La estructura pol¨ªtica de la verdad
Lo verdadero se reconoce porque obliga a cambiar de amigos y porque causa grave lesi¨®n a identidades, individuales o colectivas. Cuando aparece, es un episodio inc¨®modo que se intenta ignorar
El camino que lleva a la justificaci¨®n de la mentira propia est¨¢ inundado de mala fe, pero quien lo recorra actuar¨¢ persuadido, hasta llegar a cierto trecho, de haber obrado en posesi¨®n de la virtud. El itinerario es sencillo y familiar. Se parte de la idea, muy f¨¢cil de adquirir y a menudo cierta, de que el enemigo (el individuo o grupo al que como tal se reconoce) es perverso y odioso, de modo que en su condici¨®n corrompida se incluir¨¢, desde luego, la mendacidad. El siguiente paso es combatir tal perversi¨®n, lo cual implicar¨¢, no pocas veces, suspender provisionalmente la virtud: ?acaso al mal absoluto se lo doblega comport¨¢ndose como hermanitas de la caridad? Quien as¨ª proceda estar¨¢ convencido de que act¨²a en leg¨ªtima defensa y de manera controlada, deseando de todo coraz¨®n que vuelvan las circunstancias en que ya no sea necesario beber ni dar a beber tan amargo trago. Esta suspensi¨®n cautelar incluir¨¢ a veces ¡ª¡°por desgracia¡±, se a?adir¨¢, al principio con pesadumbre, pero pronto con hipocres¨ªa¡ª la pr¨¢ctica de la mentira: ?c¨®mo no mentir, aunque sea un poco y a desgana, en un mundo de mentirosos?
Otros art¨ªculos del autor
El paso posterior consistir¨¢ en proclamar que uno, en realidad, no ha mentido, y que llamar ¡°mentira¡± a sus palabras es una exageraci¨®n o quiz¨¢ una insidia. Tambi¨¦n puede ocurrir que la mala conciencia se pierda y que la mentira cobre plena justificaci¨®n, pues ¡ªse dir¨¢¡ª todo lo que se haga contra los enemigos ser¨¢ mejor que lo que ellos acostumbran a hacer. Y cabe, desde luego, persuadirse de que tales preocupaciones son ociosas, ya que la cuesti¨®n de la verdad no tiene importancia ninguna: lo ¨²nico relevante es ganar, porque a la victoria la admira todo el mundo y nadie le pone pegas rid¨ªculas. ?Implica esto que ya no cabe acusar al enemigo de perversidad? De ning¨²n modo: el adversario es malo de por s¨ª, porque su esencia est¨¢ viciada, hagamos nosotros lo que hagamos. Y, si todo en ¨¦l es perverso, cualquier cosa que se le oponga merecer¨¢ la bendici¨®n. Quien derrota a cierta clase de gentes se hace un favor a s¨ª mismo y se lo hace a la humanidad.
Convencerse de que los hechos se han ce?ido a las creencias de uno es una ilusi¨®n bien pueril
Estos deshonestos trucos forman parte de la astucia mundana de todas las ¨¦pocas y lugares. Con quien dice despreciar la verdad cualquier cuidado es poco, pero tambi¨¦n cuando a alguien se le llena la boca con esta palabra es aconsejable extremar las precauciones, pues no ser¨¢ raro que lo expresado constituya una estratagema para ganar prestigio o un resultado del autoenga?o. No faltar¨¢n lectores que, dando la raz¨®n a la descripci¨®n que hasta aqu¨ª se ha hecho, la tomen como un cuadro realista de lo que a menudo se presenta ante nuestros ojos. Sin embargo, pocos ser¨¢n, por regla general, quienes est¨¦n dispuestos a encontrar en ello un retrato de s¨ª mismos y de sus amigos. Todas estas miserias abundan, se dir¨¢, en tales o cuales individuos, partidos, tendencias o escuelas, de las que los m¨ªos y yo, de manera notoria, estamos muy alejados: si quieres convencerte de ello, no tienes m¨¢s que vernos y tratarnos. Muy poco puede hacerse para disuadir de esta frecuente convicci¨®n.
