Narcisismo infantil
Puigdemont, Rivera y Abascal parten de la creencia de que humillar a otros les empodera, y es as¨ª como viven su peculiar bucle melanc¨®lico
Indignaci¨®n y esperanza fueron las emociones de la pol¨ªtica del 15-M, cuyo aniversario celebramos. Entendimos entonces que la percepci¨®n sobre la injusticia de nuestros j¨®venes nac¨ªa de la frustraci¨®n ante una realidad que detestaban, pero que experimentaban unidos a un fuerte deseo: trabajar por un futuro mejor. Y casi atisbamos que en ese tr¨¢nsito de la emoci¨®n al deseo pod¨ªa surgir una canalizaci¨®n racional de cooperaci¨®n constructiva para afrontar este mundo incierto que tanto miedo nos da a todos.
La operaci¨®n no es sencilla. Las emociones son primarias, por eso la llegada al estado adulto consiste precisamente en controlarlas. Los ni?os son impulsivos, ego¨ªstas, incapaces de tener en cuenta al otro y ensayar la imaginaci¨®n emp¨¢tica, eso que los fil¨®sofos llaman ¡°el yo ampliado¡±: vivir otras vidas para entender el mundo que nos rodea. Esta reciprocidad solo se consigue con la lectura, la educaci¨®n, el di¨¢logo; forma parte de una sofisticaci¨®n racional que, a diferencia de las emociones, hemos de cultivar y que nos hace due?os de nosotros mismos, soberanos de nuestro destino. Los ilustrados llamaron ¡°autonom¨ªa¡± a esta forma de libertad, pues solo imponi¨¦ndonos a nuestras pasiones salimos del inevitable solipsismo infantil.
El 15-M intent¨® en sus inicios practicar esa deliberaci¨®n racional para ampliar la democracia a partir de lo que una parte de la sociedad sent¨ªa como injusto. Pareci¨® entender que quedarse en la venganza, la culpabilizaci¨®n o el se?alamiento del otro para conseguir un empoderamiento ficticio solo acent¨²a ese narcisismo infantil que lo invade todo si no se apuesta por un trabajo constructivo. Hoy, de nuevo m¨¢s c¨ªnicos, recordamos que los liderazgos son catalizadores de los estados emocionales; apaciguan, como Rubalcaba, trascendiendo los r¨¦ditos cortoplacistas de la excitaci¨®n pasional, o enervan y azuzan el conflicto, como Puigdemont, Rivera o Abascal.
A su modo, los tres incurren en la pol¨ªtica de la culpa, de la caza de brujas, de la demonizaci¨®n del otro: los espa?oles nos roban, los socialistas se venden a populistas y golpistas, los inmigrantes nos quitan el trabajo... Los tres parten de una falacia: la creencia de que humillar a otros les empodera a ellos, y es as¨ª como viven su peculiar bucle melanc¨®lico, estancados en un castigo vengativo que hace del mundo un lugar m¨¢s inh¨®spito para todos. Viviendo en el desplante continuo, creen honrar ese concepto tan taurino de la virilidad y que Ferlosio describ¨ªa avergonzado como el ¡°alma-hecha-gesto de la espa?olez¡±. Nuestras derechas se solazan con vac¨ªos signos de hombr¨ªa que ocultan un s¨ªntoma de debilidad y decadencia: la reacci¨®n infantil de quien vive obsesivamente en el pasado.
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