Estuve una semana sin quejarme y esto fue lo que pas¨®
?Es posible vivir sin protestar, aceptando la realidad tal como nos viene? Un periodista de ICON lo ha experimentado en sus carnes
La mayor¨ªa de las personas se quejan cuando, por ejemplo, su vuelo sale con retraso. O cuando tardan en atenderlas en un restaurante. Luego estamos los que nos quejamos por todo: los emperadores de la queja. Somos aquellos que, incluso en una situaci¨®n positiva, nos afanamos en encontrar algo susceptible de ser criticado.
S¨ª, llevo la queja al extremo, y dir¨ªa m¨¢s: disfruto poni¨¦ndole pegas a todo, observando el vaso medio vac¨ªo. Me jacto de hacer ver a los dem¨¢s esa parte mala que ellos, pobres conformistas, no han sido capaces de detectar. Refunfu?o tanto que lo bordo. Soy un estilista de la queja.
Pienso que no soy un bicho raro, y menos en este pa¨ªs. Suele decirse que la queja es un deporte nacional. Empec¨¦ a escribir "los espa?oles se quejan¡" en Google, y el buscador complet¨® autom¨¢ticamente la frase a?adiendo "de todo" y "mucho". Quiz¨¢ porque me conocen desde hace a?os, los responsables de ICON me han encargado que pruebe a estar una semana sin quejarme lo m¨¢s m¨ªnimo. Aceptando la realidad tal como viene. Adoptando una postura zen ante la vida. Celebrando lo bueno y encajando lo malo sin rechistar. Y digo una cosa: podr¨ªa haberme quejado del encargo, pero no lo hice.
S¨ª, llevo la queja al extremo, y dir¨ªa m¨¢s: disfruto poniendole pegas a todo. Me jacto de hacer ver a los dem¨¢s esa parte mala que ellos, pobres conformistas, no han sido capaces de detectar
Empiezo la semana tratando de imprimir una foto de mis hijas (tengo tres) en una m¨¢quina de revelado de Carrefour. Estos artefactos te obligan a superar m¨¢s pantallas que en los cajeros autom¨¢ticos, que parecen pensados para que pases mucho rato en ellos y, de ese modo, aumenten las posibilidades de ser atracado. El caso es que cuando llego, no hay ning¨²n otro cliente en las inmediaciones. Pero una vez consigo culminar la operaci¨®n, y busco a la dependienta para que, simplemente, me cobre los cincuenta c¨¦ntimos y teclee un c¨®digo en la pantalla, necesario para que se imprima la foto, veo que la mujer se ha puesto a atender a una pareja que entre ambos suman por lo menos 250 a?os (ella camina con andador) y que quieren comprar un ordenador port¨¢til. ?Pueden tirarse dos horas!
T¨ªmidamente, le sugiero a la dependienta que interrumpa su detallada exposici¨®n sobre las bondades de los distintos ordenadores ante tan improbable p¨²blico para que me cobre, operaci¨®n que le llevar¨¢ entre 15 y 20 segundos. Con gesto avinagrado, me suelta: "P¨ªdale el favor a estos se?ores. Si ellos, a quienes estoy atendiendo, no tienen inconveniente¡". Se me pasa por la cabeza aclararle que yo llegu¨¦ antes, y que no soy ning¨²n supervisor de secci¨®n como para organizar el trabajo de los empleados; tambi¨¦n, decirle que es muy antip¨¢tica. Pero me acuerdo de que estoy en mi semana de no quejarme y le doy a la mujer la alegr¨ªa del d¨ªa al adoptar una est¨²pida cara de sumiso vapuleado. Por suerte, el venerable y amabil¨ªsimo anciano se percata de mi petici¨®n, y tercia: "Adelante, adelante, nosotros no tenemos prisa". La verdad, me he sentido fatal por tener que callarme, pero, al final, la queja no ha sido necesaria para llevar a buen t¨¦rmino mi objetivo.
Decido pedir ayuda a mis amigos, que conocen bien mi inclinaci¨®n al lamento, por si pueden darme consejos para llevar mejor la semana. "?Ostras! ¡ªdice Mar¨ªa¡ª. Estoy porque vengas a mi casa solo por ver tus reacciones". Bien, parece que un Miguel ?ngel que no se queja es algo ins¨®lito, digno de ser visto. Eva, m¨¢s comprensiva, le quita hierro al asunto: "Cuando uno no sabe qu¨¦ decir, se queja y as¨ª da algo de conversaci¨®n", apunta. Y me gusta ese punto de vista: la queja como animadora social.