Rep¨¢rese, no obstante, en algo que seguramente afecta a la naturaleza m¨¢s profunda de la verdad. La opini¨®n popular, respaldada por algunos fil¨®sofos, seg¨²n la cual la verdad es el acuerdo o correspondencia con algo que se llama ¡°los hechos¡± est¨¢ muy bien para tranquilizar las conciencias, pero, adem¨¢s de no tener demasiado que ver con hecho alguno, es un apresurado refugio de la pereza. Que la realidad se componga precisamente de ¡°hechos¡±, aptos para su emparejamiento con juicios humanos verdaderos, implica una noci¨®n de lo real demasiado ordenada y limpia. Conforme a ella, los hechos fueron inventados para que nos dieran la raz¨®n y para que el mundo pudiese ser concebido como una inmensa estructura ajustable a nuestro entendimiento, aunque quiz¨¢ dicho mundo no tenga nada que ver con este piadoso deseo. Lo que se llama realidad no se manifiesta dando respaldo a nuestras afirmaciones ni corrigi¨¦ndolas cort¨¦smente, sino burl¨¢ndose de nuestra confianza en ella y vapule¨¢ndonos sin ninguna clase de miramientos. Convencerse de que los hechos se han ce?ido a las creencias de uno es una ilusi¨®n bien pueril: espere usted un poco m¨¢s y ver¨¢ c¨®mo se portan con sus certidumbres, incluida ¨¦sa.
Si lo que se quiere es mantener las lealtades, con la rutina hay suficiente y la verdad no hace ninguna falta
Si lo que se quiere es mantener las lealtades, con la rutina hay suficiente y la verdad no hace ninguna falta. Ni siquiera resulta muy oportuna, porque lo m¨¢s destacable de ella es la amenaza de ruptura que siempre lleva consigo. Para conjurar este peligro, es frecuente aplicar al h¨¢bito el nombre y las galas de la verdad, pero el momento m¨¢s caracter¨ªstico en que la verdad entra en juego, unas veces de lleno y otras en forma de sospecha, surge cuando alg¨²n supuesto muy arraigado se desploma o da se?ales de ruina. Lo compart¨ªamos con nuestros amigos, correligionarios y seres queridos, los cuales nos repudiar¨ªan si lo pusi¨¦semos en duda, y por nada del mundo abjurar¨ªamos de tan sagrada creencia. Ni imaginar podemos c¨®mo nos las arreglar¨ªamos en caso de que aquello que est¨¢ en peligro dejase de ser verdad, y esto basta, de ordinario, para persuadirnos de que el riesgo es s¨®lo aparente: lo que parece imponerse como verdad no lo es, y no lo es porque no puede serlo.
La verdad es un hu¨¦sped inoportuno para el que no hay sitio en casa. Se la reconoce porque obliga a cambiar de amigos y porque causa grave lesi¨®n a identidades, individuales o colectivas, dispendiosamente alimentadas durante mucho tiempo. ¡°Plat¨®n es amigo, pero m¨¢s lo es la verdad¡±: as¨ª suelen parafrasearse las palabras que Arist¨®teles hubo de proclamar alguna vez. Nos juntamos para convencernos, entre todos, de la verdad de nuestras creencias, si bien la verdad consiste en destruir ese convencimiento y, llegado el caso, en dejar de estar juntos. Cuando aparece, es un episodio inc¨®modo que se intentar¨¢ ignorar, confiando en que las aguas vuelvan a su cauce y se olvide semejante pesadilla. ?sta es la estructura de la verdad, ciertamente pol¨ªtica, aunque todav¨ªa falta un elemento importante en la descripci¨®n: a veces la verdad no obliga a cambiar de bando, pero, all¨ª donde da razones para perseverar en el propio, tales razones no siempre ser¨¢n aceptables por ¨¦ste y a veces habr¨¢n de permanecer cuidadosamente ocultas. Tambi¨¦n cuando deja las cosas en paz resulta la verdad un agente inquietante.
Antonio Valdecantos es catedr¨¢tico de Filosof¨ªa en la Universidad Carlos III. Sus ¨²ltimos libros son Sin imagen del tiempo y Manifiesto antivitalista.
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.