Solo los ¨¢ngeles
Solo cuando padecemos una tragedia somos capaces de apreciar lo que vale poseer un entramado de intereses colectivos y exigimos el m¨²sculo de lo p¨²blico
Hubo un tiempo en que aprend¨ªas a comportarte con las pel¨ªculas de Howard Hawks. En ellas, las mujeres no se somet¨ªan a los hombres y ser amigo no exig¨ªa pensar igual, sino ser leal. La c¨¢mara era invisible y estaba colocada a la altura de los ojos, jam¨¢s en otro lugar para lucir firma o presumir de medios. Los profesionales no quer¨ªan ser aplaudidos como h¨¦roes, sino sencillamente cumplir con su trabajo de cada d¨ªa. La tontuna chabacana de los superh¨¦roes, ep¨ªtome del individualismo enfermo, vaci¨® ese cine. Las salas dejaron de ser un rito de reuni¨®n colectiva bajo el fomento de la burbuja unipersonal en la que nos quieren hacer vivir. El rescate imposible del ni?o Julen en Total¨¢n nos volvi¨® a confirmar que solo los ¨¢ngeles tienen alas, pero nos record¨® que existe el esfuerzo colectivo innegociable. Una sociedad consiste tan solo en eso, en una comunidad que se arrima unida para resolver sus dramas con lealtad. No fue accidental que el equipo de voluntarios lo conformaran bomberos, fuerzas de seguridad, ingenier¨ªa civil y servicios de rescate minero. Sin exageraciones medi¨¢ticas es habitual que estos equipos recuperen personas cada semana. En muchos casos sacan del mar, de agujeros, de entre chatarra o de las cenizas de fuegos provocados los cad¨¢veres de mujeres asesinadas por sus antiguas parejas.
Mientras crec¨ªa una ola de simpat¨ªa hacia la Brigada de Salvamento Minero, en varias ciudades espa?olas se desencadenaba una huelga bastante salvaje de taxistas. En los miles de comentarios criticando lo excesos, se recordaban las malas experiencias en el taxi. Todo lo contrario de los VTC, se dec¨ªa. Conductores elegantes, bien vestidos, atentos. Resulta un poco infantil no darse cuenta de que en un servicio reci¨¦n llegado no ha dado tiempo para acumular malas experiencias, verlos pervertirse, envejecer sus trajes y empeorar sus coches. La sumisi¨®n a lo novedoso oculta una tremenda incapacidad para recordar las muchas ocasiones en que taxistas han ayudado en accidentes, atentados, partos, urgencias, porque tambi¨¦n lo han hecho. Del mismo modo que los mineros protagonizaron huelgas salvajes cuando a¨²n so?aban con preservar sus empleos. Hab¨ªa que o¨ªr los desprecios que entonces se les dedicaba.
Se puede estar al lado de los taxistas porque ellos representan la diferencia entre un servicio p¨²blico y el negocio com¨²n. La comodidad de hoy del consumidor, como ha sucedido en otros sectores, es la coartada para desmembrar derechos adquiridos. Un servicio p¨²blico consiste en horarios y precios regulados. En el medio plazo, todas las ciudades que destruyeron esta regulaci¨®n se encontraron con el monopolio absoluto y los precios disparados. Los males del taxi, desde la zafiedad de algunos hasta la acumulaci¨®n de veh¨ªculos bajo un mismo due?o o la especulaci¨®n con las licencias provienen, esencialmente, de una mala regulaci¨®n administrativa. Y no de lo contrario. Tanto PP como Ciudadanos defienden la falacia de que los servicios p¨²blicos funcionan mejor privatizados, entregados al mercado libre. Pero todo el mundo sabe que el ¨²nico mercado libre es aquel que est¨¢ regulado a conciencia frente a los depredadores. M¨¢s a¨²n si el negocio se refiere a la salud, la educaci¨®n, la seguridad y el transporte, los cuatro pilares de una sociedad justa. Solo cuando padecemos una tragedia somos capaces de apreciar lo que vale poseer un entramado de intereses colectivos y exigimos el m¨²sculo de lo p¨²blico.
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