Esp¨ªa, alcalde, emperador
La amenaza de unos nuevos euromisiles regresa a Europa 40 a?os despu¨¦s
Uno ladra pero luego no tiene dientes para morder y al otro apenas se le oye, pero cuando muerde no suelta la presa. El primero luce victorias que nunca conseguir¨¢ y el segundo recuerda las humillaciones y derrotas ante las que ofrece la fortaleza vengativa y reparadora de su brazo. Ambos evocan los tiempos en que sus pa¨ªses eran grandes y amenazantes. Trump se refiere a la ¨¦poca mitificada de su infancia, ¡°cuando siempre gan¨¢bamos¡±, mientras Putin denuncia la desaparici¨®n de la URSS, ¡°la mayor cat¨¢strofe geopol¨ªtica del siglo XX¡±.
Regresa la guerra fr¨ªa porque hay hambre de guerra fr¨ªa. En vez de conversaciones de desarme, denuncias de incumplimientos y luego ruptura de acuerdos de desarme. En vez de cumbres y pactos, advertencias y amenazas. Los recuerdos de nuestro pasado m¨¢s infame se van desvaneciendo a la velocidad v¨ªrica que imponen las redes sociales. Todo regresa porque todo se olvida. Los nacionalismos populistas que asolaron el continente en los a?os treinta. El antisemitismo que condujo al Holocausto. La escalada armament¨ªstica. Ahora la guerra fr¨ªa. ?Alguien se acuerda de los euromisiles?
Aterrorizaron a los europeos en los a?os setenta y ochenta, cuando Mosc¨² instal¨® en los pa¨ªses del Pacto de Varsovia (URSS, Alemania oriental y Checoslovaquia) unos cohetes nucleares de alcance medio destinados exactamente a destruir las ciudades europeas. La iniciativa sovi¨¦tica buscaba separar a los europeos de EE?UU, cuyo territorio quedaba fuera del alcance de estas armas, pero provoc¨® la llamada doble decisi¨®n de la OTAN: desplegar primero misiles de parecidas caracter¨ªsticas, con capacidad para alcanzar Mosc¨², los euromisiles, y en segundo lugar ofrecer negociaciones de desarme a los sovi¨¦ticos.
Buena parte de las reticencias de las izquierdas europeas ante la OTAN vienen de entonces, cuando solo el canciller socialdem¨®crata alem¨¢n Helmut Schmidt y el presidente socialista franc¨¦s Fran?ois Mitterrand apoyaron el despliegue: los misiles est¨¢n en el este, pero los pacifistas solo est¨¢n en el oeste, dijo este ¨²ltimo con sorna. Es una circunstancia que ahora puede repetirse gracias a la capacidad que tiene Putin de sintonizar con los nacionalismos populistas y, sobre todo, a su victoria m¨¢s secreta, la que menos luce, y que tiene Trump de nombre.
El presidente ruso apenas menciona esa victoria ya descontada. Estados Unidos venci¨® en la guerra fr¨ªa, pero la debilitada Rusia, sucesora de la Uni¨®n Sovi¨¦tica, ha vencido en la asim¨¦trica guerra de la propaganda y de la intoxicaci¨®n digital. Victorias inexistentes, uno, y victoria secreta pero resonante y de efectos geopol¨ªticos devastadores, el otro.
Su discurso anual del estado de la uni¨®n, largo, tedioso, lleno de cifras, ha sido de alcalde: guarder¨ªas, ambulatorios, listas de espera, primas a la natalidad. Rusia lo necesita, debilitada en su demograf¨ªa, en su salud, en la precariedad en que vive su poblaci¨®n. Pero los pocos dardos imperiales han sido precisos, exactos, amenazantes. No ser¨¢ el primero en desplegar euromisiles, pero si lo hace Washington la respuesta se?alar¨¢ los centros de mando: la Casa Blanca. Sin necesidad de renunciar al multilateralismo, sin elevar la voz, con la eficaz persuasi¨®n de la amenaza silenciosa. Ahora falta ver cu¨¢l ser¨¢ la respuesta de los europeos, si acaso hay una ¨²nica respuesta, tanto al desentendimiento de Trump como a las amenazas de Putin.
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