Malestar contra malestar

Mucho se ha dicho ya sobre el movimiento de los chalecos amarillos que ha puesto en jaque la presidencia de Emmanuel Macron en Francia, pero las im¨¢genes de la ¨²ltima manifestaci¨®n en Lyon han mostrado una faceta hasta ahora poco visible. Chalecos amarillos de ultraderecha a golpes con chalecos amarillos de izquierda. Todos llevan el uniforme de la protesta que m¨¢s ha convulsionado Francia desde Mayo del 68, y todos expresan un malestar de fondo que les impulsa cada s¨¢bado, desde hace 13 semanas, a depositar su ira contra mobiliario urbano, escaparates, cajeros y coches de lujo.

Que el malestar es el combustible de la protesta es algo en lo que coinciden todos los observadores, y de hecho, Macron ha tenido la h¨¢bil idea de intentar abrir una espita con la que aliviar la presi¨®n convocando un gran debate nacional. En mangas de camisa, dedica horas y horas a escuchar a ciudadanos corrientes que, en general, exponen las mismas quejas que los chalecos amarillos. La estrategia parece funcionar: Macron ha detenido la ca¨ªda en picado en popularidad e incluso ha remontado algo. Pero la ¨²ltima encuesta, conocida el jueves, mostraba que, pese a los disturbios y destrozos, los chalecos amarillos a¨²n conservan el apoyo del 64% de franceses.

El movimiento pervive porque hasta ahora no ha pasado de la fase de protesta. Sumar reivindicaciones no es dif¨ªcil: unos van porque temen que los inmigrantes les quiten el trabajo, otros porque quieren m¨¢s justicia social. Son las clases medias y populares empobrecidas por la globalizaci¨®n, los jubilados y comerciantes de la Francia vac¨ªa, quienes se manifiestan. Lo que expresan, con estas protestas, es una gran desconfianza en el futuro. Todos culpan al poder instituido. Otra cosa es ponerse de acuerdo en qu¨¦ hay que hacer.

Que esto suceda en uno de los pa¨ªses que m¨¢s presupuesto dedica a pol¨ªticas sociales ha de hacer reflexionar. Todos saben que eso no es suficiente. Lo que se cuestiona, en realidad, es un modelo econ¨®mico que deja en la cuneta a muchos que se cre¨ªan en el carril central. La principal herencia de la crisis de 2008 es que ha dejado muy claro que cualquiera puede perder su estatus en cualquier momento. Y a pesar de que Nicolas Sarkozy dijo que hab¨ªa que ¡°refundar el capitalismo¡±, poco se ha hecho para que no vuelva a ocurrir.