En este punto me pregunto: ?quejarse es malo? Traslado mi duda a un psic¨®logo, que me echa el correspondiente jarro de agua fr¨ªa. "La queja la utilizamos todos en mayor o menor medida para expresar que las cosas no est¨¢n bien en nuestro entorno y que necesitamos ayuda, pero provoca un efecto contrario", explica Miguel Marino, terapeuta familiar y de pareja, perteneciente a ?nsula Centro de Psicolog¨ªa y miembro del Colegio Oficial de Psic¨®logos de Madrid. "Cuando nos quejamos ante la gente, generamos una serie de sentimientos en los dem¨¢s dif¨ªciles de manejar, rabia, enfado, y desde esa posici¨®n no nos van a ayudar. Acaba convirti¨¦ndose en una forma de relacionarse con los dem¨¢s". Seg¨²n este especialista, es una forma de ver la vida fuertemente arraigada en nuestra cultura. "Viene de generaciones pasadas, que han construido esa letan¨ªa de la queja, el quien no llora no mama. Es como se nos ha ense?ado a expresar sentimientos y emociones en este pa¨ªs".
Se me pasa por la cabeza aclararle que yo llegu¨¦ antes y decirle que es muy antip¨¢tica. Pero me acuerdo de que estoy en mi semana de no quejarme y le doy la alegr¨ªa del d¨ªa al adoptar una est¨²pida cara de sumiso
Los quejicas somos m¨¢s infelices, a?ade Marino. "Sin ninguna duda. Las quejas son palabras, y estas crean la realidad sobre la que nos sostenemos. Si me estoy quejando constantemente, estoy construyendo una realidad quejosa, horrible, negativa, en la que siempre tengo palos en la rueda para poder avanzar. En determinadas situaciones voy a generar que se produzcan esas cosas. Es como una profec¨ªa autocumplida". Al final va a tener raz¨®n mi pareja, quien siempre me dice que me salen mal las cosas porque irradio negatividad.
La lista de situaciones cotidianas que pueden dar pie a una queja es asombrosamente amplia. El segundo d¨ªa lo paso en casa de mi madre, que vive en el centro de Madrid, en zona de estacionamiento vigilado. Superado el tiempo l¨ªmite de aparcamiento, quedo abocado a una multa, y en vez de maldecir a alg¨²n responsable del consistorio (como habr¨ªa hecho en cualquier otro momento) acepto resignado mi penitencia. Al d¨ªa siguiente quedo con un amigo de toda la vida para charlar de un tema serio, y elegimos una tranquila cervecer¨ªa en La Latina madrile?a completamente vac¨ªa en la que suena de fondo (y de esto no puedo quejarme, sino todo lo contrario) Guns N¡¯Roses.
Pero justo cuando nos sentamos, damos el primer sorbo a la birra y abro la boca para empezar a hablar, entran dos grupos como de doce personas cada uno armando tanto jaleo que hace que no solo no nos escuchemos entre nosotros, sino que ni siquiera lleguen a nuestros o¨ªdos los agudos gorjeos de Axl Rose. ?Qu¨¦ ocasi¨®n tan propicia para arremeter contra los bares del centro, su nefasta ac¨²stica, el turismo masivo y, por qu¨¦ no, la alcaldesa! En lugar de eso, elevo la voz para hacerme o¨ªr, y cuando habla mi colega me inclino hacia ¨¦l y me pongo la mano en la oreja derecha para hacer de pantalla.
Y seguimos: almuerzo en un bar de men¨² del d¨ªa y me apetece postre. Tras escuchar la enumeraci¨®n de opciones por parte del camarero, pido la tarta de queso. El hombre toma nota y se va, pero segundos despu¨¦s regresa para informarme de que no quedan. Pido entonces la de chocolate, y se repite el desalentador proceso. ?De verdad no les quedan postres a las dos y media? ?Hay que venir a comer a las doce para poder disfrutar de alguna de sus tartas caseras, porque si no se agotan las raciones? Todo esto lo pienso, pero me lo callo, y declinando su ofrecimiento de "naranja o kiwi" me decanto por un caf¨¦ solo con hielo.
