimiento pol¨ªtico m¨¢s glorioso, porque tambi¨¦n se conmemoran momentos tristes y se recuerdan derrotas. En este caso celebramos la restauraci¨®n de la democracia mediante la aprobaci¨®n de la Constituci¨®n, que por fuerza est¨¢ un poco gastada pero a la que le rendimos culto por los grandes servicios prestados.
?Qu¨¦ es pues la Constituci¨®n? Desde luego no es el fin, no tiene nada que sea trascendente. La Constituci¨®n es una herramienta. ?Hay que recordarlo? Es un producto nuestro, incluso demasiado nuestro, parcial, imperfecto, caprichoso, interesado, que envejece como cualquier otra materia. Es un contrato social con un mont¨®n de cl¨¢usulas, enunciados y palabras que ordenan una comunidad estableciendo qui¨¦n puede ejercer el poder y en qu¨¦ condiciones, c¨®mo se hacen las leyes y cu¨¢les son nuestros derechos. Y, como todo contrato, resulta m¨¢s dif¨ªcil reformarlo que aprobarlo.
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Adem¨¢s, en la Constituci¨®n nada puede darse por sentado porque sus palabras tambi¨¦n son apariencia, aproximaci¨®n, juego y nunca son inofensivas, siempre esconden intenciones. No tenemos otra forma de hacer las cosas. Los enunciados de la Constituci¨®n tambi¨¦n son una m¨¢scara y no son nada hasta que se aplican.
Pero por muy enciclop¨¦dica que sea la Constituci¨®n, es muda, necesita que alguien hable por ella, y ah¨ª est¨¢ el problema porque, cuando hablamos, cuando interpretamos, lo hacemos con nuestro cerebro y por tanto a partir de prejuicios, ideolog¨ªas e intereses que f¨¢cilmente pueden hacer decir a la Constituci¨®n lo contrario de lo que nos propusimos que dijera.
Entonces, ?qui¨¦n manda? Sin duda aquellos que dan voz a las palabras, aquellos que disponen de los medios para dominarlas, eso es todo porque una misma palabra cambia de sentido de acuerdo con la fuerza que se apodera de ella, y, claro, ahora que regresa el runr¨²n autoritario y espiritual, si no fabricamos resistencias y desvelamos sus intenciones, estamos perdidos y ya vamos un poco contra corriente.
Pero ?c¨®mo ¨ªbamos a imaginar que las palabras fundamentales correr¨ªan tanto peligro? Solo hay que ver c¨®mo se est¨¢n transformando conceptos como democracia, Constituci¨®n, libertad, federalismo¡ Y qu¨¦ me dec¨ªs del t¨¦rmino ¡°seguridad¡±, bajo el que se han logrado los mayores avances en derechos y libertades y ahora se utiliza para justificar desproporcionadas e ins¨®litas restricciones y sanciones.
Cuando la Constituci¨®n dice ¡°libertad¡± no se est¨¢ refiriendo a la libertad formal sin efectos ni consecuencias
No es esto. La seguridad no se logra autom¨¢ticamente cuando se aprueba la Constituci¨®n, cuando se crea un determinado orden con sus instituciones y procedimientos. Qu¨¦ f¨¢cil ser¨ªa. Las dictaduras proporcionan siempre orden, incluso certeza, pero tambi¨¦n temor y mucha inseguridad. ?C¨®mo podemos olvidarlo?
En cambio, en democracia, el derecho a la seguridad consiste en vivir con el convencimiento de que el orden constitucional garantiza efectivamente las exigencias humanas de libertad, igualdad, justicia, solidaridad¡, que vivimos con la tranquilidad, con la convicci¨®n de que nuestros derechos est¨¢n protegidos frente a los dem¨¢s y frente a los m¨¢s fuertes.
Seguridad entonces no solamente por el orden instaurado, sino por el resultado alcanzado, por la certeza de que podemos expresarnos sin temor a ser censurados o incluso sancionados por una canci¨®n de mal gusto, que podemos manifestarnos sin temor a ser sancionados con desproporcionadas e intimidatorias multas y que podemos pasear de madrugada por la plaza Mayor sin temor a ser asaltados o detenidos, y cuando pasa, conocemos el camino para encontrar protecci¨®n.
