Amor y guerra
Est¨¢ visto que una pareja enamorada puede destruir el planeta
Lynne, la esposa de Dick Cheney, ten¨ªa agallas. Si hubiera nacido 20 a?os despu¨¦s habr¨ªa estado sentada en el Congreso o en el Senado. Eso afirma Adam McKay, el director de la asombrosa El vicio del poder, o, mejor a¨²n, Vice, que juega con el t¨ªtulo de vicepresidente y el pecado que impuls¨® a Cheney durante toda su vida. Porque el poder deviene en vicio para la mayor¨ªa de quienes lo ostentan, una adicci¨®n de la que solo unos pocos logran desengancharse. Durante uno de los muchos infartos que sufri¨® el imbatible Cheney, Lynne se arremang¨® y sustituy¨® a su marido en algunos m¨ªtines de su Estado, Wyoming. Estaba en su derecho, en gran medida el futuro vicepresidente hab¨ªa sido una invenci¨®n suya a partir del momento en que le amenaz¨® con abandonarle si no dejaba su vida gamberra. Le inst¨® a tener ambici¨®n. ?l se reform¨® por ella, y ella inspir¨® su carrera pol¨ªtica. En realidad, debi¨¦ramos entender la pel¨ªcula como una historia de amor, aunque ese amor, finalmente, haya contribuido en gran parte a desequilibrar el estado del mundo. Est¨¢ visto que una pareja enamorada puede destruir el planeta.
En la campa?a de 1978, Lynne sub¨ªa al estrado ante un grupo de mineros no imitando las palabras que hubiera pronunciado su marido sino expresando las suyas propias: ¡°En California, las mujeres queman los sujetadores; nosotras, nos los ponemos¡±. Condensaba en una sola frase, de manera intuitiva y admirable, la guerra moral de la derecha. Nosotras nos los ponemos. De las otras guerras, las que consisten en destruir pa¨ªses ignorando el balance de p¨¦rdidas humanas, ya se encargaba su marido.
Es temible la desmemoria. Lo percibes en estas dos horas de narraci¨®n visual. Si el documental se nutre hoy en d¨ªa de los mecanismos de la ficci¨®n para atraparnos, esta pel¨ªcula se sirve de documentos reales para acercarnos a un personaje que desde los a?os sesenta habitaba en las aguas profundas de Washington. Hay que ser imaginativo para sentirse inspirado por un tipo tan poco atractivo como Cheney, hay que ser valiente para asumir el riesgo. Todo lo que aparece en pantalla ya estaba dicho, pero ?qui¨¦n se atreve a convertir ese material en pel¨ªcula?
La vida pol¨ªtica de Cheney, como se?ala McKay, pod¨ªa haber terminado en 1993, replegando velas tras la victoria de Clinton. Su trayectoria no hubiera sido tan decisiva para nuestro presente, pero quiso el destino situarlo a la sombra de George W.?Bush, en una vicepresidencia que concentr¨® un poder ins¨®lito, asumiendo decisiones trascendentales, como la invasi¨®n de Irak con el fiasco de las c¨¦lebres armas de destrucci¨®n masiva. Creo que la ingenuidad de muchos americanos ha residido en creer que los poderes del Estado pueden frenar las locas decisiones de un presidente. Si algo muestra esta pel¨ªcula, de manera sorprendentemente radical, es c¨®mo un presidente, o el vicepresidente, puede arregl¨¢rselas para esquivar los controles dispuestos en una democracia para que el que manda no act¨²e por su cuenta. Eso es lo que da miedo, la comprobaci¨®n de que con trucos legales una democracia puede perder su esencia.
Christian Bale no es un actor, es Cheney redivivo. Amy Adams no es una actriz, es Lynne, un ama de clase media americana que inyecta a su marido el nivel necesario de ambici¨®n para controlar el mundo en la sombra. Ide¨®loga y guerrero, una mezcla insuperable. Cuando salimos del cine, pens¨¦ si Aznar habr¨ªa visto la pel¨ªcula. Pero el pasado fin de semana estaba en el Congreso del PP, vitoreado. Sin complejo alguno. Y sin remordimiento.
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