La tumba de Kafka
El autor de ¡®La metamorfosis¡¯ escribi¨® sin parar, aunque sus obras pasaron pr¨¢cticamente desapercibidas y s¨®lo p¨®stumamente se advirti¨® que fue uno de los grandes autores de todos los tiempos
Est¨¢ en el nuevo cementerio jud¨ªo de Praga, en el barrio de Strasnice, enterrado junto a sus padres y sus tres hermanas, que murieron en los campos de exterminio nazis. En verdad, esta bella ciudad es poco menos que un monumento al m¨¢s ilustre de sus escritores. Me toma todo un d¨ªa visitar las esculturas que le han dedicado, las casas donde vivi¨®, los caf¨¦s que frecuentaba, el magn¨ªfico museo, y en todos estos lugares coincido con bandadas de turistas que toman fotos y compran sus libros y recuerdos. Yo tambi¨¦n lo hago: de los escritores que admiro coleccionar¨ªa hasta sus huesos.
Me conmueve ver, en el Museo Franz Kafka, muchas p¨¢ginas de su Carta al padre, que nunca envi¨®. Ten¨ªa una letra enrevesada y saltarina que, a ratos, parec¨ªa dibujitos de c¨®mics. Esa enorme carta fue lo primero que le¨ª de ¨¦l, cuando era adolescente. Me llevaba muy mal con mi padre, al que le ten¨ªa p¨¢nico, y me sent¨ª totalmente identificado con ese texto desde las primeras l¨ªneas, sobre todo cuando Kafka acusa a su progenitor de haberlo vuelto inseguro, desconfiado de todos, de s¨ª mismo y de su propia vocaci¨®n. Recuerdo con un escalofr¨ªo aquella frase en la que Kafka explica su inseguridad hasta el extremo, dice, de no confiar ya en nadie ni en nada, salvo en el pedacito de tierra que pisan sus pies.
Este museo, sea dicho de paso, es el mejor que he visto nunca dedicado a un escritor. Su penumbra, sus pasadizos laber¨ªnticos, sus hologramas, las pel¨ªculas ruinosas de la Praga de su tiempo, los grandes cajones misteriosos que no se pueden abrir, y hasta la tierna canci¨®n en yiddish que entona una muchacha que parece de carne y hueso (pero no lo es) no pueden ser m¨¢s kafkianos. Todo lo que se sabe de ¨¦l est¨¢ expuesto all¨ª y de manera sutil e inteligente. Las fotos muestran la trayectoria fugaz de los 41 a?os que vivi¨®; aparece de ni?o, de joven y de adulto, la figurita estilizada, la mirada penetrante y sus grandes orejas curvas de lobo estepario.
Est¨¢ enterrado en Praga, junto a sus padres y sus hermanas, que murieron en los campos de exterminio? nazis
Hay un texto maravilloso escrito cuando, reci¨¦n recibido de abogado, acaba de empezar a trabajar en una compa?¨ªa de seguros (de ocho a nueve horas diarias, seis d¨ªas por semana), afirmando que este trabajo asesinar¨¢ su vocaci¨®n, porque ?c¨®mo podr¨ªa llegar a ser un escritor alguien que dedica todo su tiempo a un est¨²pido quehacer alimenticio? Salvo los rentistas, todos los escritores del mundo se habr¨¢n hecho preguntas parecidas. Pero lo que no suele hacer la mayor¨ªa de ellos, ¨¦ste lo hizo: escribir casi sin parar en todos los momentos libres que ten¨ªa y, aunque publicara muy poco en vida, dejar una obra que, incluidas sus cartas, es de muy largo aliento.
Nada me parece m¨¢s triste que alguien que sent¨ªa intensamente esa vocaci¨®n y que, como Kafka, fue capaz de escribir tantos libros, jam¨¢s fuera reconocido mientras viv¨ªa y s¨®lo p¨®stumamente se advirtiera que fue uno de los grandes escribidores de todos los tiempos (W. H. Auden lo compar¨® con Dante, Shakespeare y Goethe y dijo que ¨¦l, como aquellos, era la s¨ªntesis y el emblema de su ¨¦poca). Las cosas que public¨® en vida pasaron pr¨¢cticamente desapercibidas, y eso que entre ellas figuraba La?metamorfosis. El pedido a su amigo Max Brod de que quemara sus in¨¦ditos revela que cre¨ªa haber fracasado como escritor, aunque, tal vez, le quedaba alguna esperanza porque, si no, los hubiera quemado ¨¦l mismo.
