Cien a?os de Weimar
Si los alemanes comienzan a quejarse de su sistema democr¨¢tico actual, deber¨ªan echar una ojeada a los ¨²ltimos d¨ªas de la rep¨²blica nacida hace un siglo para saber lo que es tener razones para la queja
La ¨²ltima vez que estuve en Weimar, en diciembre de 2014, experiment¨¦ una aguda sensaci¨®n al visitar de nuevo el lugar donde se aprob¨®, hace cien a?os, la primera constituci¨®n democr¨¢tica de Alemania. Frente al Teatro Nacional, unas pobres bombillas de feria coronaban las augustas cabezas de Goethe y Schiller, eternizados en su apuesto gesto. Se preparaba la Navidad de forma m¨¢s que humilde, m¨ªnima. Sobre la plaza, en una pista improvisada, los ni?os jugaban en una especie de cercado. Aprovechando las vallas, justo delante de la estatua de los grandes genios, la mutua de salud AOK Plus hab¨ªa extendido sus pancartas, exhortando a los ciudadanos a hacerse socios. Jetzt Mitglied werden, dec¨ªa la banderola de un verde chill¨®n que casi aureolaba el pedestal de los literatos. Indiferentes a mi sentido de lo hist¨®rico, los ni?os gritaban bajo la mirada atenta de algunas madres. ¡°He aqu¨ª un pueblo poshist¨®rico¡±, pens¨¦. As¨ª que guard¨¦ la foto como revelaci¨®n de una nueva ¨¦poca europea.
Indiferencia al pasado, una epoj¨¦ completa de la significatividad de lo sucedido, ese parec¨ªa el vivir de los alemanes. Era como si la intensa asunci¨®n de la culpa intuyera la peligrosidad general de la historia, ante la cual mejor el olvido. Y as¨ª estuve pensando unos a?os que Alemania, como quiz¨¢ Jap¨®n, eran los primeros pueblos poshist¨®ricos. Y no solo por esa transformaci¨®n de la significatividad hist¨®rica en olvido. Tambi¨¦n por la aspiraci¨®n a pensar el presente desde el conservacionismo, como si solo estuviera en nuestra mano la serena pulsi¨®n de permanecer, desconfiando de todo grandioso proyecto hist¨®rico de futuro.
Pens¨¦ esto incluso cuando vi la serie Babylon Berlin de la televisi¨®n alemana. Por fin el dinero p¨²blico alem¨¢n se entregaba a la pedagog¨ªa social del momento, justo cuando Alternativa por Alemania (AfD) asomaba la cabeza. Si los alemanes comenzaban a quejarse de su sistema democr¨¢tico actual, deb¨ªan echar una ojeada a los ¨²ltimos d¨ªas de Weimar para saber lo que es tener razones para la queja. Y si quer¨ªan seguir a determinados l¨ªderes radicales, deb¨ªan ver con claridad a qu¨¦ se expusieron al hacerlo en el pasado. Aquella Alemania insomne, fren¨¦tica, entregada a un caos que ocultaba la desesperaci¨®n, desmoralizada y traumatizada, no puede ser comparada con el presente. Las formas mentales de aquel fanatismo, la barbarie y la brutalidad de aquellos a?os de posguerra, cargados de presentimientos de tragedia, no pod¨ªan activarse de nuevo en medio de nuestras calles sin ser denunciados como una artificial exageraci¨®n, una ritualidad de energ¨²menos farsantes, una excitaci¨®n inducida.
Luchar por la democracia, record¨® Merkel, es obligaci¨®n de cada generaci¨®n. Apenas hay algo que sea m¨¢s cierto
Esa era la pedagog¨ªa de la serie, y en cierto modo se aten¨ªa a la atm¨®sfera de mi foto. Era una pedagog¨ªa negativa. Dejemos que los ni?os jueguen en paz frente al caos del pasado, ven¨ªa a decir. Si nuestro presente no es ileg¨ªtimo, gocemos de ¨¦l. Al menos se era consciente de que ya no se conquistar¨ªa ese nimbo poshist¨®rico sin alg¨²n esfuerzo. Cuando se escucharon los discursos de los mandatarios alemanes, d¨ªas atr¨¢s, este mensaje volv¨ªa una y otra vez, aunque bajo la forma minimalista, sin ¨¦nfasis, propia de los pol¨ªticos europeos. Lo que ocurri¨® en Weimar no es banal, ha dicho Ramelow, el presidente de Turingia. Su argumento es que quien no quiera saber nada de Weimar, no defender¨¢ bien la Rep¨²blica Federal. Luchar por la democracia, record¨® Merkel, es obligaci¨®n de cada generaci¨®n. Apenas hay algo que sea m¨¢s cierto. Si quer¨¦is que los ni?os sigan jugando en la plaza, habr¨¢ que echar un vistazo de vez en cuando a lo que ocurri¨® en el Teatro Nacional.
