Circulaci¨®n para la ciudadan¨ªa: obviedades
La velocidad de la circulaci¨®n la decide siempre la mayor¨ªa. Lo que queda por decidir, en las peatonalizaciones y las necesarias convivencias entre nuevos veh¨ªculos, es qui¨¦n o qu¨¦ ser¨¢ esa mayor¨ªa
De adolescente me hice amiga de Rosa que iba a mi colegio pero era un a?o menor que yo porque las dos jug¨¢bamos ¨Cbastante mal- de aleros en el equipo de baloncesto. Las dos viv¨ªamos cerca y por eso ¨ªbamos a los partidos en autob¨²s. Ella me parec¨ªa irreal. Era tan temerosa como temeraria. Pod¨ªa ponerse roja con algo que le contabas y pod¨ªa contarte a su vez que se hab¨ªa llevado a un atracador a su casa para darle mil pesetas porque cuando la atrac¨® no ten¨ªa dinero y lo convenci¨® de que no le clavara la navaja y la acompa?ara a su casa. As¨ª era ella.
Cuando madrug¨¢bamos los s¨¢bados para coger el autob¨²s yo le dec¨ªa que estaba ahorrando para comprarme una moto.
-?Te dejar¨¢n?
-Si no pides dinero te dejan hacer casi todo.
En cuanto tuviera 16 a?os me la iba a comprar (lo hice, pero con 18). Ella no se decidi¨® porque le daba miedo. A?os despu¨¦s, cuando ya se hab¨ªa convertido en abogada, supe que se hab¨ªa comprado una Vespa. ¡°Es preciosa. Le tengo mucho respeto, pero es la m¨¢quina del tiempo¡±, me dijo. M¨¢s tarde a¨²n, cerca de los cuarenta, mis hermanas me dijeron que Rosa hab¨ªa muerto.
-?C¨®mo?
-Accidente de moto.
Me qued¨¦ muda. Ya era la tercera de las ni?as del colegio que se mataba conduciendo. Pero ella no se hab¨ªa estrellado ni se hab¨ªa dado con la cabeza en un bordillo al frenar mal. A Rosa la hab¨ªa atropellado una moto mientras esperaba para cruzar el sem¨¢foro. Exc¨¦ntrica y cauta, responsable y reflexiva, temeraria y temerosa, Rosa no hab¨ªa cogido la moto ese d¨ªa porque ten¨ªa juicio y se hab¨ªa puesto un traje de chaqueta y zapatos de tac¨®n. La hab¨ªan atropellado en la acera, no cruzando, esperando para cruzar.
De Rosa ¨Cnunca la llam¨¢bamos as¨ª, la bautizamos como Compinche y ella no protest¨®- hered¨¦ una man¨ªa que luego me he cansado de repetir a mis hijos -¡°mirad siempre, incluso si est¨¢ verde para el peat¨®n¡±- y la conciencia de que en las ciudades mueren m¨¢s personas por atropello que por accidente de coche. S¨¦ que Rosa fue una muy dolorosa excepci¨®n: se mueren m¨¢s motoristas conduciendo que atropellados. Pero las excepciones son siempre s¨ªntomas.
La velocidad la decide siempre la mayor¨ªa. En una manifestaci¨®n no hay normas de circulaci¨®n. Pero tiene que haber l¨®gica. Y casi siempre aflora. Las avalanchas se forman cuando no se respeta, con paciencia, el orden mayoritario. Sucede en los parques y en los conciertos, en las estaciones y en los aeropuertos. La naturaleza del lugar permite que cada uno llegue donde necesita llegar pasando por donde puede. Y cuando hay cuidado y educaci¨®n casi siempre sucede de manera civilizada. El caos es capaz de organizarse estableciendo prioridades. La mayor¨ªa de la gente se aparta cuando un veh¨ªculo que transporta a una persona mayor pide paso en una terminal, lo mismo que los coches cuando escuchan las sirenas de bomberos o ambulancias. Claro que hay algunos que aprovechan el rebufo, pero son la minor¨ªa. Hay quien los ve como listillos. La mayor¨ªa los vemos como inc¨ªvicos. Porque es esa mayor¨ªa la que permite que alguien que llega muy justo al vuelo se salte el turno si lo pide con educaci¨®n. Nadie se quedar¨ªa reclamando su derecho en el lado derecho si apareciera un ni?o corriendo. O un empleado de la limpieza empujando un carrito. Ser¨ªa absurdo. Lo mismo que la mayor¨ªa de veh¨ªculos que circulan por el carril r¨¢pido de la autopista no permanecen en ¨¦l: aunque la velocidad m¨¢xima sea de 120 kil¨®metros por hora, todos sabemos que ese es el espacio para quien quiere utilizar la libertad de correr m¨¢s asumiendo sus consecuencias. Los que adelantan por el carril derecho son los inc¨ªvicos de la autopista. Los que colapsan el izquierdo son los que no entienden la l¨®gica de la circulaci¨®n.
?En el Paseo de los coches de El Retiro ¨Cdonde se montan las casetas durante la Feria del Libro de Madrid- a partir de las siete de la tarde y todo el d¨ªa durante el fin de semana conviven bicicletas ¨Cno muchas- patinadores ¨Cmuch¨ªsimos, bastantes aprendiendo-, turistas montados en patinetes, gente que corre ¨C¡°runners¡±- y muchas personas que simplemente pasean. Algunos con bastones de marcha n¨®rdica, otros empujando un andador. Cada uno se mueve a una velocidad distinta. No hay carriles que los organicen. Y sin embargo, todo fluye.
Cuando pase¨¦ por Madrid R¨ªo por primera vez sus arquitectos me contaron que hab¨ªan sopesado marcar carriles de bici y zonas de paseo m¨¢s lento. Al final no les dio tiempo a hacerlo: los ciudadanos tomaron el paseo. Comprobaron entonces que con la gente por en medio los ciclistas moderaban la velocidad. Salvo algunos inquietos al principio, nadie confund¨ªa un paseo con una pista de carreras. Suced¨ªa con los paseantes lo mismo que ocurre cuando hay ni?os en una ciudad: todos disminuimos la velocidad y si pisamos el carril bici es moment¨¢neamente, o por error. La convivencia es lo que nos civiliza.
Legislar sobre la circulaci¨®n peatonal implica siempre el reconocimiento de una impotencia, una incapacidad o inmadurez. Pero las normas nunca pueden estar por encima de las personas. De la misma manera que ya nadie escupe en los bares y que hemos aprendido a pisar el c¨¦sped sin destrozarlo, tal vez convenga volver a establecer normas c¨ªvicas de circulaci¨®n para cuando uno dude. Pero solo para entonces. Por eso, sean bienvenidas las restricciones de tr¨¢fico en el centro de las ciudades aunque con nuestro viejo coche ya no podamos llegar hasta la porter¨ªa para cargar y descargar. A ver si de esta aprendemos, de paso, a viajar ligero.
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