Francisco condena a los homosexuales
El Papa crea un cord¨®n sanitario para discriminarlos o seleccionarlos en el camino de las vocaciones
¡°?Qui¨¦n soy yo para juzgar a un homosexual?¡± La reflexi¨®n entre interrogaciones de Francisco inauguraba el pontificado de la revoluci¨®n en el ¨¦nfasis de la tolerancia, aunque la novedad hist¨®rica de un Papa latinoamericano, jesuita y ¡°franciscano¡± se ha ido degradando a los detalles puramente cosm¨¦ticos y formales. Un Papa canchero, cercano, desmitificado, arrabalero, cuyas concesiones al populismo y a la heterodoxia superficial han sido tan evidentes como la feroz custodia del dogma y de la ortodoxia doctrinal. De hecho, Francisco ha respondido la pregunta que se hizo a s¨ª mismo en el embri¨®n del pontificado. ?Qui¨¦n es ¨¦l para juzgar a un homosexual?
La sentencia ya la conocemos. Francisco juzga la homosexualidad como una moda. Juzga la homosexualidad como un comportamiento sospechoso, protodelictivo. Y establece cordones sanitarios, criterios de selecci¨®n discriminatorios, para evitar que los homosexuales accedan a las vocaciones, como si estuvieran predispuestos no ya a romper el compromiso del voto de castidad, sino a incurrir en los delitos de pederastia que sacuden la credibilidad de la Iglesia.
Proliferan los casos de los sacerdotes que abusaron de ni?os, es verdad, pero llama la atenci¨®n que Francisco los relacione no con la abyecci¨®n del ser humano en sus zonas oscuras sino con la orientaci¨®n sexual. Deber¨ªa resultarle irrelevante a Francisco que un sacerdote o una monja sea heterosexual u homosexual. A lo que est¨¢n obligados es al celibato. Transgredirlo implica una ¡°traici¨®n¡± a los votos estrictamente religiosos. Y abusar de ni?os o de ni?as significa incurrir en un delito que no se deriva de la condici¨®n sexual sino del estadio criminal.
Francisco juzga la homosexualidad como una moda, como un comportamiento sospechoso, protodelictivo
Habla Francisco desde el p¨²lpito vaticano: ¡°La cuesti¨®n de la homosexualidad es muy seria. Hay que discernir adecuadamente desde el comienzo con los candidatos, si es el caso. Hemos de ser exigentes. En nuestras sociedades parece incluso que la homosexualidad est¨¢ de moda y esa mentalidad de alguna manera, tambi¨¦n influye en la vida de la Iglesia¡±.
Se desprende de semejantes conclusiones no tanto que la homosexualidad sea una moda como que sea una epidemia. Y que la ¨²nica forma de integrarla en el cuerpo sacerdotal de la Iglesia consista en un casting exigente al que no deber ser expuesto el aspirante heterosexual. Un homosexual debe ganarse la idoneidad, responsabilizarse de la maldici¨®n de Sodoma, admitir que no es igual entre los estudiantes del seminario porque acaso le atraen las personas de su mismo sexo y porque los imp¨²beres representan una tentaci¨®n demoniaca.
Relacionar la homosexualidad con una moda es un ejercicio de temeraria ignorancia y de oscurantismo. Una moda como la de ser chino. O la de ser rubio. Una moda como la de ser heterosexual. Y una moda como la de ser cristiano, aunque no est¨¢ claro que Francisco pertenezca a la categor¨ªa, de tanto que incurre en procesos selectivos y discriminatorios.
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