Otras palabras sin embargo no cambian, simplemente se vac¨ªan hasta no decir nada. Las repetimos, pero sin convicci¨®n, y como el eco se van desvaneciendo hasta que dejamos de entenderlas. ¡°Federalismo¡±, por ejemplo, ?acaso es una posici¨®n que puede realizarse o se dice porque no se sabe qu¨¦ otra cosa decir, como un gesto, una pose que ni se siente en la piel ni acelera los latidos del coraz¨®n? De lo que no tengo duda es de que la palabra federalismo se ha convertido en un trasto, en una carga que por s¨ª sola divide y frena cualquier acuerdo. Adem¨¢s, es una palabra que nace del recuerdo y nuestra experiencia federal no es precisamente ejemplar.
Quiz¨¢ se quiera utilizar como un inapelable argumento t¨¦cnico, la t¨¦cnica como ¨²nica verdad, pero jur¨ªdicamente el federalismo tambi¨¦n se ha vaciado, y si no que me expliquen c¨®mo se autentifica un sistema federal y con qu¨¦ criterios: origen, competencias, un Senado¡, y qui¨¦n firma el certificado. En fin, ?qu¨¦ es lo que lo hace ¨²nico? ?Qu¨¦ le falta a nuestra autonom¨ªa para ser digna de su nombre?
Estamos metidos en una ¨¦poca de decadencia pol¨ªtica donde las instituciones est¨¢n desapareciendo
Admit¨¢moslo, el federalismo como modelo ya no supone una diferencia. ?D¨®nde quedan las viejas relaciones entre los Estados basadas en la idea de soberan¨ªa? Solo veo federalismos centralizados y cooperativos con f¨®rmulas para compartir responsabilidades entre los niveles estatal, federal y con base en la teor¨ªa de las relaciones intergubernamentales, que insiste en la idea de relaci¨®n antes que en la de conflicto para decidir qu¨¦ Gobierno har¨¢ frente a cada una de las demandas ciudadanas y qui¨¦n va a financiarlas. ?Acaso no es esto lo que estamos discutiendo aqu¨ª? En fin, que la confrontaci¨®n entre federalismo y autonom¨ªa no se sostiene, son conceptos que no tienen un significado m¨¢s all¨¢ del ordenamiento que los utiliza y concretarlos es la tarea pol¨ªtica de cada uno de ellos.
Y, ?c¨®mo no?, tambi¨¦n se est¨¢ trivializando la ¡°libertad¡±. Cuando la Constituci¨®n dice libertad no se est¨¢ refiriendo a la libertad formal sin efectos ni consecuencias, sino a la libertad en concreto, la libertad de elegir, de equivocarse, a la libertad como autonom¨ªa personal, como la capacidad para poder decir ¡°no¡±, porque defendemos los derechos humanos para realizarnos, pero tambi¨¦n para defendernos y resistir.
?Y los deberes?, me preguntan los esc¨¦pticos. Respetar tus derechos es mi deber, les contesto. Cuando decimos derechos tambi¨¦n estamos diciendo deberes, obligaciones, restricciones, l¨ªmites. Que no se preocupen, no puede haber derechos sin deberes, pero, ?ojo!, tampoco debe haber deberes sin derechos.
Pues bien, los derechos/deberes son la finalidad de la Constituci¨®n, y con esto ser¨ªa suficiente si no fuera porque es muda y hay que leerla, hay que aplicarla y los encargados de hacerlo est¨¢n fracasando. Estamos metidos en una ¨¦poca de decadencia pol¨ªtica donde las instituciones, los poderes, el propio Estado y por supuesto la Universidad, tal como eran, est¨¢n desapareciendo. Existen pero han perdido el poder y ha empezado su descomposici¨®n. ?No veis c¨®mo se est¨¢n hinchando? Han perdido la vida aunque seguir¨¢n existiendo durante d¨¦cadas, y el que no lo vea es porque no se atreve a mirarlos.
Pero, a pesar de todo, ¡°?por qu¨¦ otro mundo, Se?or, si para m¨ª, como este, no puede haber otro mejor?¡± (J. Maragall).
Antonio Rovira es catedr¨¢tico de Derecho Constitucional, director del m¨¢ster en gobernanza y derechos humanos (C¨¢tedra Jes¨²s de Polanco. UAM/Fundaci¨®n Santillana)
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