Cirujano con machete
L¨®pez Obrador asume el s¨¢bado la presidencia de M¨¦xico con la intenci¨®n de inaugurar una nueva era en el pa¨ªs norteamericano, pero su fascinaci¨®n por lo simb¨®lico puede hacer ineficaz su pol¨ªtica
La pol¨ªtica es voluntad y teatro. Poco m¨¢s. Eso parece decir Andr¨¦s Manuel L¨®pez Obrador, quien dentro de unas horas se convertir¨¢ en presidente de M¨¦xico. Para lograr el cambio, para refundar una naci¨®n, basta con desearlo y pintar los telones de una patria nueva. A L¨®pez Obrador se le conoce por sus convicciones: fe en s¨ª mismo y confianza en el efecto m¨¢gico de los s¨ªmbolos. De esas dos cuerdas colgar¨¢ su Gobierno: centralizaci¨®n y escenograf¨ªa. Son claros sus mensajes en estos largos meses de transici¨®n: concentrar todas las riendas del poder y cuidar, con admirable esmero, la coreograf¨ªa de los s¨ªmbolos.
L¨®pez Obrador se ofrece al pa¨ªs como el Cuarto Padre de la Patria. La megaloman¨ªa ha sido parte de su encanto. Primero apareci¨® Hidalgo, sonando las campanas de la independencia; luego vino Ju¨¢rez, fundador del Estado laico. El tercer padre fue Madero, quien dio la vida por el sue?o de la democracia. Ahora viene ¨¦l para completar el mural con la fundaci¨®n de una naci¨®n fraterna. No pretende ser un gestor. Ni siquiera le interesa ser considerado como un estadista porque para ¨¦l la tarea pendiente, en realidad, es la naci¨®n. Encabezar¨¢ el primer Gobierno de izquierda desde que L¨¢zaro C¨¢rdenas dejara la presidencia en 1940. Encarna, sin duda, una esperanza igualitaria. Poner a los olvidados en el centro. Terminar por fin con el despotismo olig¨¢rquico. ¡°Primero los pobres¡± ha sido su lema. Ese programa igualitario, urgente como ninguno, no solamente enfrenta el rechazo de quienes podr¨ªan ser materialmente afectados por sus pol¨ªticas. En el estilo de su liderazgo, en la coalici¨®n que lo respalda, en las confusiones de su estrategia est¨¢n, quiz¨¢, las mayores amenazas de su propio proyecto.
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La elecci¨®n de julio fue el terremoto electoral m¨¢s profundo que ha vivido M¨¦xico. T¨ªmido hab¨ªa sido el votante mexicano hasta ahora: votos que, m¨¢s que el cambio, buscaban atar el cambio. Los electores depositaban su confianza solamente en los Gobiernos de minor¨ªa. Impon¨ªan, con votos, moderaci¨®n. Cre¨ªan, pues, m¨¢s en los vetos que en las instrucciones. Ese fue el cuento de la pol¨ªtica mexicana desde 1997 hasta la elecci¨®n de julio. En 2018, termin¨® esa pol¨ªtica de la desconfianza para apostar, finalmente, por la opci¨®n que ofrec¨ªa el cambio m¨¢s radical. Los electores decidieron darle a la nueva presidencia el respaldo de una mayor¨ªa leal. Cambi¨® as¨ª, de manera radical, el mapa del poder en M¨¦xico. Los partidos tradicionales quedaron hechos polvo. Simples mirones en el Congreso federal. Enfrentando el magnetismo de la nueva mayor¨ªa y enfrascados en pleitos de familia, ser¨¢n incapaces de constituir una oposici¨®n coherente. El partido fundado apenas hace unos a?os por L¨®pez Obrador tendr¨¢ el camino despejado. No tiene adversarios enfrente, pero tendr¨¢ enormes dificultades para caminar. Morena, la nueva mayor¨ªa, es un partido ni?o. Fue llamado a gobernar, pero no es claro que sea capaz de gobernarse. Se trata de una coalici¨®n que, m¨¢s all¨¢ de su lealtad al fundador, carece de se?as de identidad y, sobre todo, de liderazgos eficaces. Err¨¢tica, si no es que ca¨®tica, ha sido la constituci¨®n de esa mayor¨ªa legislativa. Los amagos de ese rodillo desconciertan todos los d¨ªas. Es que el partido en el Gobierno no ha asumido plenamente la responsabilidad que le corresponde. Se cierne sobre el pa¨ªs un poder sin restricciones y sin concierto. Doble amenaza: arrollar y dar tumbos.
