El ¨²ltimo cuadro
La eternidad es algo muy serio, por eso hay que tom¨¢rsela a broma
Dicen que a Eduardo Arroyo le obsesionaba la idea de saber cu¨¢l ser¨ªa su ¨²ltimo cuadro. Es algo com¨²n a muchos pintores, escritores, m¨²sicos: imaginar o intentar saber cu¨¢l ser¨¢ su ¨²ltima pintura, su ¨²ltima p¨¢gina, su ¨²ltima partitura. Es m¨¢s, a millones de personas les obsesiona la idea de imaginar cu¨¢l ser¨¢ su ¨²ltima obra, sea cual sea el trabajo que realizan.
El ¨²ltimo cuadro de Eduardo Arroyo, quien muri¨® el 14 de octubre pasado, se expone en el Jard¨ªn Bot¨¢nico de Madrid, un lugar por el que el pintor sent¨ªa debilidad, junto con otras treinta y pico obras (pintura y escultura), todas pertenecientes a sus ¨²ltimos a?os de creaci¨®n. Titulado El buque fantasma, nombre que los organizadores de la exposici¨®n quisieron hacer extensivo a esta, representa un buque fantasmag¨®rico y un tanto absurdo (tiene ruedas infantiles) que navega por un mar de m¨¢scaras, un elemento habitual en la obra de Arroyo. En tonos rojos, blancos, negros, amarillos y marinos, el melanc¨®lico buque induce a la trascendencia (la nave que se aleja para siempre o que se hunde, la barca de Caronte, la eternidad¡), pero los colores vivos contrastan con ese sentimiento d¨¢ndole al cuadro un sentido ir¨®nico, tan habitual en la obra del pintor. Sabedor de que fue el ¨²ltimo que este pint¨®, su testamento art¨ªstico involuntario (parece ser que ten¨ªa ya pensados otros dos que no pudo sino esbozar o contar a los m¨¢s cercanos), el espectador lo contempla as¨ª con un sentimiento ambiguo, mezcla de melancol¨ªa y de alegr¨ªa irreverente, las dos constantes, por otra parte, en la pintura y en la escritura de Eduardo Arroyo. La eternidad es algo muy serio, por eso hay que tom¨¢rsela a broma.
La ¨²ltima obra, el ¨²ltimo pensamiento, el ¨²ltimo d¨ªa que viviremos (?qui¨¦n no ha pensado m¨¢s de una vez cu¨¢l ser¨¢ el d¨ªa y el mes en el que se despedir¨¢ del mundo, quiz¨¢ este en el que est¨¢ viviendo?) es una idea y un pensamiento que a muchas personas les obsesiona, especialmente cuando se acercan a su final. En la vida laboral, ?cu¨¢l ser¨¢ el ¨²ltimo trabajo que uno realice, la despedida de una actividad de a?os, la ¨²ltima mirada al lugar y al puesto de trabajo que abandonamos definitivamente? Y en la otra, la de verdad, la que termina de igual manera a como empez¨®: sumergi¨¦ndonos en la nada de la que procedemos, que algunos llaman eternidad y otros vida eterna, ?cu¨¢l ser¨¢ nuestro ¨²ltimo pensamiento, nuestra ¨²ltima palabra, nuestra mirada postrera al mundo del que nos despedimos? La propia idea de eternidad, ese concepto filos¨®fico que por su dimensi¨®n nos llena de miedo (nuestra imaginaci¨®n nos agranda tanto el tiempo presente que la eternidad nos parece una nada, y la nada, una eternidad, escribi¨® Pascal), hace que la vida humana se nos convierta en un espejismo, en una ¨®pera o baile de m¨¢scaras, en un viaje fugaz y evanescente, por m¨¢s que en el d¨ªa a d¨ªa finjamos que vivimos sin pensar en ello. Todos esos sentimientos y temores, que Eduardo Arroyo, como muchos pintores antes que ¨¦l, dej¨® plasmados en su testamento art¨ªstico, en ese cuadro que quedar¨¢ ya como su epitafio pl¨¢stico, son los mismos ¡ªno nos enga?emos¡ª que estaban ya en cualquiera de los otros, desde la primera obra que pint¨® cuando comenzaba a hacerlo. Al final, todas las obras responden al mismo esp¨ªritu, a la misma intenci¨®n pict¨®rica y filos¨®fica, y lo ¨²nico que las diferencia es el orden en el que fueron hechas. Igual sucede en la vida, en la que cada minuto es el mismo minuto y ninguno es m¨¢s importante que el anterior.
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