Una par¨¢bola contempor¨¢nea
En las fechas m¨¢s profundas del cristianismo, el dinero que dej¨® de estar disponible para los necesitados fluye hacia el templo
Las noches de Buenos Aires son todav¨ªa c¨¢lidas en este oto?o austral. Los cartoneros hacen su trabajo dentro de los contenedores de basura, un ej¨¦rcito de miserables se acuesta sobre las aceras, millones de argentinos duermen el sue?o inquieto de quien no sabe c¨®mo se las arreglar¨¢ ma?ana. Este pa¨ªs atraviesa tiempos oscuros. Pero las cosas no son muy distintas en otros lugares con mejor perfil macroecon¨®mico. Estamos habituados a mirar la pobreza sin verla; a ocuparnos de nuestros propios problemas, que no son pocos; a pensar que el mundo siempre ha sido m¨¢s o menos as¨ª y que, en lo esencial, nunca cambiar¨¢.
Asumimos como naturales fen¨®menos incomprensibles. El mundo lleva m¨¢s de un siglo en una supuesta guerra contra el narcotr¨¢fico y apenas nos preguntamos por qu¨¦ el enemigo es cada vez m¨¢s fuerte, ni qu¨¦ porcentaje de sus colosales ganancias alimenta los mercados financieros, ni si hay connivencia entre nuestros generales y los suyos para mantener el gran negocio de esta guerra. Nos parece mal que existan para¨ªsos fiscales donde las grandes y peque?as fortunas se protegen de los impuestos, pero no solemos preguntar por qu¨¦ existen. ?De verdad los Gobiernos quieren acabar con ellos? ?Tan dif¨ªcil ser¨ªa hacerlo si existiera realmente la intenci¨®n?
El incendio de Notre Dame de Par¨ªs ofrece una instructiva par¨¢bola. La visi¨®n de la catedral en llamas encogi¨® los corazones en todo el planeta porque ard¨ªa un s¨ªmbolo m¨²ltiple: del cristianismo, de la historia cultural europea, de la belleza arquitect¨®nica, del turismo de masas, de un pasado que el viejo continente parece a?orar cada d¨ªa con m¨¢s fuerza. Extinguido el incendio, cuando a¨²n no se han evaluado por completo los da?os y partes de la estructura se mantienen en precario, se plantea el asunto de la reconstrucci¨®n.
Y surgen los Epulones de hoy, los Arnault y los Pinault, ofreciendo toneladas de dinero. Eso est¨¢ bien. Por fin sabemos para qu¨¦ serv¨ªan los para¨ªsos fiscales, las reducciones de impuestos sobre las grandes fortunas, las desgravaciones por obra cultural y, en general, las pol¨ªticas econ¨®micas contempor¨¢neas: los multimillonarios fueron los primeros en dar un paso adelante para rescatar un valioso pedazo del patrimonio cultural y religioso de la humanidad.
Por decirlo de otro modo: los grandes mercaderes corren a salvar el templo. Se trata de un buen gesto, al margen de cualquier consideraci¨®n sobre si lo que hay tras ¨¦l es una operaci¨®n de relaciones p¨²blicas o blanqueo de imagen. S¨ª, es un buen gesto. Y es normal que hablemos de ellos, los nuevos Epulones, mucho m¨¢s que de los peque?os donantes an¨®nimos. Ellos ofrecen cantidades asombrosas.
Hay algo esencialmente obsceno en esta historia. En las fechas m¨¢s profundas del cristianismo, cuando se conmemora un fen¨®meno teol¨®gico tan misterioso como la muerte y resurrecci¨®n del dios del amor y la compasi¨®n, el dinero que dej¨® de estar disponible para los necesitados (inmigrantes, estudiantes, desempleados, familias con enfermos cr¨®nicos o ancianos, y cortemos aqu¨ª porque la lista ser¨ªa interminable) fluye hacia el templo. El patrimonio de la humanidad, antes que la humanidad misma. Y lo asumimos de forma natural.
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