Las elecciones del pasado julio fueron el terremoto electoral m¨¢s profundo que ha vivido M¨¦xico
Antes de cruzarse el pecho con los tres colores de la bandera mexicana, Andr¨¦s Manuel L¨®pez Obrador ha abierto ya cuatro fuentes de desconfianza. La primera es con la burocracia a la que pretende purgar con una ruda disminuci¨®n de salarios. La segunda es con los inversionistas a los que espanta cotidianamente con se?ales contradictorias y decisiones contraproducentes. La tercera es con quienes imaginaban que su Gobierno ser¨ªa un aliado en la lucha contra la impunidad y la corrupci¨®n, con aquellos que confiaron en que los militares regresar¨ªan finalmente a los cuarteles. La cuarta reside en los poderes locales que ven con temor los afanes centralizadores. Si hizo una campa?a para tranquilizar a sus cr¨ªticos, se ha dedicado a festejar su victoria inquiet¨¢ndolos de nuevo. En nombre de la austeridad, se dispone a sacudir la Administraci¨®n p¨²blica y a deshacerse de los t¨¦cnicos a los que considera c¨®mplices de la desgracia nacional. No ha ofrecido certidumbre. Ha sugerido, adem¨¢s, que el pa¨ªs debe tragarse la piller¨ªa del pasado reciente para conservar la estabilidad. M¨¦xico, en su opini¨®n, no resistir¨ªa la osad¨ªa de la ley. Hay que perdonarlo todo y mirar hacia delante. Nada de esto niega que L¨®pez Obrador asumir¨¢ el poder con una enorme popularidad. Sigue teniendo el respaldo de millones que sienten su victoria como propia, como una se?a de inclusi¨®n, como una restituci¨®n hist¨®rica.
Antes de asumir el cargo, el mandatario electo ya ha abierto cuatro fuentes de desconfianza
Su proyecto no termina de perfilarse, pero lo que tiene ya forma plena es la ¨¦pica de los s¨ªmbolos. Por lo pronto, la haza?a hist¨®rica a la que convoca es, m¨¢s que cambio, representaci¨®n del cambio. Romper con las efigies, abandonar los ceremoniales, dejar atr¨¢s recintos y veh¨ªculos. Destrozar emblemas. Contar de otro modo nuestros cuentos. Cultivar el conflicto y se?alar al enemigo. Darle nombre al presente. La residencia presidencial se convertir¨¢ en museo, desaparecer¨¢n los guardias presidenciales, se vender¨¢ el avi¨®n oficial. Seremos testigos de una obsesiva ostentaci¨®n de sencillez. Tendremos como presidente a un franciscano que hace streaming de su modestia. Ah¨ª est¨¢ el acento del lopezobradorismo y, visto de cerca, no parece una estrategia absurda. ?No se engolosina la pol¨ªtica contempor¨¢nea con la gestualidad? ?No hemos sustituido el cambio por la representaci¨®n del cambio? En la era de las restricciones, aparece la tentaci¨®n de desplazar el poder al territorio de los s¨ªmbolos y escapar as¨ª de la impotencia pol¨ªtica. Cambiarle el nombre a las cosas, mudar huesos, abandonar palacios, tirar estatuas, rebautizar calles y parques. Esculpir de otro modo el cuerpo del nosotros. Enfrentarlo a un otro amenazante y atizar las pasiones del conflicto. La esperanza alimentada en teatro.
La fuga de L¨®pez Obrador al universo simb¨®lico cobra, por lo pronto, una v¨ªctima: la eficacia. Fascinada por la alegor¨ªa, la pol¨ªtica se desentiende de la consecuencia. Si el deseo presidencial lo puede todo, no tiene por qu¨¦ perder el tiempo con c¨¢lculos de presupuestos, fastidios administrativos, restricciones legales. La mec¨¢nica es sencilla: procl¨¢mese el deseo y h¨¢gase ratificar por el Pueblo bueno. El ¨²nico esmero es esc¨¦nico. Hay que romper la estatua del pasado sin calcular el efecto del destrozo. Reducida a gesto, la pol¨ªtica engendra lo contrario a lo que desea. El ahorro termina siendo dispendioso; la ruptura resulta una victoria del pasado, la inclusi¨®n, una farsa. No niego la importancia de ese lenguaje simb¨®lico porque s¨¦ que no hay pol¨ªtica sin relato, sin imaginaci¨®n, sin fantas¨ªa. El problema es que termina siendo muy mala pol¨ªtica aquella que se queda en pura teatralidad, aquella que se desentiende de las restricciones, la que se somete al imperio de las apariencias, la que, por contar cuentos, deja de hacer las cuentas. Esa parece ser la trampa a la que quiere entregarse el nuevo Gobierno mexicano. Su intenci¨®n de inaugurar una nueva era de la historia topa con el desprecio a los instrumentos concretos de la acci¨®n pol¨ªtica. As¨ª se acerca Andr¨¦s Manuel L¨®pez Obrador a la presidencia de M¨¦xico, como un cirujano con machete.
Jes¨²s Silva-Herzog M¨¢rquez es analista pol¨ªtico y profesor del Tecnol¨®gico de Monterrey.
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