?ltimas batallas en Invernalia
Juego de Tronos, esa historia monumental sobre el poder, ha derivado en donde acaba siempre el poder: una dr¨¢stica reducci¨®n de sus ambiciones
Si tuviese la suerte de vivir el fin del mundo, es decir, si tuviese la suerte de cubrir como periodista un acontecimiento as¨ª, adem¨¢s de tomarme la hora de cierre m¨¢s en serio me gustar¨ªa pasar las ¨²ltimas horas como las pasan todos esos personajes de Juego de tronos reunidos en Invernalia antes de la batalla contra un ej¨¦rcito de muertos. En la v¨ªspera de lo que uno cree el final se recurre a lo mismo: los dem¨¢s. Ser¨¢n el infierno, pero ese infierno es el ¨²nico calor que tenemos antes de arder.
Este episodio de la segunda temporada, una obra de arte sin cad¨¢veres y construida no alrededor de la violencia, sino de la promesa de la violencia, en la que se rehabilitan afectos de golpe, se condonan o aplazan deudas, se canta y se bebe, es tal y como imagino los ¨²ltimos cinco minutos de vida antes de pelear a muerte por cinco minutos m¨¢s. Bajo ese verso con el que arranca Podrick su canci¨®n (¡°en los salones de reyes desaparecidos, Jenny bailaba con sus fantasmas¡±) y que termina, tras una sucesi¨®n de im¨¢genes con el ¡°nunca quiso irse¡± repetido hasta creer que Jenny de alguna forma nunca se fue. Y que emparenta con la reflexi¨®n de la muerte hecha minutos antes por Samwell: ¡°La verdadera muerte es el olvido¡± y la frase que mejor resume la vida que dice Bran: ¡°Las cosas que uno hace por amor¡±.
En realidad la belleza de la v¨ªspera, la vigilia, no es tanto la expectativa, esa ilusi¨®n de que las cosas est¨¢n a punto de empezar y hay que prepararse para ellas, como la certeza de que est¨¢n ocurriendo ya. En cada conversaci¨®n que se produce en Invernalia hay un presagio f¨²nebre que obliga a detenerse en detalles que no existir¨ªan de otro modo. Las palabras sobre lo inmutable, lo que no va a cambiar nunca, dichas por el archimaestre Ebrose en la temporada anterior (¡°El Muro lo ha soportado todo. Y cada invierno que ha llegado ha terminado¡±) son la ceniza que siempre consiguen ver o provocar los que creen que en el mundo hay cosas que no cambian nunca o no deben hacerlo. Hasta las estaciones lo hacen, y ¨¦stas m¨¢s pronto que tarde.
As¨ª que Juego de tronos, esa historia monumental sobre el poder, ha derivado en donde acaba siempre el poder: una dr¨¢stica reducci¨®n de sus ambiciones para pelear no por mandar sino por vivir, un d¨ªa m¨¢s de vida. Algo que, en ese final de episodio con Florence and The Machine y Jenny Oldstones que tanto me record¨® al Ninna Ninna con la que Tony Soprano se dirige al encuentro de su hijo, ingresado tras un intento de suicidio (¡°mis ra¨ªces, mis jodidos y p¨²tridos genes han infectado el alma de mi hijo¡±), lleva a evocar a Rilke y los versos de Las eleg¨ªas de Duino: hasta aqu¨ª nosotros, esto es lo nuestro. Escritas desde Duino, la fortaleza medieval que tambi¨¦n acogi¨® a Dante; un castillo tan testigo de los esplendoores y de las ruinas del continente europeo como puede serlo Invernalia de los destinos crueles y felices del Norte. ¡°?No se asombraron ustedes, en las estelas ¨¢ticas, / de la prudencia de los gestos humanos? El amor / y la despedida, ?no fueron puestos demasiado / ligeramente sobre los hombros, como si se tratara / de seres hechos de otra materia que nosotros? / Recuerden las manos, c¨®mo se posan sin presi¨®n, aunque / hay vigor en los torsos. Estos due?os de s¨ª mismos / lo sab¨ªan: hasta aqu¨ª, nosotros; esto es lo nuestro, / tocarnos as¨ª; que los dioses nos aprieten / con mayor fuerza¡±.
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