Seg¨²n el psic¨®logo, callarse tampoco es bueno. "Nunca hay que guardarse emociones, provoca enfermedades a nivel psicosom¨¢tico: problemas g¨¢stricos, ¨²lceras, colon irritable¡", dice Miguel Marino. Entonces, ?c¨®mo diantres hay que actuar? Me pone un ejemplo: "Si llegas del trabajo cansado, con ansiedad, intranquilo, enfadado y consideras que necesitas descansar, y tus hijos peque?os no te lo permiten, y aparece la queja, lo que provoca es enfado entre la pareja. ?Qu¨¦ tenemos que hacer? Expresar nuestros deseos y necesidades: 'Hoy estoy muy cansado, me gustar¨ªa jugar con los ni?os, pero necesito primero descansar'. Cuando expresamos un deseo o una necesidad, no nos estamos quejando. T¨² has podido venir enfadado del trabajo y las otras personas no tienen por qu¨¦ saberlo. Si lo saben, se pueden adecuar a tus necesidades, pero desde la queja no se van a adecuar y va a producir una escalada de tensi¨®n", expone.
Le pregunto al psic¨®logo si los quejicas somos m¨¢s infelices: "Sin ninguna duda. Las quejas son palabras, y estas crean la realidad sobre la que nos sostenemos. Si me estoy quejando constantemente estoy construyendo una realidad horrible, negativa"
El s¨¢bado es el ¨²nico d¨ªa de la semana que suelo echarme una siesta, de las de cama y pijama. Pero lo habitual es que, en la habitaci¨®n de al lado, mis tres hijas no paren de hablar a un volumen excepcionalmente alto, en acalorados debates que suelen terminar con alguna arre¨¢ndole un guantazo a otra, con el consiguiente "?auuu!? (s¨ª, dicen "au", no "ay"; no me pregunten por qu¨¦) emitido a unos decibelios que rozan lo delictivo (incluso a las cuatro de la tarde). Para prevenirlo, este s¨¢bado opto por echar la cabezada en el sal¨®n, donde, espero, no lleguen sus ecos.
Pero en el preciso instante en que empiezo a paladear el perezoso placer del sue?o vespertino, las ni?as, con su jolgorio habitual, hacen acto de presencia en esta estancia, donde, mira t¨² por d¨®nde, han decidido trasladar hoy su base de operaciones. Encuentro como ¨²nica explicaci¨®n que sus alaridos de s¨¢bado por la tarde respondan exclusivamente a un intento premeditado de fastidiarle la siesta a su padre, y que ya puedo emigrar a la azotea del edificio que all¨ª ir¨¢n ellas con su monumental estruendo. Pero en vez de quejarme (por el m¨¦todo habitual: profiriendo alg¨²n exabrupto a un volumen ligeramente superior al suyo), sigo la recomendaci¨®n del psic¨®logo y les explico calmadamente lo absurdo de la situaci¨®n. A?ado que el escenario natural para sus juegos debe ser su dormitorio. Para mi sorpresa, me escuchan atentas, y tras asimilar el discurso, se dan la vuelta y se largan para all¨¢.
Bien podr¨ªa parecer, a tenor de lo descrito hasta ahora, que los quejicas compulsivos solo dirigimos nuestra desaz¨®n contra los dem¨¢s y contra el mundo. No es as¨ª: nuestra coherencia a prueba de bomba nos hace quejarnos tambi¨¦n de nosotros mismos. A lo largo de la semana, expresiones como "qu¨¦ gilipollas soy", "joder, qu¨¦ torpe" o "?estoy tonto!" se han asomado a la comisura de mis labios numerosas veces sin llegar a proferirse, debido al compromiso contra¨ªdo con ICON. No resultan muy ¨²tiles. "Puedes tener cr¨ªticas hacia ti constructivas, pero si detr¨¢s de ese mensaje hay un insulto hacia uno mismo, nos quedamos en un momento presente sin poder construir lo que viene m¨¢s all¨¢. Lo ideal es: '?De qu¨¦ manera podr¨ªa haberlo hecho mejor?", sostiene el psic¨®logo.
As¨ª que quejarse no solo genera tensi¨®n alrededor y le da a uno un aire de viejo gru?¨®n nada sexy, sino que, adem¨¢s, impide que consigamos nuestro prop¨®sito. Ahora entiendo muchas cosas¡
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