La paz civil y la transacci¨®n necesaria
El colapso del impulso separatista catal¨¢n situar¨¢ de nuevo sobre la mesa y con mayor diafanidad las grandes cuestiones no resueltas: las cuestiones referidas al Estado federal y las transferencias fiscales
El proceso independentista en Catalu?a es un cad¨¢ver insepulto. Es cuesti¨®n de tiempo que otros planteamientos y otros protagonistas pol¨ªticos ocupen el lugar de un proyecto desmesurado y da?oso para la salud de la democracia en Catalu?a y Espa?a. Su colapso es una buena noticia del que todos aquellos capaces de un razonamiento independiente debemos alegrarnos. Hechas estas afirmaciones, sin embargo, es absolutamente necesario reflexionar sobre cuestiones que estos tensos a?os pasados nos plantean.
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Est¨¢, en primer en lugar, la cuesti¨®n de las relaciones entre el trabajo de los cient¨ªficos sociales y el de los pol¨ªticos. En Catalu?a, aquellos que hemos opinado sobre el proc¨¦s nos hemos terminado dividiendo inevitablemente en partidarios y detractores en funci¨®n de nuestra posici¨®n final en t¨¦rminos tajantes y dicot¨®micos. Esta imposici¨®n dicot¨®mica elimin¨® de entrada cualquier debate de fondo sobre el significado de un modelo de ruptura de alto riesgo pero de indudable seguimiento popular. Ahora, cuando las urgencias pol¨ªticas dar¨¢n paso a la melancol¨ªa de las empresas excesivas o a la euforia de los defensores del statu quo, ser¨¢ un buen momento para valorar el peso o la futilidad de los argumentos que han utilizado unos y otros, y de situar los razonamientos en un marco m¨¢s amplio. La recuperaci¨®n de algo de calma devolver¨¢ a la mesa de debate cuestiones de fondo que esperemos puedan ser abordadas con mayor consistencia t¨¦cnica y mayor altura de miras pol¨ªtica y moral.
Un proceso de ruptura pol¨ªtica como fue el se¨ªsmo catal¨¢n no nace de la nada ni es un fen¨®meno ilusoriamente local para ser exorcizado con apelaciones al populismo, a la xenofobia o, con menor novedad u originalidad, al nacionalismo burgu¨¦s, al parecer exclusivo de los habitantes de aquel rinc¨®n peninsular. El uso y abuso de conceptos de tan gran calado nunca es bastante para definir nada, para apresar lo particular. La simplificaci¨®n que desprestigiar¨ªa en un debate acad¨¦mico serio no puede bendecir el escu¨¢lido discurso pol¨ªtico al que se nos quiere acostumbrar. Adem¨¢s, la salida no puede ser el silencio ni la ausencia de discusi¨®n de mayor calado intelectual. Todo lo contrario, la discusi¨®n en los moldes de las ciencias sociales ¡ªsociol¨®gica, constitucional, hist¨®rica, econ¨®mica¡ª es aquello que debe incitarse, demandarse y reclamarse en momentos de crisis.
La derrota del ¡®procesismo¡¯ es ya clamorosa y est¨¢ a la vista de quien quiera mirar la realidad sin falsas ilusiones
Ser¨ªa una ilusi¨®n m¨¢s esperar que este debate nazca de las demandas de los partidos y de las subvenciones de los poderes p¨²blicos y de una gran cantidad de organismos que de ellos dependen. Ya se ha visto lo que dan de s¨ª estos alineamientos con conclusiones fijadas de antemano. Herencia del liberalismo cl¨¢sico, la libertad intelectual y el debate civil son imprescriptibles para avanzar.
El colapso del impulso separatista situar¨¢ de nuevo sobre la mesa y con mayor diafanidad las grandes cuestiones no resueltas. Entre ellas, las dos que alimentaron el descontento y la manida desafecci¨®n que agruparon a tantas personas detr¨¢s de banderas demag¨®gicas regresar¨¢n al espacio de la discusi¨®n civilizada, informada y honesta. La primera se refiere a las cuestiones referidas a un Estado federal (o federalizante) a partir del r¨¦gimen auton¨®mico de la naci¨®n de naciones, un esquema al que le ha faltado desarrollo y claridad, anulado a menudo por las mismas instituciones que deber¨ªan defenderlo. En segundo lugar est¨¢ la otra cara de la moneda, que no es otra que la de las transferencias fiscales. Ambas regresar¨¢n de nuevo al centro del debate. Ciertamente el pa¨ªs no es la Constituci¨®n, pero ambas cuestiones son la m¨¦dula del debate sobre la discusi¨®n territorial.
