El juego de la democracia
Por ahora, Jair Bolsonaro es un enigma. En tanto se devele, es mejor quedarse con el Brasil que se nos mete en el alma
Me form¨¦ en la ideologizada Universidad de los a?os setenta en la C¨®rdoba de Argentina. No nos preparaban para ser periodistas, sino para la revoluci¨®n socialista. En Buenos Aires, al llegar a las Redacciones me aconsejaron que ocultara mi formaci¨®n universitaria. Una desconfianza que sobrevive atenuada entre los acad¨¦micos y los periodistas de mi pa¨ªs. Sin embargo, ni en la Universidad ni en las Redacciones aprend¨ª el rol que juega la prensa en el sistema de la palabra, la democracia. Eso lo aprend¨ª despu¨¦s, en el exilio, en Espa?a, donde viv¨ª el privilegio de ejercer el periodismo en libertad. Algo que repito en mi pa¨ªs todo el tiempo en honor a la democratizaci¨®n espa?ola de la que mucho aprend¨ª, y de otro rasgo menos destacado que vale ponderar en estos tiempos de desconfianza con el extranjero: nunca, en m¨¢s de 20 a?os, ning¨²n espa?ol se sorprendi¨® de que siendo argentina fuera la corresponsal sudamericana de Cambio 16 y Diario 16. Un agradecimiento que incluye tanto el espacio para denunciar las torturas, secuestros y desapariciones en mi pa¨ªs cuando la mordaza del miedo lo enmudeci¨® como haber contribuido a que la prensa espa?ola comenzara a mirar a Brasil m¨¢s all¨¢ de los t¨®picos del carnaval, sus mulatas y la violencia en sus favelas.
Como soy una admiradora de esa otra marca espa?ola, el articulismo, ese g¨¦nero superior del periodismo, al leer en EL?PA?S la columna de Juan Arias sobre la despedida de Brasil del corresponsal Tom C. Avenda?o, no pude menos que reconocer en la bella met¨¢fora del cuento Felicidad clandestina de Clarice Lipesctor la poderosa influencia que ejerce Brasil sobre los esp¨ªritus abiertos y sensibles. ?Ser¨¢ por eso que la palabra saudade es de dif¨ªcil traducci¨®n? Mi met¨¢fora generacional me la dio el cine cuando en los setenta irrumpi¨® en Europa el tropicalismo musical y el cinema novo, una de cuyas pel¨ªculas, Como era gostoso o meu franc¨¦s, de Pereira dos Santos, se basa en el canibalismo de una tribu tup¨ª que se come a un franc¨¦s, lo devora creyendo que es un portugu¨¦s y simboliza la identidad cultural de un pa¨ªs que engulle lo extra?o, disuelve sus partes, las incorpora y las devuelve orgulloso como una nueva identidad: la brasileridad, siempre mayor que las culturas que la habitan y la visitan, la europea, la ind¨ªgena, la africana y la asi¨¢tica. A diferencia de la Am¨¦rica espa?ola que, como Argentina, quinientos a?os despu¨¦s sigue peleando simb¨®licamente con sus conquistadores.
Las playas de Brasil y las diferencias cambiarias han hecho mucho m¨¢s que las diplomacias para acercar a los dos grandes de Sudam¨¦rica
Por ese contraste, fue en Brasil donde m¨¢s aprend¨ª sobre nuestra siempre en debate identidad argentina. Dos vecinos que mal se conocen y suelen caer en la tentaci¨®n de proyectar en el otro lo que carecen o ignoran. En el optimismo del tudo bem de nuestros vecinos reconoc¨ª nuestra odiosa negatividad del ¡°todo est¨¢ mal¡±, en la confianza con el futuro del vai pra frente de Brasil, el lema del ¡°milagro brasile?o¡± cuando el pa¨ªs gobernado a¨²n por los militares crec¨ªa a tasas chinas, contrast¨¦ la fuerza de nuestro pasado tr¨¢gico. Dos vecinos, unidos por la geograf¨ªa, separados por sus mutuas desconfianzas, las que alimentaron en el pasado los militares de ambos pa¨ªses cuando compart¨ªan el Plan represivo C¨®ndor, pero ve¨ªan la guerra con el vecino como una hip¨®tesis de conflicto. Hoy que las playas de Brasil y las diferencias cambiarias han hecho mucho m¨¢s que las diplomacias para acercar a los dos grandes de Sudam¨¦rica, confieso que me cuesta reconocer el Brasil que me traen las cr¨®nicas, el de la intolerancia, los prejuicios y el desprecio a ¡°los barbudos y los rojos¡±, que jam¨¢s hubiera imaginado volver a escuchar en un continente democratizado que incluy¨® los derechos humanos en la mayor¨ªa de sus Constituciones, incluido Brasil. Expresiones que en el pasado justificaron las muertes, torturas y exilio. No porque exima al Partido de los Trabajadores de su responsabilidad por el fracaso pol¨ªtico y la corrupci¨®n que explican, en parte, el triunfo de Jair Bolsonaro, sino porque con tanto sufrimiento en nuestras espaldas hist¨®ricas, duele reconocer la malversaci¨®n de las ideas igualitarias al ideologizar problemas que no son de derechas ni de izquierda como son la pobreza, la desigualdad y la corrupci¨®n que hundieron nuestros pa¨ªses e inocularon en Brasil una odiosidad desconocida en el pa¨ªs cordial.
Por ahora, Jair Bolsonaro es un enigma. Se eligi¨® con bravuconadas verbales y promesas de mano dura, pero en el primer discurso le¨ªdo inmediatamente a su triunfo pocos repararon que copi¨® textualmente la frase inicial del discurso de asunci¨®n del Presidente Kennedy: ¡°Asistimos hoy no a la victoria de un partido sino a la celebraci¨®n de la libertad¡±. En tanto se desvele ese enigma, prefiero quedarme con el Brasil que se nos mete en el alma y confiar en la mejor ¨ªndole de un pa¨ªs que se jacta de ser mayor que sus crisis. En contraposici¨®n al justificativo de la izquierda que aqu¨ª y all¨¢ evita la autocr¨ªtica para no ¡°hacerle el juego a la derecha¡±, como dice un amigo, tal vez de lo que se trate en nuestros pa¨ªses, es de que, ahora, le hagamos el juego a la democracia.
Norma Morandini es periodista y Directora del Observatorio de Derechos Humanos del Senado de Argentina.
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