La naci¨®n real
Los pa¨ªses con futuro ser¨¢n aquellos cuyos Gobiernos trabajen para unir a sus ciudadanos bajo el criterio del bienestar com¨²n
En 1983, Benedict Anderson acu?¨® el concepto de comunidades imaginadaspara abordar la dif¨ªcil definici¨®n de naci¨®n y nacionalismo. El polit¨®logo e historiador consideraba la naci¨®n como una comunidad pol¨ªtica, los miembros de la cual imaginaban su comuni¨®n. No era necesario, por tanto, que estos se conociesen para considerarse parte de un mismo patr¨®n: una comunidad limitada, soberana, que no entiende de estratificaci¨®n social y que avanza unida a trav¨¦s de la historia. Comunidades que no por ser imaginadas eran falsas, porque para el profesor en la Universidad de Cornell el nacionalismo ten¨ªa m¨¢s de sistema cultural y de construcci¨®n social que de ideolog¨ªa.
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En estos treinta y seis a?os, la definici¨®n planteada en Imagined Communities: Reflections on the Origin and Spread of Nationalism ha sido manoseada hasta la saciedad. Cuando la plante¨®, Anderson apenas pod¨ªa suponer que hoy nos hallar¨ªamos inmersos en una acelerada revoluci¨®n digital. Los movimientos indignados que bajo la etiqueta imprecisa de populismo arraigan por doquier no habr¨ªan sido posibles sin los elementos que ofrece esta revoluci¨®n, con las redes sociales al frente. Como tampoco lo habr¨ªa hecho el movimiento independentista ¡ªcaso particular de un malestar global¡ª que ha tomado cuerpo en Catalu?a en la ¨²ltima d¨¦cada.
Lo que sucede ahora, a diferencia de lo planteado por Anderson, es que la naci¨®n ha dejado de ser una comunidad que se imagina para devenir una que s¨ª se conoce y que, por tanto, es mucho m¨¢s real, casi tangible. El caso catal¨¢n es paradigm¨¢tico. En Twitter o en Facebook, a trav¨¦s de WhatsApp o de Telegram, la comunidad no tiene que pensarse, sino que puede verse y comunicarse. Ya no es necesario que alguien de un extremo del territorio crea que tiene elementos en com¨²n con otra persona a doscientos kil¨®metros e incluso alguna que vive en otro continente. Ni tan siquiera necesita los medios de comunicaci¨®n tradicionales para que se lo cuenten y le conformen una imagen de aquello que comparten; simplemente llevan a esas personas en el bolsillo y las contactan cuando y como desean.
Pretender que los dos millones de catalanes que piden la independencia se amolden al modelo de Estado naci¨®n es una p¨¦rdida de tiempo
A esta nueva realidad, en Catalu?a se suman iniciativas como la que trata de desarrollar el nacionalismo catal¨¢n desde la Generalitat de una estructura gubernamental digital con conectividad 5G y tecnolog¨ªas blockchain, que permita por ejemplo el voto electr¨®nico seguro, la creaci¨®n de moneda digital y todo un amplio abanico de gesti¨®n de datos siguiendo el modelo de Estonia, uno de los pa¨ªses m¨¢s digitales. Se trata de planteamientos que pueden incomodar, pero que no se deben de entender como un sinsentido: el futuro pasa por ah¨ª.
A partir de administraciones f¨ªsicas sobre un territorio o de capitales que lo permitan financiando asociaciones o entidades, comunidades nacionales como la catalana y otras muchas que van a aparecer cada vez ser¨¢n menos imaginadas para pasar a ser m¨¢s reales ¡ªpor parad¨®jico que sea puesto que se lo va a permitir la virtualidad¡ª y van a laminar, todav¨ªa m¨¢s, los poderes del Estado sobre el que se asienten.
El ejemplo catal¨¢n se incrementar¨¢ y ser¨¢ extrapolable para otras comunidades propias o inmigradas en Espa?a y en otros Estados. Los silbidos a La Marsellesa en los estadios franceses por parte de j¨®venes nacidos en Francia, la airada reacci¨®n del trumpismo blanco a lo desconocido o la incapacidad manifiesta en Reino Unido de construir un sentimiento de britishness efectivo no son sino alertas de la realidad que tenemos a la vuelta de la esquina.
Los Estados-naci¨®n han tenido una ¨¦poca de dominio estelar como organizaci¨®n pol¨ªtica, pero incluso aquellos que con sangre y fuego, burocracia, comunicaci¨®n y escolarizaci¨®n lograron construir una comunidad imaginada para todo su territorio hoy est¨¢n en retroceso. Empecinarse en hablar de las naciones de Europa para referirse a sus Estados miembros o pretender que comunidades como los dos millones de catalanes que advocan por la independencia (y otros tantos que sin hacerlo se sienten part¨ªcipes de una ¨²nica naci¨®n, que no es la espa?ola) se amolden al modelo Estado-naci¨®n es una p¨¦rdida de tiempo.
Se trata de un discurso que apela a una parte del grupo dominante de cada Estado, pero que no va m¨¢s all¨¢ porque la capacidad de contestaci¨®n que permite hoy el mundo digital es de tal magnitud que conlleva un desgaste a todo nivel para estos Estados que les limita la competitividad en un presente cada vez m¨¢s complejo. Hoy es tarde incluso para planteamientos intelectuales que entienden un Estado como una n<MC></MC>aci¨®n de naciones, puesto que muy pronto no vamos a poder contar cu¨¢ntas coexisten en ¨¦l. A la cabeza del futuro estar¨¢n aquellos pa¨ªses y sus Gobiernos que no pretendan someter a sus ciudadanos en nombre de una naci¨®n para formar parte de ellos, sino que trabajen para unirlos bajo el paradigma de los valores universales y del bienestar com¨²n.
Joan Esculies es escritor e historiador.
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