I. M. Pei, un moderno que quiso ser cl¨¢sico
El autor de la pir¨¢mide del Louvre, la torre John Hanckok de Boston y el Banco de China en Hong Kong muri¨® el pasado jueves a los 102 a?os. ?Sabemos qu¨¦ tipo de arquitecto fue?
En 1938, un jovenc¨ªsimo (21 a?os) y ya muy refinado Ieoh Ming Pei decidi¨® que el Massachusetts Institute of Technology era el lugar donde deb¨ªa estudiar. Nacido en Cant¨®n, hoy Guangzhou, en abril de 1917, hab¨ªa crecido en Hong Kong, donde su padre se traslad¨® para dirigir el Banco de China. Fue precisamente su padre quien lo convenci¨® para que estudiara en Estados Unidos. Tal vez solo se lo dijo, eran otros tiempos. Pei solicit¨® admisi¨®n en la Universidad de Pennsylvania pero, tras desembarcar, no tard¨® en pedir el traslado a Cambridge, el barrio de Boston, al otro lado del r¨ªo Charles, donde se encuentran Harvard y el MIT. Fue una decisi¨®n crucial. Para cuando termin¨® sus estudios en el MIT, en 1940, ya hab¨ªa conocido a la que ser¨ªa su esposa durante 72 a?os, la artista Eleen Loo, que estudiaba arte en la universidad femenina de Wellesley. En 1942, cuando se casaron, iniciaron juntos estudios de postgrado en Harvard. Ella se convirti¨® en paisajista. Y ¨¦l en uno de los mejores disc¨ªpulos de Walter Gropius. Fue esa mezcla de vanguardia tecnol¨®gica del MIT, credo bauhasiano de Gropius e infancia privilegiada en China la que desemboc¨® en un arquitecto que, siendo moderno, ambicion¨® ser cl¨¢sico; un tipo que entendi¨® que ser de su tiempo pasaba por arriesgar. Y lo hizo. I. M. Pei arriesg¨®.
En Harvard no solo hab¨ªa conocido a Gropius. Tambi¨¦n lo tutel¨® Marcel Breuer, el entonces futuro autor de Whitney de Nueva York ¡ªhoy Met Breuer mezclando el nombre de su actual propietario, el Museo Metropolitan, con el de su autor¡ª. El tacto de Breuer, m¨¢s que los c¨¢lculos de Gropius, est¨¢n presentes en la ampliaci¨®n del Museo de Arte de Des Moines, la primera gran obra que Pei culmin¨® en 1968. Con, atenci¨®n, 51 a?os. Antes se hab¨ªa dedicado a ganarse la vida haciendo torres de hormig¨®n en Nueva York y Filadelfia. Lo de Des Moines era buscar una voz propia.
Fue en Iowa donde Pei tuvo su primera oportunidad de hablar con un edificio. Y no la desaprovech¨®: la utiliz¨® para reconocer la obra de quien lleg¨® antes que ¨¦l: Eliel Saarinen ¡ªel padre de Eero hab¨ªa firmado el edificio original¡ª, y para obedecer a la topograf¨ªa del lugar. Su ampliaci¨®n, desnuda y pulidamente brutalista ¡ªsi es que eso es posible¡ª cuenta una verdad mucho m¨¢s directa que la que Richard Meier a?adir¨ªa casi dos d¨¦cadas despu¨¦s, cuando el autor del MACBA firm¨® una tercera ampliaci¨®n con un edificio forrado de un acabado cer¨¢mico.
El Pei de Des Moines es el que ide¨®, en 1978, la ampliaci¨®n de la National Gallery de Washington. El ala Este es ya un edificio inolvidable por lo cercano y monumental que resulta. Fue el proyecto que le allan¨® el camino para ampliar el Louvre muy poco despu¨¦s. Fran?ois Mitterrand, el art¨ªfice de los grand travaux parisinos, llam¨® a Pei para mejorar el acceso al buque insignia de la cultura francesa. No hubo concurso, fue una visi¨®n del presidente de la Rep¨²blica reconocido por su enorme cultura. Una foto de Pei sonriendo junto a un modelo a escala real de lo que iba a ser su famosa pir¨¢mide define el entendimiento entre los dos hombres. El arquitecto lo confi¨® todo al clasicismo: el orden geom¨¦trico hablar¨ªa de t¨² a t¨² al orden hist¨®rico y bastar¨ªa para reordenar el antiguo palacio en torno a tres patios. Mitterrand nombr¨® a dedo a un arquitecto capaz de construir la punta de un diamante. Esa gran obra fue tan pol¨¦mica como transparente: tuvo muy poco que ver con los iconos que llegar¨ªan despu¨¦s. La pir¨¢mide por la que se accede al museo no es una escultura, es un trabajo de cirug¨ªa correctora en el Patio de Napole¨®n. No es la guinda del pastel, es la pala para servirlo.
