Palabras que manchan
Al definir al adversario como enemigo de la democracia conviertes a sus votantes en c¨®mplices de una aberraci¨®n
?Qu¨¦ sucede cuando los pol¨ªticos utilizan el lenguaje de forma mec¨¢nica y torticera, ideando f¨®rmulas de escarnio que funcionan como un golpe bajo al adversario? ?Qu¨¦ pasa cuando desprecian tan sectariamente la creaci¨®n de v¨ªnculos sociales y confianza para la ciudadan¨ªa? Las palabras dejan de utilizarse como medio de comunicaci¨®n y se transforman en mero instrumento, en arma arrojadiza al servicio del poder. El resultado trasciende la puesta en circulaci¨®n de un pu?ado de hechos falsos. La glorificaci¨®n del enga?o regresa como vieja forma de dominio, imponiendo la l¨®gica tribal como sustituto de la leg¨ªtima competici¨®n partidista.
Que Casado diga a S¨¢nchez que ¡°prefiere las manos manchadas de sangre a las manos pintadas de blanco¡± implica que la mentira ya no es la l¨ªnea roja que defin¨ªa, aun tibiamente, los l¨ªmites de la pol¨ªtica en democracia, donde los medios estructuraban los fines. La difamaci¨®n expl¨ªcita se convierte en un instrumento al servicio de un fin: cohesionar a ¡°los tuyos¡± y evitar as¨ª las ¡°fugas¡± de las que hablan los estudios demosc¨®picos. Nuestros biso?os contendientes de la derecha tienen p¨¢nico a abrir su discurso a otras sensibilidades, no vaya ser que su n¨²cleo duro se deshaga como un azucarillo. El objetivo no es sumar a los que no est¨¢n, sino radicalizar a los que quedan para evitar que se vayan.
Los bloques aseguran que el discurso no se abra a los discrepantes, y aunque todos los candidatos juegan a eso, la equidistancia en la atribuci¨®n de responsabilidades es tramposa, y muy preocupante cuando habla de culpas y traiciones. Acusar al presidente de connivencia con el terrorismo, como hace Casado, o sacarlo del constitucionalismo, como quiere Rivera, implica demonizar al adversario y colocarlo al otro lado de la trinchera. Aqu¨ª, los dem¨®cratas; all¨ª, los infames y quienes les apoyan. Es, de nuevo, un problema de inseguridad identitaria. Ambos, Casado y Rivera, pretenden definirse desde la dignidad de sus principios nacionales ¡ªla Constituci¨®n como esencia, orden y naci¨®n¡ª definiendo a la oposici¨®n como algo abyecto.
Populistas, terroristas, independentistas¡ La insistencia en el eslogan encuadra al oponente frente a los verdaderos dem¨®cratas, los ciudadanos de bien, los cristianos viejos. Pero estas asociaciones dicen m¨¢s de la ansiedad de quien las formula que de la propia realidad. Y no son gratuitas. Al definir al adversario como enemigo de la democracia conviertes a sus votantes en c¨®mplices de una aberraci¨®n, y no en ciudadanos con leg¨ªtimas opiniones pol¨ªticas. Y eso, guste o no a sus asesores de campa?a, puede ser eficaz, pero es al menos tan abyecto como aquello que denuncian con tanta sa?a. Dejen de tomarnos el pelo.
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