Dos Papas
No son los senderos del jard¨ªn del Vaticano los que se bifurcan sino el Dios distinto que cada pont¨ªfice lleva en la cabeza
Dos Pont¨ªfices, cada uno por su lado, pasean por un jard¨ªn de senderos que se bifurcan. Cuando parece que van a encontrarse los propios senderos los alejan. Caminan absortos por ese laberinto del Vaticano entre rosales y setos trasquilados, a solas con sus silencios. Uno, Benedicto XVI, bajo la impoluta sotana blanca calza los mismos zapatos rojos de Prada que un d¨ªa pisaron el campo de exterminio de Auschwitz sin que se mancharan. Ahora camina con la memoria perdida. Apenas visitan su cerebro lejanas sombras de un tiempo en que explicaba teolog¨ªa en M¨²nich, tal vez en Tubinga, y tambi¨¦n im¨¢genes esfumadas en las que se recuerda con el uniforme de las juventudes hitlerianas. Su Dios teol¨®gico se halla muy alejado de los males de este mundo, ya que solo es un artificio extremadamente sutil de su mente privilegiada. Tres personas y una sola naturaleza, tres naturalezas y una sola sustancia. El otro Pont¨ªfice se llama Francisco. Lleno de congoja pasea por el jard¨ªn con unos zapatones negros preparados para pisar muchos charcos. Su Dios es un ente embarrado que a duras penas logra abrirse paso entre sucias cuestiones para las que la teolog¨ªa no tiene respuestas. Los inmigrantes, los homosexuales, la cong¨¦nita pedofilia de la Iglesia, el hambre, la guerra, el dolor de los inocentes. El Dios de Benedicto XVI call¨® en Auschwitz, el de Francisco tambi¨¦n call¨® cuando unos aviones militares arrojaban al mar a cientos de j¨®venes torturados e innumerables muertos perdieron su nombre en las fosas comunes. Un Papa sin memoria ni siquiera se pregunta qui¨¦n puede ser esa figura como la suya, que unas veces se acerca y otras se aleja. No son los senderos del jard¨ªn del Vaticano los que se bifurcan, sino el Dios distinto que cada Papa lleva en la cabeza. Uno incontaminado, otro lleno de barro, los dos unidos por el mismo silencio.
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