Pei construir¨ªa luego museos en Jap¨®n ¡ªMuseo Miho en Koka de 1997¡ª y en China ¡ªMuseo Suzhou de 2006¡ª, adem¨¢s del sorprendente Rock and Roll Hall of Fame en Cinicinnati, en 1995. Con todo, fue el ¨²ltimo museo, el encargo para levantar el Museo de Arte Isl¨¢mico de Doha, inaugurado en 2008, lo que lo llevar¨ªa de nuevo a arriesgar. Ten¨ªa ya 90 a?os y sab¨ªa poco de arte isl¨¢mico. Quiso aprender. Viaj¨® por el mundo para estudiar la arquitectura de sombras, desierto y celos¨ªas. Y opt¨® por reducirla al clasicismo. Muchos catar¨ªes hablan hoy de los ojos de una mujer tras un ¡°niqab¡± para describir la fachada de un edificio que es una loa a la simetr¨ªa. Si los ojos est¨¢n, son anecd¨®ticos. Hay luz, sombra, permanencia ¡ªen un pa¨ªs tradicionalmente n¨®mada¡ª y orden en la galer¨ªa que, adem¨¢s, construye una de las fachadas de la capital. El riesgo est¨¢ concentrado de nuevo en la ingenier¨ªa: la decisi¨®n de ganar terreno al mar indica tambi¨¦n la posibilidad de distanciarse y mirarse desde fuera.
M¨¢s all¨¢ de firmar una ristra de museos que sirvieron para dibujar ¨¦pocas ¡ªPei ide¨® torres, cinco facultades para el MIT donde estudi¨® y algunos de los rascacielos m¨¢s bonitos del mundo¡ª. El m¨¢s brillante est¨¢ en Hong Kong, donde se crio. Lo hizo para el banco de China que hab¨ªa dirigido su padre. El m¨¢s dif¨ªcil lo levant¨® en el centro de Boston: el John Hancock fue el primero de sus grandes riesgos: el doble panel reflectante que rinde homenaje, multiplic¨¢ndola, a la vecina Iglesia de la Trinidad de Henry H. Richardson lleg¨® a caerse en tantas ocasiones que Pei y sus socios pasaron por los juzgados durante toda una d¨¦cada. Se convirti¨® en un chiste. Pero hoy refleja el templo neorrom¨¢nico de Richardson. En plena pol¨¦mica, y en la misma ciudad, Jackie Kennedy ech¨® una mano. M¨¢s que seducir, Pei sonre¨ªa. Era un hombre de ideas y conocimiento y eso convenci¨® a la viuda m¨¢s famosa del planeta que le confi¨® el dise?o de la biblioteca que llevar¨ªa el nombre de su difunto marido. El edificio no result¨® inolvidable. El simbolismo del encargo s¨ª. Se premiaba el riesgo y la educaci¨®n. Frente a la idea rupturista de las vanguardias, la audacia puede ir de la mano del respeto. Eso demostr¨® I. E. Pei, que, nacionalizado americano desde 1955, puso a todos sus hijos nombres chinos.
As¨ª, Pei fue un arquitecto moderno que quiso ser eterno, es decir, cl¨¢sico. Pero fue, sobre todo, un proyectista de su tiempo: arriesg¨® para quedar fuera de tiempo. La paradoja es que, hacer lo mismo que ¨¦l ¡ªsi fuera posible¡ª hoy no convertir¨ªa a nadie en arquitecto de nuestro tiempo. El riesgo es algo tan fundamental como indefinido, el tiempo lo redefine. Hoy las necesidades son otras y un arquitecto del siglo XXI no puede quedarse en la forma de la ciudad, los accesos impensables o la ampliaci¨®n de la geograf¨ªa, que hoy adem¨¢s se cuestiona. Intentar ser como I. M. Pei hoy ser¨ªa intentar ser distinto. Copiarlo ser¨ªa como escribir novelas por entregas. Un proyectista actual tiene que implicarse en ampliar la idea de ciudad. Debe hacer posible que la arquitectura construya y no destruya el planeta. Alguien con el talante de I. M. Pei sabr¨ªa entenderlo.
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