Compensaci¨®n, se llama eso. Pero entonces hemos de asumir que solo se puede ser un pueblo poshist¨®rico si de alguna manera se es un pueblo hist¨®rico. Puede que la mejor funci¨®n de la historia sea librarnos del pasado, despedirnos de ¨¦l, elaborar el duelo, desprendernos de sus ilusiones. Pero esa liberaci¨®n es ardua y dif¨ªcil y sin ella no sabemos lo que es la libertad. Si administramos mal la historia, tenemos patolog¨ªas que surgen con la productividad de los virus, en cadena. Melancol¨ªa, brotes de impotencia intoxicados con episodios de omnipotencia, excentricidades, y excitaci¨®n, mucha excitaci¨®n, a destiempo, a todas horas, acelerando el ritmo vital, la forma m¨¢s sutil de la pulsi¨®n de muerte.
Todo aquello fue Weimar, una colosal indigesti¨®n del pasado. Lo vemos en el monumento de Walter Ruttman, Berl¨ªn, sinfon¨ªa de una gran ciudad. Estrenada en 1927, en ella apreciamos los estratos de tiempo que ten¨ªa que asimilar las tripas de esa metr¨®polis enfebrecida, que ya en 1907 se le llam¨® ¡°la gran escombrera prometeica¡± a la que se acercaban todos los aventureros del mundo. Desde los campesinos que todav¨ªa se allegan en sus vetustos carros, a sus maquinales francachelas nocturnas, pasando por sus agitadores profesionales y por sus rituales imperiales, todos giraban en una rueda vertiginosa que escapaba al control ps¨ªquico y que produjo una angustia suicida. Fue un tiempo sin anclajes a nada, rotando sobre s¨ª mismo, capaz de alterar todos los ritmos de los seres vivos.
Cuando se forja una constituci¨®n no existe consenso absoluto nunca. Todas tienen sus enemigos
La constituci¨®n de Weimar surge de la conciencia de un mundo donde ya no exist¨ªa el suelo firme de una autoridad absoluta. Nada nos descubre con m¨¢s claridad este hecho que la voluntad de Carl Schmitt de fundar la teolog¨ªa pol¨ªtica, cuya inequ¨ªvoca voluntad es recrear el prestigio sagrado que tuvo el Estado cuando el k¨¢iser estaba en su cima. Conscientes de que ya no pod¨ªan apelar a una instancia absoluta, los legisladores de Weimar realizaron por primera vez en la historia el gesto del bar¨®n de M¨¹nchausen: se tiraron de sus cabellos para salir del pantano. Forjaron la instancia del consenso para establecer una constituci¨®n atravesada por los puntos de vista m¨¢s contrapuestos en una ingenier¨ªa te¨®rica compleja y fr¨¢gil.
No es verdad que Weimar no tuviera una idea pol¨ªtica. Y tampoco es cierto que no tuviera republicanos. Ten¨ªa una idea equivocada y dej¨® de tener republicanos por eso. As¨ª padeci¨® un destino parecido al de su hermana, la Rep¨²blica Espa?ola. Pero con su equivocaci¨®n ense?¨® al mundo tres cosas. Primera, que cuando se forja una constituci¨®n no existe consenso absoluto nunca. Toda constituci¨®n tiene sus enemigos. Al introducir, por la presi¨®n del consenso, todos los puntos de vista en el seno del articulado, se introduce en el texto constitucional tambi¨¦n el punto de vista de sus enemigos y se la deja vendida. Segunda, que basta una crisis para que esos enemigos, situados dentro y fuera a la vez, la utilicen justo para destruirla. Eso es lo que posibilit¨® que cada vez hubiera menos republicanos, conforme se comprob¨® que incluso los protectores de la constituci¨®n eran enemigos suyos.
La tercera cosa que ense?¨® la Rep¨²blica de Weimar al mundo es que ning¨²n Estado puede vivir en la soledad de su espacialidad geogr¨¢fica. Ninguno es soberano hasta ese punto. La consecuencia inevitable de esa soledad es que los Estados vecinos acaban interfiriendo en el propio con una potencia creciente, que tarde o temprano alentar¨¢ a los enemigos de la constituci¨®n en su acci¨®n destructora.
Weimar padeci¨® esas tres cosas y por eso muri¨®. Si queremos que los ni?os jueguen bajo las estatuas de Goethe y de Schiller, no deber¨ªa ser olvidada esa lecci¨®n que todav¨ªa gritan las butacas del Teatro Nacional de Weimar.
Jos¨¦ Luis Villaca?as es catedr¨¢tico de Filosof¨ªa de la Universidad Complutense de Madrid
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