A prop¨®sito de Max Brod, uno de los pocos contempor¨¢neos que cre¨ªan en el talento de Kafka, hay ahora, con motivo de la aparici¨®n del libro de Benjamin Balint Kafka¡¯s Last Trial, una resurrecci¨®n de los ataques que ya le hicieron en el pasado, incluso cr¨ªticos e intelectuales tan respetables como Walter Benjamin y Hannah Arendt. ?Vaya injusticia! El mundo deber¨ªa estar siempre agradecido a Max Brod, que, en vez de acatar la decisi¨®n de ese amigo al que quer¨ªa y admiraba, salvara para los lectores del futuro una de las obras m¨¢s originales de la literatura. Brod pudo exagerar en su biograf¨ªa y sus ensayos sobre Kafka la influencia que ejerci¨® el misticismo jud¨ªo en ¨¦l, y, acaso, se equivoc¨® dejando en su testamento los in¨¦ditos que quedaban a la se?ora Esther Hoffe, con la que el Estado jud¨ªo y Alemania han estado litigando muchos a?os por aquellos textos (finalmente fue Israel quien se los qued¨®), tema sobre el que versa el por otra parte estramb¨®tico libro de Benjamin Balint. No deber¨ªa leerlo nadie que goce de verdad leyendo a Kafka. Quienes lo atacan tendr¨ªan que ser conscientes de que nada de lo que dicen en sus an¨¢lisis sobre Kafka hubiera sido posible sin la decisi¨®n extraordinariamente sagaz de Max Brod de rescatar esta obra esencial.
Su amigo Max Brod fue uno de los pocos contempor¨¢neos que siempre crey¨® en su talento
Hermann Kafka, el destinatario de la impresionante carta que su hijo nunca le envi¨®, era un jud¨ªo humilde, que no tuvo roce alguno con la literatura. Se dedic¨® al comercio, abriendo tienditas de pasamaner¨ªa que tuvieron cierto ¨¦xito y elevaron los niveles de vida de la familia. Pero en ¨¦l hab¨ªa alg¨²n germen de excentricidad kafkiana porque ?c¨®mo es posible que se pasara la vida cambiando de apartamentos, incluso dentro de una misma manzana? Las gu¨ªas dicen que se mud¨® 12 veces de residencia y que no menos mudanzas experimentaron sus tiendas. La familia se consideraba jud¨ªa y hablaba alem¨¢n, como la mayor¨ªa de los checos entonces, y no era particularmente religiosa. Kafka tampoco lo fue, por lo menos antes de que llegara a Praga aquella compa?¨ªa de teatro en yiddish que lo impresion¨® tanto. El museo documenta muy bien los efectos de esa experiencia, el empe?o con que se puso a estudiar hebreo (que nunca lleg¨® a aprender), a leer libros sobre el hasidismo y otros movimientos m¨ªsticos, as¨ª como el muy bello texto que escribi¨® sobre aquellos actores y actrices que hac¨ªan teatro en yiddish, malviviendo de las miserables propinas que les echaba el p¨²blico en la calle o los caf¨¦s donde actuaban.
El museo tambi¨¦n da detalles sobre las cuatro novias que lleg¨® a tener Kafka y las complicadas relaciones sentimentales que fueron las suyas. Se enamoraba, sin duda, y era un amante tenaz, acaparador, y les propon¨ªa matrimonio. Pero, apenas lo aceptaban, daba marcha atr¨¢s, aterrorizado de haber llegado tan lejos. La inseguridad lo persegu¨ªa tambi¨¦n en el amor. Por lo menos tres de estas novias sufrieron con esos desplantes; con una de ellas, Felicia Bauer, celebr¨® el compromiso matrimonial con una fiesta, pocos d¨ªas antes de romperlo. Con la amistad era mucho m¨¢s constante. Su mejor amigo fue sin duda Max Brod, que, en aquellos a?os, ya ten¨ªa un nombre literario y hab¨ªa publicado algunos libros. Fue uno de los primeros en advertir el genio de Kafka y lo anim¨® sin tregua a escribir y a creer en s¨ª mismo, algo que efectivamente ocurri¨®, pues Kafka, al menos cuando escrib¨ªa, perd¨ªa la inseguridad que padeci¨® siempre y se convert¨ªa en un ins¨®lito y seguro hacedor de personas y de historias. Una tuberculosis galopante acab¨® con su existencia, al comenzar la madurez. Hitler dio cuenta del resto de la familia.
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