En un lugar de los tr¨®picos...
Resulta dif¨ªcil de explicar c¨®mo Bolsonaro convenci¨® a una parte de los brasile?os de que los molinos eran gigantes
En un pa¨ªs tropical, de cuyo nombre no quiero acordarme, viv¨ªa un militar jubilado que defend¨ªa la dictadura y que cre¨ªa que el gran error de ese r¨¦gimen fue no haber matado a m¨¢s rojos. Este sobredicho militar, los ratos que estaba ocioso, se dedicaba a hacer campa?as pol¨ªticas y lleg¨® incluso a ser diputado. En casi tres d¨¦cadas en el Congreso, aprob¨® apenas dos leyes de su autor¨ªa. Su gran contribuci¨®n, en sus propias palabras, fue evitar que ciertos proyectos fuesen aprobados. Por culpa de esos proyectos pasaba las noches en claro. ¡°Las minor¨ªas tienen que inclinarse ante las mayor¨ªas¡±, dijo en cierta ocasi¨®n. La lucha en contra de la expansi¨®n de los derechos de mujeres, homosexuales, negros e ind¨ªgenas le consum¨ªa por completo. Y as¨ª, de poco dormir y de mucho luchar, su cerebro se sec¨® de tal manera que vino a perder el juicio. En efecto, rematada ya su cordura, un extra?o pensamiento se aloj¨® en su cabeza: hacerse presidente e ir por el pa¨ªs con sus armas defendiendo los derechos de los hombres blancos y ricos. Para conseguir su noble objetivo, estaba dispuesto a enfrentarse al mayor de los peligros, la izquierda radical.
Como hab¨ªa sido paracaidista, decidi¨® lanzarse al vac¨ªo de las redes sociales y llenarlas de incre¨ªbles fechor¨ªas?
Como hab¨ªa sido paracaidista en sus tiempos en el Ej¨¦rcito, decidi¨® lanzarse al vac¨ªo de las redes sociales y llenarlas de incre¨ªbles fechor¨ªas perpetradas por su recalcitrante enemigo. Por donde pasaba alertaba del peligro de la izquierda, que pretend¨ªa instaurar una dictadura gay en el pa¨ªs. Si sus oponentes llegasen al poder, legalizar¨ªan la pedofilia, las tetinas de los biberones tendr¨ªan forma de penes y, en los colegios, los ni?os heterosexuales se convertir¨ªan en homosexuales por culpa de un material did¨¢ctico apodado Kit Gay por el militar.
Otra de sus grandes preocupaciones era evitar el avance del feminismo, una ideolog¨ªa que llevar¨ªa el pa¨ªs inexorablemente al apocalipsis. El feminismo era capaz de convertir mujeres en monstruos peludos llenos de odio hacia el g¨¦nero masculino. El objetivo de esos monstruos era instaurar una dictadura feminista que, junto a la dictadura gay, perseguir¨ªa sin descanso a los pobres hombres heterosexuales.
Los activistas que defienden los derechos humanos y la naturaleza tambi¨¦n representaban un riesgo. Eran un claro obst¨¢culo al desarrollo de la naci¨®n. ¡°Hoy d¨ªa es muy dif¨ªcil ser patr¨®n¡±, defendi¨® el exparacaidista hace no mucho. Para ¨¦l, los due?os de las grandes empresas y los latifundistas eran las verdaderas v¨ªctimas olvidadas por las ONG. Oprimidos por los derechos de sus trabajadores o por las leyes de preservaci¨®n de la naturaleza, los patrones son una especie indefensa que debe ser protegida. En el diccionario de sus seguidores, la palabra ¡°activista¡± significaba delincuente y ¡°derechos humanos¡± era poco m¨¢s que una palabrota.
Adem¨¢s de denunciar las terribles injusticias que ser¨ªan perpetradas por la izquierda radical, el militar retirado ofrec¨ªa la soluci¨®n para el grave problema de inseguridad en el pa¨ªs tropical. ¡°Bandido bueno es bandido muerto¡±, gritaban sus ac¨®litos. Su novedoso plan para mejorar la seguridad era armar a la poblaci¨®n. Combatir la violencia con m¨¢s violencia. ?C¨®mo nadie hab¨ªa pensado en eso antes?
En el diccionario de sus seguidores, la palabra ¡°activista¡± significaba delincuente?
Las armas fueron, sin duda, el gran s¨ªmbolo de su cruzada por el pa¨ªs. En sus manos, cualquier objeto se convert¨ªa en una alusi¨®n a ellas. A la falta de un objeto, sus propios dedos imitaban pistolas y rev¨®lveres. El exmilitar hizo el gesto de disparar en un sinf¨ªn de ocasiones, tanto que ya nadie recordaba que ten¨ªa 10 dedos. Los que le hab¨ªan visto garantizaban que ¨¦l solo ten¨ªa dos dedos en cada mano: el ¨ªndice y el pulgar, ambos manchados de p¨®lvora.
A pesar de presentarse como un h¨¦roe a lo Chuck Norris, el exparacaidista no pudo ocultar su mayor debilidad: el miedo al debate. Cada vez que se enfrentaba a alg¨²n oponente, perd¨ªa adeptos. Le acribillaban con argumentos, le disparaban ideas y finalmente le remataban con los datos. Estaba, por primera vez, desarmado e indefenso, perdido en medio de un tiroteo dial¨¦ctico. Por eso, como buen militar, opt¨® por otra estrategia. Cuando hablaba, prefer¨ªa hacerlo solo, en un discurso; o de forma pactada, con un interlocutor amigable. Le encantaban las frases de efecto, normalmente vac¨ªas de contenido. El discurso de odio se convirti¨® en su mejor aliado y sac¨® a miles de intolerantes del armario. Para sus forofos, el desprecio a las minor¨ªas era sinceridad, los ataques a la libertad de expresi¨®n eran puro sentido com¨²n y la defensa de la represi¨®n policial era pragmatismo. Para justificar el discurso de odio, el verdugo se hace pasar por v¨ªctima, el perseguidor dice ser perseguido y el cobarde se disfraza de h¨¦roe.
Para la sorpresa de muchos, el militar jubilado logr¨® convertir su delirio en realidad y el primer d¨ªa del nuevo a?o tom¨® posesi¨®n como presidente del pa¨ªs tropical. A los narradores que describimos sus haza?as nos resulta casi imposible explicar c¨®mo el exparacaidista consigui¨® convencer a una gran parte de la poblaci¨®n de que los molinos de viento eran, en realidad, gigantes.
Carla Guim?res es una escritora y periodista brasile?a.
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