Espiral en marcha
El marco institucional es la soluci¨®n para contener el ruido partidista
La incertidumbre pol¨ªtica que envuelve la vida p¨²blica en Espa?a est¨¢ haciendo perder de vista que los instrumentos para superarla siguen estando a disposici¨®n de los partidos y los ciudadanos. La prosperidad alcanzada por el pa¨ªs desde el final de la dictadura, as¨ª como la configuraci¨®n de una sociedad incomparablemente m¨¢s tolerante en los espacios privados que en los colectivos, no son resultado de ninguna evoluci¨®n espont¨¢nea, sino de una sucesi¨®n de decisiones pol¨ªticas mejores y peores adoptadas en un concreto marco institucional, establecido por la Constituci¨®n. Los repetidos intentos de desacreditar ese marco durante los ¨²ltimos a?os no han conseguido m¨¢s que rendirle un fervoroso homenaje a la inversa. As¨ª, cada una de las fuerzas que han cobrado protagonismo invocando causas como la revoluci¨®n o la naci¨®n han tenido que rebajarse a confundir la pol¨ªtica con la propaganda. De esta forma ocultan que son ellas, no el sistema constitucional, las que carecen de los requisitos democr¨¢ticos imprescindibles para decidir ning¨²n futuro: la necesidad racional, no emocional, de sus programas, y la mayor¨ªa requerida para llevarlos a la pr¨¢ctica.
La sensaci¨®n cada vez m¨¢s generalizada de que en la actual legislatura han hecho implosi¨®n las deficiencias del sistema constitucional es solo eso, una sensaci¨®n, inducida a partes iguales por unos climas de opini¨®n interesados y por una banalizaci¨®n sin precedentes de la pol¨ªtica como grado m¨¢s alto de la reflexi¨®n intelectual. En realidad, ha sido la solidez del sistema constitucional la que ha conseguido contener los efectos potencialmente devastadores que en otras ¨¦pocas y en otras latitudes han acarreado unos usos pol¨ªticos como los que se han impuesto en Espa?a, acentuados hasta l¨ªmites de perversi¨®n autoritaria por las fuerzas independentistas catalanas. Son estas las que, sin mayor¨ªa para legitimar su programa, y sin atenerse a los m¨¢s elementales procedimientos democr¨¢ticos, han desencadenado la espiral de furia y de ruido a la que se han dejado arrastrar todos los partidos. Justificar las acciones propias en las ajenas puede resultar rentable desde el punto de vista electoral, o por decirlo con toda su crudeza: en la satisfacci¨®n de las m¨¢s irrefrenables ambiciones de poder, por m¨¢s que se disfracen bajo invocaciones solemnes a la defensa de los grandes principios e ideales. Lo que no resulta en ning¨²n caso es patri¨®tico, democr¨¢tico y ni siquiera honesto. En la firme convicci¨®n de que el sistema democr¨¢tico espa?ol superar¨¢ las duras pruebas a las que est¨¢ siendo sometido por esta espiral en marcha, no tardar¨¢ en quedar al descubierto la responsabilidad, la grav¨ªsima responsabilidad, de quienes hoy tienen en su mano detenerla, y no lo hacen.
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Si alguna lecci¨®n cabe extraer de la convulsa historia de Espa?a es que en el momento de las mayores crisis, e, incluso, de las m¨¢s desgarradoras tragedias, destinos en apariencia inevitables pod¨ªan cambiar con solo advertir el valor c¨ªvico de unas pocas palabras. Quienes no quisieron comprender en su d¨ªa el significado de invocar la paz, la piedad y el perd¨®n en un discurso que supo elevarse por encima del odio cuando el odio lleg¨® a ser m¨¢s feroz, descubrieron que bastaba otra palabra para construir un pa¨ªs de ciudadanos que se reconocen el derecho a discrepar, sin arrogarse el monopolio de la democracia. Si la palabra consenso parece en estos momentos la moneda gastada de un viejo espejismo, es solo porque se ha olvidado, no su significado, sino su valor c¨ªvico. Las instituciones democr¨¢ticas acordadas en la Transici¨®n pudieron construirse sobre el consenso porque los l¨ªderes y los ciudadanos de entonces entendieron que ese valor se resum¨ªa en que ning¨²n programa pol¨ªtico, absolutamente ninguno, sirve a un pa¨ªs destruy¨¦ndolo. Ese valor sigue vigente, tambi¨¦n frente a la espiral en marcha.
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