Esta por mam¨¢
Es necesario un feminismo amplio y generoso, que apele a la lucha contra la desigualdad m¨¢s all¨¢ de los g¨¦neros
Hay una mujer en la habitaci¨®n del hospital. Que haya una mujer en la habitaci¨®n del hospital no implica que se trate de la enferma o la enfermera: la mujer sobre la que ahora escribo ocupa el sill¨®n de la esquina, o de espaldas al televisor, con suerte junto a la ventana. A veces dos mujeres ocupan dos sillones ¡ªlos dos ¨²nicos, uno por cama y por paciente¡ª en la habitaci¨®n del hospital. En la hora del sue?o la mujer se acurruca en el sill¨®n ¡ªya ha aprendido a simular la horizontalidad¡ª y duerme a trompicones: se despierta con la respiraci¨®n ajena, por el miedo a que algo no marche bien. A veces le desvela el otro sill¨®n vac¨ªo: reclama la medicaci¨®n para quien no conoce, consuela m¨¢s all¨¢ del par de charlas por educaci¨®n.
Conozco a la mujer de la habitaci¨®n del hospital, pero estoy segura de que quien lea le adjudicar¨¢ su propia identidad y su propio parentesco. Se trata de la madre, la esposa, la hija o la hermana ¡ªmujeres en la mayor¨ªa de los casos: existen excepciones, por supuesto¡ª que cuidan a quien enferma: que en el hospital ganan ojeras y pierden peso comiendo mal, descansando mal, hasta que regresan a casa y en casa comen mal, descansan mal, ayudan a un cuerpo a moverse de la cama al ba?o y del ba?o al sof¨¢, y etc¨¦tera. Algunas veces suman al trabajo de casa y de cuidado el trabajo de fuera; otras confiesan en voz baja, mientras improvisan un men¨² alternativo a ella, que no encontrar un empleo les permite atender a quienes las necesitan.
Me emocion¨® la manifestaci¨®n del 8M porque en ella caminamos mujeres muy distintas, pero tambi¨¦n me apen¨® no encontrarnos a todas
Ante la vulnerabilidad nos refugiamos en los lugares seguros: el hogar como espacio f¨ªsico, la familia ¡ªlas familias, en plural: tantas como entendamos hoy¡ª como lugar simb¨®lico. En la precariedad, en la enfermedad, quienes tenemos cerca responden y se asumen responsables del resto. Para subrayar el valor de estos cuidados no nos bast¨® con vivirlos en casa, de puertas para adentro: hemos esperado a analizarlos con bistur¨ª, a intelectualizarlos, como si la experiencia de aquellas que cuidaban no bastase, como si su testimonio valiese menos que un pu?ado de teor¨ªas, como si ellas mismas no pudiesen generar ideas para pens¨¢rnoslas.
Me pregunto qu¨¦ opina la mujer de la habitaci¨®n del hospital sobre el feminismo, y qu¨¦ opina la mujer que intenta conversar con un marido que balbucea en la sala de espera del ambulatorio: qu¨¦ opinan sobre el feminismo que les llega, no el que les ata?e, el que deber¨ªa contar con ellas. Me pregunto ¡ªse me ocurre¡ª qu¨¦ opinan sobre el empoderamiento; si el t¨¦rmino y sus connotaciones les incomodan tanto como a m¨ª, pero si la idea les entusiasma, si la sienten cerca de ellas o creen que no mejorar¨¢ en nada su rutina. ?Qu¨¦ significa para ellas el ¡°techo de cristal¡±, cuando en realidad la fragilidad la encuentran bajo sus pies? Pienso en que preferimos las palabras a las ojeras, a las canas asomando entre el pelo te?ido porque entre controlar una y otra toma de pastillas no te queda tiempo para la peluquer¨ªa: eliminamos las im¨¢genes que hablan de enfermedad y deterioro, porque nos incomodan, porque se?alan nuestro silencio cuando no reaccionamos.
Me pregunto si las mujeres de la habitaci¨®n del hospital ¡ªo si las mujeres que trabajan cuidando a desconocidos, sin tiempo para cuidar a los suyos: otro tema¡ª no se partir¨¢n de la risa cuando les hablen de feminismo esas otras mujeres en las que no se reconocen: c¨®mo les convencer¨¢ un argumento desarrollado desde el m¨¢s absoluto privilegio de quien conoce m¨¢s las ocho horas de sue?o que el sill¨®n inc¨®modo en el que dar una cabezada. Me emocion¨® la manifestaci¨®n del 8-M porque en ella caminamos mujeres muy distintas, pero tambi¨¦n me apen¨® no encontrarnos a todas: ech¨¦ de menos a mujeres de otras generaciones ¡ªpensaba en la mujer de la habitaci¨®n del hospital: en muchas de nuestras madres, en muchas de nuestras abuelas¡ª y de otras clases sociales, a aquellas que no pod¨ªan permitirse ir a la huelga o ni siquiera faltar unas horas al trabajo. Pienso en Angela Davis, una vez m¨¢s: en la necesidad de un feminismo amplio y generoso, que apele a la lucha contra la desigualdad m¨¢s all¨¢ de los g¨¦neros.
Esto que escribo parte de una contradicci¨®n: deber¨ªa escribirlo la mujer de la habitaci¨®n del hospital. Quisiera preguntarle si se siente representada en los mensajes sobre feminismo que lee en las revistas o que escucha por televisi¨®n. Si considera que todas las luchas resultan necesarias, o si otras le parecen m¨¢s urgentes. Si necesita apoyo y no discursos, y si a costa de visibilizar no frivolizamos; si no marginamos a quienes no caben en ellos. Me pregunto d¨®nde esta la voz de la mujer de la habitaci¨®n del hospital, m¨¢s all¨¢ del ¡°esta por mam¨¢¡± que musitaba hace 30 o 40 a?os, con el mismo tono con el que hoy charla con la doctora sobre el pen¨²ltimo an¨¢lisis o te consuela respondiendo que no, que ella ha pasado la noche bien, que no nos preocupemos.
Elena Medel es escritora y editora.
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