Brexit moribundo
Europa no debe aceptar la pr¨®rroga sin lograr a cambio garant¨ªas s¨®lidas
El Brexit ha quedado severamente tocado. Est¨¢, incluso, moribundo. As¨ª lo indica el hecho ¡ªextraordinariamente simb¨®lico y significativo¡ª de que el Parlamento y el Gobierno brit¨¢nicos acaben de decidir que solicitar¨¢n a los Veintisiete una pr¨®rroga del proceso de retirada del Reino Unido de la UE. Es simb¨®lico, pues, tras dos a?os de iniciado el proceso, no ha llegado a ning¨²n puerto ni llegar¨¢ en la fecha prevista, el d¨ªa 29. Y es significativo porque este resultado igual a cero no se debe a ning¨²n disenso europeo ni a una discrepancia entre las dos partes (el Reino Unido y la UE).
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La petici¨®n de una pr¨®rroga es tributaria de la radical incapacidad del Estado brit¨¢nico de ponerse de acuerdo consigo mismo. Ni sobre qu¨¦ era a lo que aspiraba (Brexit duro o blando, permanencia, cualquier situaci¨®n intermed¨ªa), ni sobre el pacto con la UE que persegu¨ªa (y cuando logr¨® un acuerdo se desdijo al instante), ni sobre lo que consideraba alcanzable (el acuerdo de retirada, sus recientes clarificaciones), ni sobre lo que leg¨ªtimamente pod¨ªa presentar a los votantes (como resultado o para volver a auscultarlos en un segundo refer¨¦ndum).
Con estos mimbres es l¨®gico que el cesto de resultados de Theresa May haya resultado vac¨ªo. La primera ministra se ha prodigado en una sucesi¨®n implacable de fracasos, a cual m¨¢s estrepitoso. Entre ellos figura el rechazo al Acuerdo de Retirada, el 15 de enero, con la peor derrota en la historia del parlamentarismo brit¨¢nico; el segundo rechazo al mismo acuerdo, una vez recauchutado con garant¨ªas adicionales de Bruselas el pasado d¨ªa 12, y la negativa a una salida sin acuerdo ¡°en ninguna circunstancia¡±, cuando May quiso guardarse esa baza para presionar junto al abismo hasta el ¨²ltimo minuto.
As¨ª que la estrategia, la t¨¢ctica y la t¨¦cnica de May han sido derrotadas tanto por ella misma como por sus seguidores, sus ¨ªntimos enemigos e incluso, pese a su inanidad, por sus fr¨¢giles rivales. Con el agravante de que Bruselas le ofreci¨® garant¨ªas vinculantes jur¨ªdicamente, de una generosidad, o ingenuidad, extrema. Ni siquiera con ese apoyo logr¨® el bloque gobernante brit¨¢nico salir de su propio embrollo, lo que ilustra que persistir en la pol¨ªtica de pa?os calientes por parte del resto de los pa¨ªses de la Uni¨®n ser¨ªa necio, pues no sirve para alcanzar ninguna contrapartida.
Los negociadores, en efecto, pisaron o al menos rozaron las propias l¨ªneas rojas de la UE. Aseguraban que no habr¨ªa alternativa al acuerdo de retirada ya firmado y han reconocido, sin embargo, que abrieron una ¡°segunda¡± negociaci¨®n. Al ¡°clarificar¡± el acuerdo, lo desbordaron en un texto anejo, con compromisos vinculantes no previstos: especialmente, sobre la sumisi¨®n de las discrepancias futuras (en torno a la salvaguardia irlandesa) a un arbitraje, que versar¨ªa sobre los incumplimientos o la mala fe de alguna de las dos partes. Una provisi¨®n humillante para el prestigio de la UE.
Aun as¨ª, la ¡°clarificaci¨®n¡± tuvo virtualidad t¨¢ctica: devolvi¨® el sambenito de la eventual ruptura al tejado de quien la ha provocado: Londres. Pero este juego no se debe repetir. Y, sobre todo, no debe cambiar el compromiso intraeuropeo de dar m¨¢s tiempo al Reino Unido solamente si hay garant¨ªas brit¨¢nicas de una posici¨®n s¨®lida y tangible: por ejemplo, un pacto de partidos favorables al Brexit blando hasta hoy rechazado. O de celebraci¨®n de elecciones o de un segundo refer¨¦ndum para aclararse.
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