Gentrificada
La globalizaci¨®n afecta a las maneras de leer, reducidas a consumo
Ayer se celebraron elecciones municipales y espero que hoy todos los Ayuntamientos sean de color rojo pimiento morr¨®n. P¨²rpura. Morado. Rojo tomate. Verde y rojo dalt¨®nico. Fucsia y rosa chicle.
Cualquier otra tonalidad podr¨ªa producirme ataques epil¨¦pticos. La gentrificaci¨®n habr¨¢ sido un asunto debatido. Yo vivo en un barrio gentrificado, y el barrio hace a la mujer y la mujer se pone una gorrita, monta en bici, come fibra. Habr¨ªa que reflexionar sobre la sinonimia entre la gentrificaci¨®n y lo h¨ªpster, el significado de ¡°lo aut¨¦ntico¡±. Mi atuendo est¨¢ gentrificado y mi alimentaci¨®n progresa hacia el dulce veganismo de la gentrificaci¨®n. Utilizamos el adjetivo ¡°descolorido¡± para calificar los efectos que la gentrificaci¨®n produce en ciertos barrios. Barrios descoloridos bajo la s¨¢bana, aparentemente colorista, de una globalizaci¨®n que reduce al sector servicios a buena parte del sur de Europa. Se producen serias contradicciones entre la preservaci¨®n de un tipismo tur¨ªstico y la necesidad de que una clientela tur¨ªstica se sienta como en casa en cualquier parte; entre quienes quieren vivir en una aldea irreductible y necesitan, a la vez, bonanzas econ¨®micas que acaso ya solo provienen del terciario. Se cuestiona el l¨ªmite entre la depredaci¨®n de los espacios colectivos, de uso p¨²blico y privado, y la intolerancia. El turismo es diana de la turistofobia ¡ªel turismo de alpargata y paquete, menos el de bussiness class¡ª y, por su parte, esta clientela se resiste a salir de su zona de confort ¡ªlas vacaciones no s¨¦ yo si est¨¢n hechas para salir de la zona de confort¡ª y busca la misma franquicia de caf¨¦ en Honolul¨², Madrid o Rabat. Puede que viajar tambi¨¦n sea una forma de aprender arriesgando los prejuicios. La integridad f¨ªsica me parece irrenunciable.
Con la literatura pasa lo mismo que con las vacaciones y resulta contraproducente pedirle a nadie que salga de su zona de confort. Sin embargo, me manifiesto en contra de la gentrificaci¨®n de los estilos literarios. Que la literatura sea un contrapunto a nuestra preferencia por lo r¨¢pido, fantasmag¨®rico, ausente, d¨¦bil, simplista, cuqui y virtual. La literatura te obliga a estar donde est¨¢s, ah¨ª, con cien ojos y cinco sentidos. La globalizaci¨®n afecta a las maneras de leer, reducidas a consumo, mitificando un estilo funcional, de grandes palabras, pero pocas, con un l¨¦xico cada vez m¨¢s reducido que articula un pensamiento cada vez m¨¢s homog¨¦neo; un estilo de explicaciones pomposas sobre temas trascendentes que siempre coinciden con la sentimentalidad impuesta por el jefe de todo esto: el ¨¢mbito cultural anglosaj¨®n, el bulo, el algoritmo de Silicon Valley, la ?o?er¨ªa o el gamberrismo peliculeros. Un tipismo que me coloniza y me fuerza a olvidar mis propias palabras.
Este estilo plano, f¨¢cilmente traducible e ideol¨®gicamente marcado, penaliza idiosincrasias culturales y ret¨®ricas, formas del sentido del humor y referencias que no sintonicen con el canon de Bloom. La escritora Mercedes Cebri¨¢n, en una charla celebrada en la Feria del libro de Bogot¨¢, dijo que la literatura que m¨¢s le interesaba era la que no se pod¨ªa traducir. Las palabras de Cebri¨¢n y sus libros ¡ªuna madrile?a, llamada Almudena, agasaja a sus invitados con comida caducada¡ª son como las pel¨ªculas de Vittorio de Sica, el barroco espa?ol, las danzas africanas que no hayan pasado por un proceso de domesticaci¨®n o empaquetado light. No hablo de lo castizo, sino de una universalidad pol¨ªglota y pluriestil¨ªstica, heterog¨¦nea, que no resida exclusivamente en Brooklyn y beba en un vasito del Starbucks.
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