La riqueza de la cultura pol¨ªtica espa?ola desde 1978, y lo que fue la miseria de la etapa franquista por la misma raz¨®n, radica en la pluralidad de voces que debe aunar: voces forales, voces de las naciones que conforman la naci¨®n de naciones, voces de aquellos que no llegaron a tiempo en la etapa republicana, voces de aquellos que aprendieron el lenguaje del autogobierno con la liberaci¨®n de fuerzas que, en definitiva, signific¨® el restablecimiento de la democracia tras 1975. Esta pluralidad se expresa en las lecturas diversas del autogobierno, all¨ª donde la complejidad y pluralidad social, cultural y ling¨¹¨ªstica se interrelaciona con el sistema pol¨ªtico. El reconocimiento de esta pluralidad es la esencia de un debate civilizado y ¨²til.
En una democracia que aspire a crecer, dos millones de ciudadanos no pueden ser excluidos de la vida civil
Este reconocimiento nos obliga a constatar un estrepitoso fracaso civil. No existe ni se espera un di¨¢logo civil entre los dos lados de la divisoria pol¨ªtica catalana reciente. La derrota del procesismo es ya clamorosa, est¨¢ a la vista para quien sea capaz de mirar la realidad de cara y sin falsas ilusiones. Sin embargo, el problema para algunos que nos hemos desgastado tratando de discutir sus razones no es invocar su pr¨®xima derrota, sino preparar un futuro para todos. En una democracia que aspire a crecer, dos millones de ciudadanos no pueden ser excluidos de la vida civil. Tampoco servir¨¢ de mucho que se sientan derrotados para siempre. La transacci¨®n es por consiguiente necesaria e inevitable.
Si me he explicado bien, no obstante, se comprender¨¢ que transacci¨®n no significa ni puede significar en el futuro la oclusi¨®n del debate intelectual entre uno y otros. Todo lo contrario. Debe continuar y ser implacable en sus t¨¦rminos, los t¨¦rminos de la discusi¨®n pol¨ªtica y del imperativo moral, de la comprensi¨®n hist¨®rica, de la determinaci¨®n de la posici¨®n de Catalu?a en Espa?a, en Europa y en el mundo.
La responsabilidad de la pol¨ªtica y del pol¨ªtico se mueve sin embargo en un plano distinto. Entre el irredentismo victimista de unos y la hip¨®tesis de una destrucci¨®n completa del adversario de otros debe imponerse la v¨ªa media si no se quiere perpetuar una herida que divide y separa a la sociedad. En este punto s¨ª que la transacci¨®n es necesaria. A un lado de la mesa deber¨¢n regresar ordenadamente y con garant¨ªas plenas de veracidad las dos grandes cuestiones del orden pol¨ªtico y de la distribuci¨®n territorial de recursos antes referidas; del otro lado deber¨¢ aceptarse sin tapujos el orden constitucional que nos ampara a todos.
Lo uno sin lo otro, y por ambos lados, no resolver¨¢ el problema. Se impondr¨¢ lo m¨¢s una soluci¨®n penal y el restablecimiento de un autonomismo otra vez parcheado. Y ma?ana otra generaci¨®n de espa?olitos que vienen al mundo se enfrentar¨¢ a problemas parecidos, en un mundo todav¨ªa m¨¢s complejo dominado por los free riders de la globalizaci¨®n. Mientras, la metodolog¨ªa de los a?os 1977-1978 se desvanece poco a poco entre discursos huecos y gestos vac¨ªos. Y la mesa de expertos y relatores, que, en Barcelona primero y luego en la capital federal, deber¨¢ aislar, formalizar y establecer los t¨¦rminos del armisticio, sigue vac¨ªa a ambos lados.
Josep M. Fradera es catedr¨¢tico de Historia de la Universidad Pompeu Fabra de Barcelona.
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